Saturday, November 24, 2012

Contexto de la práctica docente en una Pedagogía revolucionaria.




Se valora en el mundo moderno, cómo el educador ideal se ha convertido en un profesional acéptico, en un operador independiente que se eleva por encima de los valores. El profesional desapegado ocupa pues, una posición segura, al resguardo de la crítica. Las visiones contemporáneas sobre la educación, emplean a menudo una noción de lógica lineal de causa-efecto. Tanto la forma de pensar como el acto de enseñar se conciben como “un sujeto actúa sobre un objeto”.

En este apartado trato de presentar algunos elementos sobre el despojo de los principales medios de producción y el borramiento de la conciencia del docente sobre este acontecimiento histórico, de cómo históricamente se ha impuesto a  la clase trabajadora  el proceso educativo de explotación,  degradación y  exterminio de la humanidad y de la naturaleza que estamos presenciando;  este ejemplo inmoral ha sido  sumamente violento a lo largo de la historicidad humana, por eso es necesario desarrollar un espíritu de Pedagogía crítica. De acuerdo con Habermas (1990, p. 232),

“Marx dio a su teoría el nombre de crítica. Un nombre discreto si se entiende a la crítica de la economía política como la consumación de aquella empresa que comenzó con la crítica filológica de los humanistas,  prosiguió en la crítica estética de los literatos y, finalmente, se aprendió a conceptuar como crítica en la crítica teórica y práctica de los filósofos. Por aquel entonces, la crítica se convierte directamente en sinónimo de razón, caracteriza el buen gusto y el juicio inteligente, es el medium para la averiguación de lo correcto, coincidente según leyes de la naturaleza con lo justo, así como la energía que estimula e incita el razonamiento, y, por último, se vuelve también contra sí misma”  (1990, p. 232).

Esta concepción  deja ver la dificultad de matices que conlleva la lucha de clases entre el capital y el trabajo, ya que se van desarrollando  contradicciones secundarias que esta lucha social genera en un tejido  amplio cuantitativo y cualitativo del movimiento social, por ejemplo: luchas de género, luchas inter-étnicas, por razas, por tierras, por religiones, por plazas entre docentes, o entre pueblos, comunidades y naciones, etc. La complejidad radica en que son prácticas que se reproducen desde el origen de la humanidad, de la cultura y la civilización, como producto de la relación universal concreta, que condensa (como sucede con el fenómeno físico) ese espacio y tiempo del proceso de explotación del hombre por el hombre por parte de la propiedad privada de los medios productivos; lo interesante es contextuarlo en el texto, el contexto y el ejemplo crítico del proceso educativo o de aprendizaje con experiencias concretas, con la intención de que el sujeto se haga  consciente de su temporalidad histórica transformadora en la lucha de clases como proceso amplio de formación integral, que implica hoy la defensa de derechos humanos; así se pueden  comprender los extremos de decadencia imperialista, como síntoma vemos la guerra del narcotráfico en México.

Aclarando, se conoce que a partir de la existencia de la propiedad privada,  surge el Estado esclavista como primera formación concreta de control y de dominio para ejercer el despojo de la riqueza social de una manera “legitimada” por la clase dominante de cada época en ese abuso de poder “legal”; pero no legitimando ni reconociendo  que esta propiedad privada significa en el horizonte de valores ético-morales,  el esfuerzo y desgaste humano, como fruto del trabajo colectivo; por lo que significa este fenómeno social en sí,  la ignorancia del proceso de construcción y apropiación de conocimientos; por ello es de sentido común, comprender  la contradicción injusta en donde toda esa riqueza se encuentra en propiedad privada entre los grandes monopolios; obsérvese que no refiero a la propiedad privada simple del sujeto, como puede ser su casa, su ropa, su pequeño comercio, su pedazo de tierra, su historia biográfica incanjeable o su propia consciencia social; sino que la función del Estado, es regular la propiedad para gobernarla en la relación de abuso de poder entre el amo y el esclavo que abarca a los tiempos modernos, y que hoy provoca la  indignación humana como cultivo de praxis transformadora en la creatividad detonante de superación y alternativa. Así se reflexiona  que si la Pedagogía crítica  asume hermenéuticamente el estudio del proceso de humanización desde la contradicción entre el trabajo y el capital,  este fenómeno de enseñanza-aprendizaje  en el proceso educativo puede consolidarse, como una tarea de intervención pedagógica.

