Monday, May 10, 2021

Conceptuación de identidad

 

Conceptuación de identidad.

Marzo 2021.

Sandra Cantoral.

Una vez conceptuado el autorreconocimiento histórico social del sujeto en el sentido que tiene de su cultura, se exponen ahora las posturas de tres autores clásicos, para desarrollar la categoría de identidad de clase en su proceso de constitución y el entramado que se desprende del autorreconocimiento del sujeto histórico, estos filósofos son Descartes, Kant y Hegel; de ellos interesa rescatar la ruptura epistemológica de sus propuestas en cuanto a la concepción de mundo y la auto-ubicación del sujeto histórico y particular como un universal concreto que se va reconociendo en su proceso de producción y de trabajo; al estar inmerso en una determinada realidad histórico-social, porque la identidad del sujeto está referida a ser nombrado éste en la palabra del otro, que lo libera de los yugos que históricamente han acuñado en contextos, textos y pretextos de vida y muerte; y así  el sujeto sólo es reconocido para bien o para mal en la emancipación social conjunta, desde lo histórico y particular de su transformación vital como ente social que se va humanizando a sí mismo en un  devenir de descentramiento cultural y de relaciones de poder político o de derechos humanos fundamentales.

Se caracteriza a la identidad de clase del sujeto como un fenómeno de reconocimiento de su explotación, de acuerdo a su pertenencia socio territorial, lo cual encuentra su plataforma de sentido en la propia definición de cultura de las identidades sociales; se mencionarán algunos rasgos acerca del proceso de representación de las identidades a través de la lengua y de la identidad como proceso de transformación del sujeto social, para poder dar cuenta de las características de la identidad referido al ser mismo, tal y como éste es; sobre ello tratará este trabajo para reconocer la sensibilidad del autorreconocimiento   en la formación docente y su identidad de clase;  se inicia entonces definiendo lo que se comprende por identidad en sentido genérico.

La identidad es un conjunto de repertorios culturales interiorizados (representaciones, valores, símbolos) valorizados y relativamente estabilizados, a través de los cuales los actores sociales (individuales o colectivos) se reconocen entre sí, demarcan sus fronteras y se distinguen de los demás actores, todo ello dentro de un espacio históricamente específico y socialmente estructurado[1].

Con base en esta idea, es posible ver que  la elección libre y voluntaria del sujeto social e individual, está de acuerdo a sus representaciones, valores y símbolos, expresados éstos a través de su sensibilidad, percepción, entendimiento, autoconsciencia, razón y racionalidad sensible constituida en y por su cultura  en las relaciones materiales y espirituales de dominio, como un todo inescindible en el mundo occidental; lo que conforma la cultura  creada; en donde se da forma a la vida que el sujeto elige dentro de la situación que le toca vivir, por ser el sujeto  producto y productor de su cultura[2] en una relación de valoración humana, de sujetos siempre en falta en el proceso de enseñar y de aprender nuevos sentimientos que enaltecen la dignidad por su alegría, sufrimiento y entusiasmo.

Y es justo en el dominio de su cultura y de  su propia naturaleza, que el sujeto logra sobrevivir, lo cual corresponde  con el grado de conciencia que  tiene de sí mismo, es decir de sus necesidades, recursos, capacidades y limitaciones para poder asumir aquello  que  dice querer, y lo que finalmente termina logrando en cuanto a sus condiciones materiales y espirituales de vida, expresadas estas relaciones de poder como formas objetivadas de la cultura en contraste con las formas interiorizadas de ella en la conformación de las dimensiones de identidad del sujeto y la lucha de clases.

Las formas de la dimensión de las identidades del sujeto, dan  cuenta de su calidad humana, expresada esta cualidad en su comportamiento social e  imaginarios simbólicos que atraviesan todos sus síntomas de depresión,  ansiedad o sociabilidad, por lo que esta especificidad debe verse en el contexto real de ubicación, pues las formas de ser y de hacer son únicas e irrepetibles en cada persona y sus singularidades de espacios culturales labrados en el esfuerzo del TRABAJO realizado para los demàs; en donde es necesario conocer el comportamiento humano para ajustarse a preocupaciones pedagógicas específicas y lograr dar sentido a diversas formas de resistencia, reproducción y función del sujeto como es la imagen que se tiene de sí mismo a través del derecho, legitimidad, equidad y sentido de manifestación democrática; al resistir el sujeto educativo a través del trabajo, del proyecto social, del alcohol, de la terapia grupal, de las drogas, de la evasión, etc., ya que el no-ser, no debe entenderse como la deshumanización o la nada; sino al contrario como la humanización plena en el sentido de clase integral, para que el sujeto sea capaz de encontrarse a sí mismo en absoluto rompimiento con el orden material y simbólico de propiedad privada que lo domina socialmente.

Porque de lo que se trata en el reconocimiento de la identidad del sujeto es de salir de sí mismo y forjar la superación como generación en su época de lucha, al reconocerse en las posibilidades de crítica y de creación innovadoras, en un proceso de liberación individual y colectiva, empeñada la vida humana en salir y entrar a la tragedia subjetivamente representada, y objetivada en  la risa de sí mismo, pues la alegría recrea las ilusiones de un pueblo grande en algunas ocasiones y chico en otras,  que de cuenta de una interrelación social y educativa general y regional.

En la constitución de la identidad del sujeto se distingue, que no es con una idea con lo que se levanta un hombre, sino con un sentimiento que da cuenta de sus condiciones materiales de vida en esencia y espirituales del mundo simbólico que lo transforma; de ahí que la mitad de la alegría, reside en hablar de ella; comunicar y expresar todo aquello que identifica al sujeto  social, individual y colectivo, ya que la pregunta que da sentido sobre la identidad de clase es tan precisa en contenido histórico-cultural, llevando a la reflexión inmediata: ¿qué me siento y qué me caracteriza como ser humano?, por que  dar respuesta a ello, es lo que abre el debate en las relaciones de poder, para que el sujeto pueda encontrarse siempre en relación con el sistema social o con los intereses de clase en procesos permanentes de desgarramiento, superación y transformación social e histórica, vivido y sufrido por el cuerpo particular sensible para asumir una vida humana en equidad.

Esta  condición de autorreconocimiento  se descubre con el trabajo creativo humanizado, pues al trabajar el sujeto sabe de las capacidades que éste tiene dentro,  y que ha sido interiorizado a partir de lo construido en su entorno social y constituido de manera particular en élde manera que la consciencia constituida en el sujeto, refiere a su conocimiento, experiencia e intuición de lo que ha sido, de lo que es, de lo que está siendo y lo que será[i]; pues es desde ahí que el sujeto educativo,  puede juzgar el grado de responsabilidad social, individual, grupal y colectiva que es posible asumir, de acuerdo a su extracción de clase  históricamente constituida y acuñada desde una propuesta modernizadora como único modelo de explotación de vida, reproductora de la ideología de la clase que ejerce su hegemonía: el sujeto burgués; en donde lo único invencible es el trabajo gozoso y creativo que se comparte inevitablemente a través de la confianza y de la seguridad en  su autenticidad y  pertenencia colectiva universal y particular, en un contexto psíquico-afectivo de pasiones y de contradicciones en la expresión cultural del sujeto, en donde el acto sensible es lo más profundo y abarcativo -según lo refiere Kant-.

De manera que, es dependiendo de este contexto cultural y de comunicación de referentes, que el sujeto se encuentra  hablando un lenguaje simbólico, que define y caracteriza su propia identidad de clase consciente o inconsciente en el sujeto; al ser el sujeto educativo, un ser único e irrepetible a lo largo de la propia historicidad, es decir de la cultura particular que lo define, en la defensa de la vida en cada momento de su expresión intersubjetiva, en un espacio geográfico y de realización individual y colectiva precisos; lo cual sucede en un proceso permanente de formación y de liberación, desde donde pueda reivindicar su función social y su papel histórico.