Posterior  al Estado esclavista, devienen los distintos Estados: feudal, capitalista y aún el socialista como tránsito no lineal a una vida en comunalidad por construirse, dichos Estados  siguen reproduciendo y sosteniendo con sus reformas la propiedad privada en el mundo entero -diría Gramsci conservando la estadolatría-; por tal razón la teoría marxista  nombra al Estado, como  órgano de control y de dominación tendiente a ser destruido por los pueblos organizados en la crisis del imperialismo. Se sabe también, que junto con la propiedad privada de medios de producción inicia la lucha de clases entre opresores y oprimidos, para lograr afirmar el poder político hegemónico entre poseedores y desposeídos de esta propiedad de medios e instrumentos para la producción y la explotación, generándose la tendencia histórica a un proceso de  crisis económica, política, cultural, social, de derechos humanos, ecológica, de valores y educativa; así están dadas hoy las condiciones reales de vida del trabajador y del monopolio financiero internacional.

Se calcula que fue desde hace 3000 años antes de nuestra era, que apareció esta injusta relación de propiedad. Pero hoy puede quedarnos  claro que la historicidad no es lineal   ni   mecánica, sino dialéctica e histórica en la praxis revolucionaria del sujeto educativo, cuando éste asume una postura de clase proletaria, en donde se requiere de la unidad para cambiar las relaciones entre la clase  propietaria  y el productor como trabajador directo,  por eso es necesario en la Pedagogía crítica “ubicar correctamente a las clases en conflicto y a los intereses antagónicos que sostienen, así como a los intereses sociales concretos de cada sector, que van de la mano de los proletarios” (Cuevas, 2008, p. 5), quienes están siendo despojados del derecho a la educación, entendida como un proceso amplio de humanización racionalmente sensible, en donde la necesidad y el interés de clase, son la premisa esencial de la libertad en comunidad, proponiéndose en las pedagogías insumisas, todo espacio al margen del Estado.
Nuestra utopía insumisa por tanto, es la formación de sentidos con libertad comunitaria,  recuperando las analogías de la hermenéutica crítica, para comprender el papel político que juega la educación, reflexionando los movimientos sociales en el hacer científico pedagógico y en el didáctico interdisciplinario, dadas las dimensiones del conocimiento, a saber en formación transdisciplinaria desde el arte, la religión, la teoría y la experiencia empírica que abarca al sentido común, pero asumiéndolas de forma creativa y lúdica para elevarlas a un pensamiento filosófico político y no de esnobismo intelectual -plantea Gramsci-; sino en un afán de multiculturalismo en sus diferencias,  porque  en la lógica de funciones es difuso distinguir el tejido entremezclado con la cultura burguesa hegemónica, así como el auténtico papel histórico de formación con las necesidades e intereses de la cultura proletaria; ambas clases en decadencia y a la vez en sobrevivencia, al ser formaciones  de vida muy diferentes; así se ve por ejemplo la hegemonía ideológica objetiva-subjetiva vinculada con el gran emporio financiero nacional o internacional.

Una vez expresado el origen de la crisis capitalista desde la Pedagogía crítica como apuesta de praxis formativa en movimiento y en la formación o actitud del docente, se destacan algunas premisas acerca del método en la pedagogía crítica, entendido como forma de razonamiento, de cómo  ubica al sujeto histórico-educativo en la  lucha de clases, con base en las contradicciones de barbarie que nos impone la acumulación capitalista; señalo  ahora algunos principios del  método en esta propuesta  de formación política pensando en  sus premisas teórico-conceptuales, para reflexionar la diferencia de intereses y necesidades entre la cultura burguesa opulenta y  la cultura proletaria desarrapada, con base en un  entramado pedagógico crítico.
      
C  Considero al método como la forma o formación para razonar la realidad  concreta en su hacer político-pedagógico, tal y como ocurre en su historicidad dialéctica, y, como es explicada por las formas de apropiación de lo real;  así lo expresa Covarrubias (1992, Ps- 35-70. 1995, Ps. 94-101) en su obra de fundamentación epistemológica.

Precisando  la construcción social de la Teoría Pedagógica, junto con  la praxis científica de la Pedagogía y  las Didácticas con una concepción crítica, éstas representan un todo político inescindible, y posible de diferenciarse por el tema, la investigación, el campo, el ámbito, la dimensión y la corriente sugerente en la apuesta  para la comprensión y superación de  la crisis del imperialismo.

De modo que en el discurso científico de la  Pedagogía crítica, la política educativa de las masas trabajadoras no ha sido reconocida en la formación transformadora sistemática y metodológica como un tema, ni siquiera como un problema educativo, sino por el contrario en la hegemonía del abuso de poder, ha sido negada por la cultura de la clase dominante de cada época o historicidad social, e incluso por la misma clase trabajadora, y peor aún, se sigue reproduciendo la lógica capitalista imperialista, sin cuestionamiento alguno en el campo educativo con sus formas, contenidos y significaciones de violencia en la comunicación de masas, cumpliendo el imperio-Estado-gobierno su papel hegemónico en la concepción empírica enajenada  de la población, lo que tiene que ver con el grado de consciencia social asumido; dado que se piensa y se cree ideológicamente desde la cultura burguesa hegemónica, que los intereses políticos y el poder en sus distintos sentidos y dimensiones de participación política son ámbitos exclusivos de la  burguesía y su parlamento; haciéndose presente esta hegemonía en el Estado Mexicano, como síntesis histórica del universo concreto con nombres y apellidos en la gama de matices posibles desarrollados en el campo educativo con una  propaganda subliminal, y obviados no sólo en el discurso sino peor aún, en el no reconocimiento de la praxis revolucionaria transformadora en el contexto de la educación formal, no formal e informal, sin comprender  el cambio de su dialecticidad histórica, por tanto coincido con el Dr. Sánchez Vázquez, cuando aclara que:

La praxis revolucionaria: “…trata de las relaciones entre la teoría y la práctica revolucionaria. <…> mediante la creación de su propio partido y el establecimiento de su propio poder político… <…> las tesis teóricas del Manifiesto: la lucha de clases como fuerza motriz de la historia… <…> es preciso destruir la maquinaria del Estado burgués, es decir, su aparato burocrático-militar… la praxis revolucionaria del proletariado… para Marx: la teoría como fundamento científico de la sustitución revolucionaria del capitalismo por el socialismo y de la misión histórica del agente de esa transformación: el proletariado. <…> -Como observa Lenin- para poder resolver el problema concreto de con qué sustituir la máquina burocrático-militar del Estado burgués. Y la historia responde -como esperaba Marx- con la Comuna de Paris de 1871, primer intento de revolución proletaria, de destrucción de la máquina estatal burguesa y de sustitución de lo destruido…<…> con la perspectiva de que partían en su tiempo Marx y Engels: la victoria simultánea de la revolución en la mayoría de los países capitalistas. Lenin plantea la posibilidad, realizada pocos años después, de la revolución en un solo país <…> Lenin enriquece la teoría con una serie de tesis fundamentales: la idea de la hegemonía del proletariado en la revolución democrático-burguesa y de su hegemonía en la revolución socialista; la tesis de la necesidad de la dictadura del proletariado y de la diversidad de vías -con predominio de la violencia- para llegar a ella; la concepción del Partido como destacamento consciente, organizado y avanzado del proletariado; los conceptos fundamentales de ‘situación revolucionaria’, ‘crisis revolucionaria’ y ‘unidad de los factores (o condiciones) objetivos y subjetivos de la revolución’; la tesis de la alianza del proletariado y los campesinos en la revolución socialista, etc. <…> Lenin se ha atenido rigurosamente no a la letra de las tesis de Marx sino a su espíritu y, sobre todo, ha aplicado su método de investigación de las condiciones concretas que exigen y hacen posible la praxis revolucionaria, a la vez que analizan esta praxis… <…> Este método que Marx y Lenin han propuesto y han aplicado es el único que puede asegurar hoy la unidad… … Nos referimos, por ejemplo, a los problemas de la guerra y la paz, de la coexistencia pacífica, de la contradicción fundamental de nuestra época, de la determinación de los factores fundamentales y del frente principal en la lucha mundial contra el imperialismo, del papel que corresponde en esta lucha a los países socialistas, al proletariado de los países capitalistas desarrollados y a los pueblos del llamado Tercer Mundo; de la prioridad del paso pacífico o del violento en la instauración del socialismo, etcétera…”. (Sánchez Vázquez, 1973, Pp. 184, 185, 187, 188, 189 y 190)