Esta condición en la constitución de la identidad de clase, nos  hace reflexionar acerca de lo que implica la autoconstrucción y desconstrucción de la identidad del sujeto como diferencia, como integración unitaria, como rol, como valor, como reconocimiento y como estrategia de lucha, ya que el sujeto al encontrarse siempre en falta en un proceso de descentramiento permanente que lo lleva a descubrirse en su propia conformación, ante su cruel y natural ensimismamiento; por ello el proceso de socialización conlleva el cultivo de juicios de valor cualitativos y cuantitativos, en un determinado marco de intercomunicación y de ejercicio del poder que labra la seguridad y la confianza del sujeto de acuerdo a sus intereses y necesidades vitales, que representan su condición de clase y  su extracción cultural para entrar a mundos posibles de realización y de sobre vivencia humana.

Enseguida se presentarán algunos entramados que subyacen en el contexto cultural de las identidades en sus distintas dimensiones y prácticas, ya que aún es posible humanizar al ser humano como un proceso educativo de largo alcance, creando las condiciones para que se vuelva a pronunciar en su autenticidad,  re-significándose y re-encontrándose en sus múltiples posibilidades, a través de su otredad que le da sentido de vida y de pertenencia, es decir, de esperanzas y utopías, se destacarán algunos elementos acerca del entretejido cultural del sujeto, sistematizados por el Dr. Gilberto Giménez Montiel en su Seminario de la División de Estudios de Posgrado, de la F.C.P. y S. de la U.N.A.M.[3].

 

LA IDENTIDAD COMO PROCESO DE TRANSFORMACIÓN DEL SUJETO HISTÓRICO SOCIAL

Hablar de la transformación  en la identidad del sujeto, conlleva a plantear el problema de poder ejercer un derecho, y a tener que reconocerse vivo, por medio de las épocas que transcurren de manera contradictoria, en las relaciones culturales, en donde el sujeto teme sentirse atrapado, sin la posibilidad de tener espacios individuales, con la pulsión permanente del dominio y de la rivalidad edípica, la cual se transmite a través de los afectos, y a través de los entramados culturales en la producción social material y afectiva; en donde se generan polos de competencia y de cooperación, con dominios y destructividad, en la búsqueda de una posible superación y autocontrol de los afectos pulsionales que se transforman, en acervo cultural de los valores, en la asunción de ese dominio y el autocontrol de sí mismo, por medio de la seguridad y la confianza del dominio del propio cuerpo ante su otredad que lo constituye, en espacios culturales que encarnan las diferencias, las distancias, los esfuerzos y las condiciones de vida en general, a través de la necesidad humanizada o del entendimiento con el otro yo, como una auténtica conquista, de acuerdo a la consciencia que se tiene sobre la relación de fuerzas, que se comparte. Esta relación de poder exige pensar  en las temporalidades impuestas y enseñadas a través de la  cultura hegemónica,  y de cómo el sujeto, como persona humana da cuenta de su identidad, ya sea con su participación de forma individual, grupal, como clase social, o universal concreta por el sentido de su compromiso y complejidad. Es decir, sin estar en sí, en ninguna de las formas escindidas de las demás  expresiones del   sentido  de   humanizar  la noche, el sueño y la muerte -como dice Javier Villaurrutia, el dramaturgo-; este sentido viene de la concepción de los románticos, en donde la literatura alemana ha aportado a grandes filósofos.