Pongamos un ejemplo de ese espíritu de  hito histórico educativo, vivido  en el movimiento social en México, las luchas de la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca (APPO) -denominada la Comuna de Oaxaca- con el magisterio de la Sección XXII de la CNTE-SNTE, y el movimiento encabezado por el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra en San Salvador Atenco que se ha ampliado a otras luchas educativas, asumidos estos movimientos sociales en el  2006 frente al imperio del capital con demandas plenamente justas. Así podemos valorar cómo la formación de eficiencia, productividad, ciencia y tecnología, han alcanzado prácticamente el status de divinidades en el escenario moderno del siglo XX y XXI. La vida cotidiana de los educadores atestigua el poder de tales fuerzas, al verse obligados a enseñar materias que han sido trozadas en secuencias ordenadas de tareas y actividades separadas. “Formados para seguir un modelo de instrucción basado en la evaluación previa, el trabajo rutinario y la evaluación posterior, los educadores siguen eficientemente una pedagogía científica que se ha ido infiltrando en ellos, convirtiéndose en parte de su ‘lógica cultural’, una lógica que en realidad lo que hace es domesticar su imaginación pedagógica. No hace ya falta pensar. El sentido común nos dice que para enseñar algo a alguien, todo lo que hay que hacer es fragmentar la información en partes separadas, repetirlas una y otra vez hasta que el sujeto educado las domine, y someterle luego a las pruebas adecuadas, para estar seguros de que esas partes han sido aprendidas (Goodman, 1986: 22).

Friday, November 2, 2012

El concepto del pueblo para su revolución




Felipe Cuevas Méndez
Partido Comunista Mexicano

Hemos de comenzar por una reiteración de lo más innegable, las sociedades se encuentran divididas y confrontadas, la esencia de esta condición está en sus relaciones sociales generales, con matriz en sus relaciones económicas. La separación en clases, capas y sectores sociales divergentes da el tono a la formación capitalista moderna.

El pueblo moderno como un todo, consolidado alrededor del modo de producción capitalista, es el conglomerado de clases y sectores oprimidos y explotados orgánicamente vinculados por la vida dentro de un sistema social.

Los movimientos económicos, políticos, culturales y sociales que los pueblos deben enfrentar continuamente para sobrevivir y recomponerse en su condición histórica de confrontación a la dominación del sistema son –dentro de su tragedia– la fuente irrevocable de su cohesión revolucionaria.

Por el nivel estructural y orgánico que adquiere tal partición de la sociedad no cabe plantearse que sea una cuestión de voluntad la que subyugue simplemente a las sociedades, es decir que quienes dominan lo hagan por su firme voluntad de hacerlo y que los dominados estén en esa condición porque no tengan otra voluntad, primero que nada hay que abrir los ojos ante el carácter de las relaciones imperantes. Mucho menos aceptamos que se expliquen la realidad humana por la llamada voluntad de poder, que aunque es real y juega su rol no precisa la naturaleza de los problemas de nuestro tiempo. Porque las relaciones sociales que emanan y forman parte de las condiciones generales se nos presentan independientes de nuestra voluntad, aunque también no cabe descartarse que puedan y deben ser influidas por nuestra voluntad (pero la voluntad y más todavía la conciencia, es algo que se debe reconquistar y forjar en sentidos tan distintos como tendencias sociales existen, en mayor medida si hablamos de la “voluntad del pueblo”, siendo que la voluntad es un producto histórico sometido a la presión de relaciones vigorosas). En fin el tema tiene sus aristas.

Al eminente filósofo Enrique Dussel parece que se le escapó este detallito marxista tanto por convicción como producto de los sortilegios teológicos que nos propone en su “política de la liberación”. Las relaciones sociales en el capitalismo son ante todo relaciones de dominación consolidadas y organizadas históricamente, lo mismo en la fábrica que en la universidad, así en el campo como en la burocracia, tanto en las profesiones como en los oficios, igual en la oferta-demanda que en los poderes “reguladores” sobre la vida privada.

La cuestión es, que por las condiciones generales existentes, las relaciones sociales se vuelven cuasi naturales e inmutables, adquiriendo el poder de prevalecer, el problema principal no está en que todas debiesen ser producto de la voluntad, o la piedad hacia sus víctimas, sino en que: al sustituirse por otras, todas se pongan al servicio de la humanidad y sus intereses generales de emancipación.

El poder burgués es la síntesis que articula el mando y direccionalidad en la relación social, se concreta y discurre a través de toda la sociedad capitalista, tiene que ver con sus realidades, presenta a su vez órganos y mecanismos propios de lo que cabe destacar:

a)      Estructuras de poder que vehiculizan la dominación capitalista, estas son el Estado, la propiedad privada, el patriarcado, el poder económico monopólico, que no son otra cosa que relaciones sociales solidificadas, institucionalizadas y organizadas ampliamente en el tejido social.
b)      Relaciones de poder propiamente dichas que funcionan a través del llamado campo político, los partidos, grupos e instancias de organización social del sistema, las cuales discurren en el establecimiento de estatus, controles y medios de preponderar determinados intereses antagónicos.
c)      Presencia de predominio en las relaciones generales, como el poder en la producción social-apropiación privada, la organización jerárquica del trabajo, las burocracias, la familia, la salud, educación, religión, para forjar el orden y otros sistemas de control social.

Visiblemente nunca será suficiente la pura voluntad revolucionaria para trascender estas realidades de las relaciones capitalistas de dominación. De aquí viene nuestra primera demarcación en torno al pueblo. A diferencia de los postulados en que el pueblo es toda la población de un Estado o incluso de toda una nación, el cual debe asumir su dignidad, su ética y su voluntad para superarse; sostenemos que el pueblo existe en el marco de esta sociedad como el conjunto de clases y sectores oprimidos y/o explotados mediante las relaciones sociales imperantes.

Lenin llegó a alertar que el concepto del pueblo tiene un uso social clasista, o debiéramos decir, muchos usos, como queda enunciado: el pueblo-estado, el pueblo nación, otra perspectiva apunta al pueblo-constituyente o pueblo soberano, pero éste último es un principio jurídico muy lejano de las prácticas del capitalismo, sólo que muy a tono con sus criterios de delegación del poder del pueblo en manos expertas.

Las clases dominantes, sin importar su origen, en su ascenso tienden a separarse del pueblo. Tales clases pueden ser parte de la misma nación y Estado, su cambio de condición radica en primer plano en el lugar que ocupan en las relaciones generales, los antagonismos que protagonizan, su posición (de lugar) frente al Estado, la propiedad del capital, la producción y los recursos en general, y en segundo plano, por su posicionamiento divergente en las ideologías que abrazan. Eso las divorcia del pueblo y fomenta el propio fortalecimiento de rasgos burgueses distintivos como la competencia, la opresión, el espíritu de empresa, el individualismo y la lucha por prevalecer su hegemonía de clase. De ahí que pronto se hayan vuelto a desgastar sus interpretaciones sobre la sociedad civil con que continuamente busca encubrir la profunda división social que existe entre la burguesía, sus distintas capas, y el pueblo con las clases que lo componen para insistir entre ésta como conglomerado frente a las burocracias y militarismos.

Mientras tanto la característica objetiva del pueblo se presenta en primera instancia en que es el grupo social que padece la dominación capitalista general, al punto que es dividido sistemática y constantemente en clases, capas, sectores sociales, tribus, grupos étnicos, lingüísticos, raciales, sexuales, etc.,  en quienes repercute en distinto grado y forma la explotación, opresión y subyugación del sistema. Además de esta condición, por estar privados de los medios y recursos fundamentales, al encontrarse separados de instrumentos de organización prioritarios; los componentes del pueblo no pueden superar su condición social por vía “evolutiva”, las relaciones dominantes les fuerzan a reproducir sus propias condiciones de existencia. En estas condiciones, y como resultado del largo proceso de la historia humana, otro elemento esencial hace parte de las cualidades del pueblo, la comunidad es la máxima expresión de su actividad para la constitución de relaciones de agregación colectiva, fraterna, solidaria, de interés común. En los marcos del Estado-nación –a pesar de que las tendencias de éste apuntan contra el pueblo y su sentido universal de ser uno sólo en la tierra–, es donde el pueblo adquiere una perspectiva integradora de sus intereses estratégicos, afinidades e identidad político-cultural que requiere formas sociales propias, relaciones propias que broten de sus características, necesidades y condiciones. La formación de una primera conciencia general de pertenencia, de vinculación que se establece sobre la experiencia común de la enajenación, alienación, violencia e invisibilización que sobrellevan todos sus miembros, pero que debe desarrollarse hasta la expresión de su sentido de clase sin detenerse en el vago sentimiento de víctima.