Es necesario destacar este sentido, para ubicar el  contexto concreto de socialización histórico social, en donde el sujeto va aprendiendo a respetarse y a cuidarse a través de su otredad que lo refleja en sus mutuas representaciones y necesidades  de comportamiento social e individual concretas. Este proceso de socialización conforma sus sentimientos, pensamientos y acciones, que constituyen una época, al tener así la capacidad-incapacidad de ubicar su postura político-filosófica“verse en el otro y el otro en él, en un encuentro de autorreconocimientos de sus distintas necesidades vitales diferenciadas”, con base en tres tipos de actitudes combinadas en su condición dialéctica, como son: 1) confianza-lealtad, 2) solidaridad-agradecimiento y 3) voluntad-comunicación, para lograr construir su propia expresión humana de manera particular y universal en largos procesos generacionales, en las relaciones de poder que lo identifican como sujeto de una historia particular, en la transformación  de la identidad particular de cada sujeto; iniciándose este devenir en el espacio en que se encuentra a sí mismo, en momentos de autoconsciencia o desgarramiento, ante la necesidad del otro yo que lo reclama integrado a su mundo; en ese otro que no es él, siendo él mismo a la vez, en la constitución de su vida y de sus sentimientos escindidos, envueltos en la lógica insana del capitalismo mundial en las relaciones de dominio enseñadas; el cual se impone como hegemonía del imperio en las relaciones de poder económico, político, militar, legal, autónomo, ideológico, moral, científico, tecnológico, artístico y psíquico afectivo, como sentido y nostalgia de lo ya vivido, pero quizá no asumido como clase históricamente constituida en las formaciones sociales de producción, de distribución, de consumo y de explotación, que dan cuenta  de la creación de  vida con sentido de identidad cultural.

Así se va gestando, la posibilidad  plena y auténtica de  diversas expresiones simbólicas que conllevan al sentimiento de plenitud o  felicidad empeñada; entendida ésta como utopía de la incertidumbre; lo cual es una construcción humana que identifica al sujeto social e individual en sus referentes de transgresión, tragedia, alegría, esperanza, vileza, culpa,  equidad, envidia, rivalidad, armonía, templanza, competitividad, fortaleza, justicia y prudencia, que da significado a la vida humana y que es condición para modificar la relación de los hombres con su naturaleza socializada.

De manera que para caracterizar la identidad del sujeto particular y universal desde una sociología filosófica, se tendrá que entrar al terreno de la cultura, en lo determinado y determinante del descentramiento del sujeto de la historia, pues el sujeto refleja lo que su sociedad es y su sociedad, lo que éste actúa como práctica asumida conscientemente.

Entendiéndose a la cultura en dos definiciones principales de acuerdo con el discurso de la clase social de pertenencia, de reconocimiento y de compromiso social, en la amplia pluralidad de lo moderno, como formas interiorizadas en las actitudes y en los comportamientos del sujeto:

1)    La cultura neoconservadora tradicionalista e inconforme, opuesta al espíritu de la Ilustración, y amiga de las manifestaciones específicas de cada comunidad.

2)    La cultura progresista, que adopta ciertos postulados de la Ilustración, pero los transforma inculcándoles el patetismo y la carga emocional romántica, constituyéndose también por el elemento religioso.

Por supuesto existen rasgos de mixtura entre ellas, conformadas por lo que se denomina el comportamiento y actitud barroca como totalización cultural específicamente moderna[4] que se caracteriza por una condición mestiza, producto del colonialismo, y se expresa como una práctica barroca en las relaciones de poder e instinto de clase; “el ser barroco hoy significa amenazar, juzgar y parodiar la economía burguesa, basada en la administración tacaña de los bienes, en su centro y fundamento mismo:  el espacio de los signos y el lenguaje, como soporte simbólico de la sociedad, garantía de su funcionamiento, de su comunicación”[5].

Lo significativo en el autorreconocimiento de la identidad del sujeto barroco, consiste en  poder poner juntas la libertad y la necesidad   modernas en la afirmación del libre albedrío humano y el reconocimiento de la omnipotencia divina internalizada, a través de los símbolos, en una recomposición del ethos barroco, producto del mestizaje;  referido a las características que definen a un grupo humano, de acuerdo a lo que  se tiene... como cosas únicas a compartir, valorándolo en la expresión crítica de la modernidad, así  ‘el pliegue’ de lo barroco, pensado en la imagen de una negativa a ‘alisar’ la consistencia del mundo a elegir de una vez por todas, entre la continuidad o la discontinuidad del espacio, del tiempo, de la materia en general, sea ésta mineral, viva o histórica.