Estos aspectos sobre el concepto del pueblo hacen una unidad estructural a la cual debe proyectarse su cohesión o unidad de conciencias. A lo cual ahora aplicaremos otras observaciones sobre las características del pueblo.

Para esto tenemos que recapitular algunos procesos. En las formaciones sociales para la dominación anteriores al capitalismo se daba el fenómeno de que la explotación y opresión particularmente se presentaban en atmósferas difusas, inseparables, así Marx subraya que las relaciones económicas se aseguraban mediante acciones extraeconómicas, de otro modo los regímenes sucumbían, la esclavitud implicaba la posesión de seres humanos y el ejercicio de la violencia para subyugarles, las sociedades medievales y algunas otras ejercían dominio religioso extremo para sostenerse. En este sentido lo nuevo del capitalismo consistió en que las relaciones económicas se sostendrían a sí mismas por su propia condición, sin descartar los usos del Estado, la religión, la formación cultural, las filosofías políticas, etc., lo central de su poder se trasladó a la relación económica de propiedad privada.

Volviendo entonces, dicha relación proyectó la fuente de riquezas a nuevos niveles, fomentó la división social en el seno mismo del pueblo complejizando sus condiciones y relaciones, replanteando la composición de sus clases, capas y sectores. Se implantó esa clase especial dentro del pueblo, en que recaen con mayor rigor las leyes de hierro del capitalismo, polarizándola al grado de hacerla toda distinta al modo de vida de la clase dominante y sus relaciones. El proletariado es la clase social antagónica al capitalismo, hace parte de las fuerzas del pueblo, padece directamente explotación y opresión, ha sido vilipendiada, sometida y puesta en custodia por la burguesía y sus seguidores, ante el temor de su organización y el surgimiento de sus aspiraciones políticas. El poder burgués finalmente se tornó insoportable porque engendró “una masa de la humanidad como absolutamente “desposeída” y, a la par con ello, en contradicción con un mundo  existente de riquezas y de cultura… el fenómeno de la masa “desposeída” se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente mundiales, en vez de individuos locales.  (Marx-Engels, La ideología alemana).

El proletariado se compone a sí mismo de varias fuerzas tales como los obreros industriales, jornaleros, ejército de reserva, otras “categorías de trabajadores y trabajadoras asalariadas” (pescadores, trasportistas, forestales, mineros, empleadas de servicios hoteleros, constructores…), y tiene diversas vertientes que lo alimentan dentro del pueblo con sangre nueva producto de su “desvalorización” en el sistema, además de otros sectores que regularmente comparten su suerte.

Bueno, pero si hemos de hablar del pueblo es justo resaltar la condición de la clase campesina como pequeña poseedora de tierra, la cual es explotada y oprimida por terratenientes, burgueses locales y grandes monopolios con mecanismos directos e indirectos (contratación, compra de sus productos a bajos precios y venta de mercaderías a precios elevados), lo que no cambia su terrible condición de clase subyugada.

Pequeños propietarios de la ciudad y el campo forman parte constituyente del pueblo, de igual forma enfrentan la dominación burguesa sea a través de medios económicos o políticos, planteándose su resistencia.

Las mujeres del pueblo, en su diversa composición de clases y sectores, juegan cada vez más un papel destacado ante las presiones del sistema capitalista y el sistema patriarcal que corre por todos los poros de la sociedad; luchan contra las relaciones de dominación en todas sus formas, e indudablemente su accionar proyecta nuevas luces sobre el combate al sistema y su superación.

Indígenas, migrantes, afrodescendientes y otros grupos sociales del pueblo también están confrontados al sistema, se convierten en sujetos sociales de gran importancia para el desarrollo de una profunda revolución social que derrumbe toda forma de explotación y por ende de opresión.

Las capas medias, en que se concentran varias clases y sectores por una peculiar condición social que les permite un incremento del consumismo, el enganche con la política económica burguesa y un adoctrinamiento activo; son campo de disputa entre la influencia del pueblo (en especial del proletariado), y entre la influencia ideológica de la burguesía a pesar de que el capitalismo va cerrando el radio de los beneficios con que antes las manejaba a su favor.

Otras fuerzas se desarrollaron con el capitalismo, como el magisterio, que de realizar un trabajo intelectual formativo dentro del sistema y sus pedagogías, aun envolviéndose en su configuración interna de varios estamentos (entre los que disfrutan posiciones privilegiadas, “clase-medieras”, hasta semi-proletarias y campesinas); detentan posibilidades de organización propia con las cuales combatir al sistema por distintas banderas. Por su lugar en la vida social dentro del pueblo están llamadas a jugar un papel protagónico en la lucha de clases, máxime si logran orientarse en las líneas del proletariado y su teoría revolucionaria.
La juventud popular es sin duda otro de los destacados sectores que han dado grandes saltos en la lucha, en las fábricas y escuelas, en el combate callejero y en el debate revolucionario al seno del pueblo; su condición le permite filtrarse en todo el pueblo y abrazar las premisas socialistas. Es una parte integrante del pueblo, etapa de tránsito en la vida en que se forja las convicciones sociales, por ello la burguesía se empeña en impedir tal provisión de su carácter. A la juventud el proletariado debe tender todo su auxilio y de la cual auxiliarse para su propio trabajo de organización y lucha de clases.

Sería largo enumerar sus características y cualidades, y acaso redundante por cuanto los trabajos de nuestra revista son creados y van dirigidos para el pueblo, además de que éstas notas van encaminadas a una síntesis sobre la integridad del pueblo.

Entonces, el pueblo vive un reacomodo estructural y orgánico constantes debido a los movimientos del capital y sus propias luchas de resistencia y liberación. Es necesario ajustarnos a esta condición del pueblo bajo el capitalismo.

Una vez hecha la especificación de los componentes del pueblo, no hay motivos para perderse en el enfoque reformista de que el pueblo diluye todos sus conflictos y diferencias teniéndose que ajustar una política general complaciente con tirios y troyanos. Eso sería perderse en otra dimensión de la política burguesa discordante de la perspectiva revolucionaria y clasista.

Las clases, capas y sectores que componen el pueblo, son estructuradas por las relaciones dominantes, no son formaciones casuales o gratuitas, obedecen a sus patrones de acumulación de capital, de concentración de poderes y alienación general, sin embargo sus circunstancias y movimientos son motivo de organización para enfrentar el sistema que nos oprime a todas y todos. Esto en el ámbito de lo estructural.

En cuanto a lo orgánico, debe observarse en la praxis revolucionaria de las hijas e hijos del pueblo que el pueblo es un todo, centro de nuestra atención, cuya vida social, padecimientos y relaciones internas fungen como torrentes por los cuales se transfiere de un extremo a otro la experiencia y posibilidades de lucha contra el capitalismo. Hasta sus menores estallidos reflejan anhelos de cambio, problemáticas para su insurrección y necesidades de organización vinculante de todos sus procesos sociales.

Para quienes nos situamos en las perspectivas del proletariado como clase que coloca en su horizonte las premisas de la sociedad socialista, la democracia y el poder, reconocemos que los intereses de todo el pueblo son supremos, que deben enfilarse hasta encontrar solución revolucionaria, siendo su tendencia proletaria la sólida guía para trascender las relaciones capitalistas que subyacen en toda la sociedad.

Ahora bien, las partes integrantes del pueblo, pese a la influencia alienante del sistema, están colisionadas con la burguesía en muy distintos grados y formas, desde lo económico hasta la estructuración interna de sí mismas debiendo soportar todas las cargas de la dominación. Tales contradicciones son las que hay que poner en claro en la búsqueda de la cohesión política del pueblo contra la burguesía, y es el proletariado con sus perspectivas comunistas quien da sentido a esta tarea, más allá de la identidad general de “los oprimidos”, da proyección al movimiento de emancipación social.

Pero como ya lo advierte nuestro reparo en el argumento de diluir las condiciones internas de la existencia del pueblo en la percepción de “oprimido”; sería muy simplista pretender que estos son los únicos conflictos que detienen al pueblo en su marcha, graves contradicciones aún sin ser antagónicas lo confrontan entre sí, producto de la distribución jerarquizada de sus fuerzas, la formación de agencias de control en su seno, las relaciones económicas, de poder y de la articulación de su rol en la sociedad obstruyen dicha unidad.