El momento del autorreconocimiento del sujeto habla de la radicalidad de la alternativa barroca en el contexto del trabajo, de los diferentes niveles educativos y de prácticas que se realizan como propuesta modernizadora, exaltando el individualismo egoísta a través de la competencia, de premios y castigos en la organización vertical y en las relaciones de poder autoritarias.

Los modelos de diferenciación que identifican a los grupos desde esta lógica de poder, lleva a estigmatizar a los diferentes como marginados, empobrecidos, relegados y utilizados como carne de cañón para intereses políticos mezquinos, sin comprender cuáles son las causas que dan cuenta de que alguien se comporte de una  determinada manera, distinta a la que se quiere generalizar e imponer en la cultura del poder de la modernidad; porque de lo que se trata en la definición de la identidad es de saber mostrar las diferentes formas o fenómenos de la conciencia por medio de la práctica concreta, hasta llegar al saber de un momento evolutivo de la verdad y de sus procedimientos empíricos y metodológicos.

De manera que la identidad aparece como función reproductora de lo aprendido y enseñado socialmente como hegemónico, y como único modelo posible de  considerar en la construcción social de conocimientos, que atraviesan todos los valores, como fines y principios ético-morales del sujeto,  que solamente por medio del debate y de la comunicación, se pueden renovar en la cultura, en esas  representaciones sociales de la vida del sujeto, como una utopía,   que se  implica históricamente en los procesos de producción de bienes materiales y humanizados; tal relación está de acuerdo con los signos que identifican la lengua que habla “Utopía que plantea la posibilidad de crear una lengua tercera, una lengua-puente, que, sin ser ninguna de las dos en juego, siendo en realidad mentirosa para ambas, sea capaz de dar cuenta y de conectar entre sí a las dos simbolizaciones elementales de sus respectivos códigos; una lengua tejida de coincidencias improvisadas a partir de la condena al malentendido”[6], en el sentido de  que el sujeto sabe de sus cambios y  contradicciones, como un claroscuro consciente e inconsciente, en la intersubjetividad del diálogo, en un contexto de relaciones de poder y de definición en la postura de clase, en procesos de autorreconocimiento, matizadas por el deseo de sobre vivencia en la praxis concreta.

[1] Idem. Giménez, Gilberto. La teoría y el análisis de la cultura... op. cit.

[2] Cantón, Valentina. El sujeto: una producción cultural. Revista Pedagogía, revista especializada en educación; Tercera época Vol. 10 Núm. 3, Verano 1995. P. 24. 2021.

[3] El entramado de este escrito se sustenta en el trabajo del Dr. Gilberto Giménez Montiel, en varias de sus obras (Coord.). Vid. Identidades religiosas y sociales en México. Ed. Inst. Francés de A.L./Inst. de Investigaciones Sociales. UNAM, México 1996. El cancionero insurgente del movimiento zapatista en Chiapas: ensayo de análisis sociocrítico. Ed. Revista Mexicana de Sociología. Inst. de Investigaciones Sociales, UNAM. 4/97. No. 4, México Oct. Dic. de 1997 P. 221. Modernización e identidades sociales. Ed. Inst. Francés de A.L./Inst. de Investigaciones Sociales. UNAM, México 1994. La teoría y el análisis de la cultura. Ed. SEP/Univ. de Guadalajara/COMECSO, México 1987. La teoría y el análisis de las ideologías. Ed. SEP/Univ. de Guadalajara/COMECSO, México N.d. Poder, estado y discurso. Perspectivas sociológicas y semiológicas del discurso político-jurídico. Ed. Inst. de Invest. Jurídicas, UNAM, México 1989. 2021.

[4] Vid. Echeverría, Bolívar. La modernidad del barroco. Editorial Era, México 2000. Pp. 11-12. 2021.

[5] Ibid. P. 16.

[6] Ibid. P. 22.



 

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