Sin resolver exhaustivamente los problemas y diferencias que median entre las clases, sectores y capas del pueblo, no podrá conseguirse el paso firme de la revolución proletaria, la cual es, entre otras cosas, base primaria de dicha unidad estratégica para no perderse en fórmulas generales que alienten la defensa de algunos lineamientos que por más amplias que sean sus aspiraciones, se colocan en posiciones defensivas de corte político-social.

Llegados a este punto debemos marcar una diferencia con otra ajustada noción de pueblo, que se lo plantea  como aparición de nuevos sujetos sociales, que asegura vienen a superar viejos prejuicios, estigmas y protagonismos. No está nada mal la insurgencia de nuevos sujetos, las presiones del capitalismo se los exige, su condición social se los reclama; de eso se trata en el seno del pueblo, que sus componentes reafirmen su rol de sujetos sociales activos. La dificultad está en formularlo de tal modo que se nos proponga un tipo de anarquismo por medio del cual nunca termina de ajustarse los roles y luchas para la direccionalidad revolucionaria a menos que se degraden programas y destiñan banderas.

Las luchas y movimientos siempre han de presentar esos grados de diversidad que refrescan al pueblo, pero que reclaman su proyección revolucionaria y la identidad clasista contra toda forma de explotación y opresión.

Esta noción es retomada también por grupos de poder que se constituyen en niveles intermedios e incluso desde abajo, pero que adaptándose a las relaciones de dominación, aun cuando combaten a las tendencias oligárquicas; construyen una plataforma de pueblo (oprimidos) en donde se disuelvan sus condiciones clasistas y no encuentre cabida el paso revolucionario de la unidad proletaria y popular como un hecho de independencia de clase, sino como aspecto supeditado a estratificaciones y gradaciones de poder. Unidad que para nosotros se traduce en un reconocimiento de los nuevos niveles participativos y de direccionalidad en la lucha por el socialismo en que cada clase popular debe cumplir con importantes tareas.

Encontramos fuertes tendencias a plantearse la representatividad del pueblo (delegación del poder) para la solución de sus problemas, siguiendo distintas posturas de derecha a izquierda. Otro tanto sucede con las teorías sobre la “voluntad del pueblo” bajo la visión general de que ello conducirá a su liberación. Interpretaciones muy ajustadas sobre los movimientos sociales, creación del “bloque de los oprimidos” sin perspectivas ni visión de su naturaleza de clase, cautivando con la idea de bloque hegemónico de poder en base a una meta de justicia social enfocada a cambiar las instituciones políticas en su área ética, puesto que se argumenta que la búsqueda de la justicia implica una lógica política y no económica, sin trascender las relaciones sociales fundamentales de la sociedad. Tal es la reivindicación de la heterogeneidad de derechos y la llamada diversidad democrática para acallar los cambios revolucionarios mediante nuevos tipos de representatividad y un poder político obediencial.

Ante estas perspectivas es necesario recordar que la fetichización del poder es consecuencia del cómo están articuladas las relaciones de dominación capitalistas económicas, políticas y sociales. Mismas que impiden apreciar que la corrupción, la burocracia, la pobreza, los abusos de poder y la falta de democracia popular son fenómenos recurrentes del carácter y lógica de las relaciones dominantes con sus complementos de sub-relaciones de fuerzas y de poder en una sociedad dividida.

Sin embargo es claro que se requiere un cambio radical en la concepción de la unidad popular y del carácter orgánico de las luchas del pueblo, por ende, de la propia lucha de clases, su sentido acumulativo de fuerzas, y su postulación de un poder del pueblo (proletario por su esencia y popular por sus formas) que marche a la desaparición de todas las formas de dominación y los poderes que entrañan.

La división operada en las fuerzas constituyentes del pueblo también se presenta en sus fuerzas progresistas, democráticas y revolucionarias, demanda replantearse sus tendencias y posiciones, en especial replantearse la naturaleza de sus tareas, de sus esquemas organizativos. Así también cabe esbozarse su unidad en nuevos términos de principio y de trabajo en el seno del pueblo enfrentando resueltamente sus debilidades y relaciones de secta, afirmando la prioridad de la organización clasista y popular, subrayando la movilización social como indispensable frente a cada arremetida de las fuerzas del capital.

El trazo de las relaciones revolucionarias que deben brotar en la arena político-social del combate está pendiente y cobra enorme importancia para la revolución.