Thursday, November 28, 2013

LA CUESTIÓN INDÍGENA


Felipe Cuevas
Miembro del Partido Comunista

La cuestión indígena en la historia de nuestro país se ha querido suprimir sistemáticamente desde las altas esferas del poder, pues tal supresión es condición para asegurar el establecimiento de los modos de explotación y opresión. El estado-nación mexicano puede permitirse todo tipo de discusión al respecto, pero siempre mantiene imperturbable su condición de alienar-excluir toda agrupación social que vaya contra sus intereses y máxime las de nuestras raíces, a sus preceptos de dominación burguesa, están en su propia construcción una batalla histórica por destruir y des-poseernos de lo indígena en tanto tal, cultural, política, económica, racial y políticamente. A la vieja costumbre, aunque por otros medios, para la burguesía el mejor indio es el indio muerto.
Pese al esfuerzo persistente de los potentados del capital, sus aparatos y personeros, la cuestión indígena es un problema actual al que se han proyectado distintas perspectivas de clase. La existencia de un movimiento indígena en lucha y resistencia sustentado en doce millones de personas ligadas directamente a lazos indígenas, y rodeada por unas mayorías mexicanas vinculadas a dicha cultura es la evidencia irrefutable de la cuestión indígena.
Las alternativas que se plantean a los problemas indígenas corresponden según los intereses de clase que se ponen en juego. Es sabido que las clases en el poder empujan la  línea de siempre, que sus relaciones de dominación lleguen al extremo en torno a la formación indígena, el etnocidio a ultranza por todo tipo de medios posibles violentos, legales, diplomáticos, migraciones, desplazamientos, fragmentación territorial, violaciones, feminicidios, neomaltusianos (control de la natalidad y esterilización forzosa). Las capas medias burguesas y pequeño-burguesas en una abigarrada gama de sesudas propuestas humanitarias se empeñan en la solución mediatizada de derechos políticos, culturales y educativos, occidentalización de su vida y mentalidad.
Estas tendencias no desconociendo el problema fundamental procuran anularlo o des-incorporarlo de los otros aspectos de la cuestión indígena para restarle trascendencia y sustento, para hacer prevalecer precisamente intereses bien definidos y del mismo orden de lo que consideran lo menos importante,  la propiedad de los medios de producción y la condición indígena de la sociedad mexicana en los sentidos centrales de su vida social y su composición humana.
En este bregar con la problemática indígena vemos cómo se han formulado ideologías que obscurecen el carácter, la naturaleza de “las etnias y la nación”, una relación llamada a la subordinación de las primeras en la segunda, que a lo largo de la historia conllevó a la opresión de la clase dominante sobre nuestros pueblos y la proliferación de mecanismos de despojo. Tales fueron las condiciones históricas del desarrollo de esta integración a todas luces hegemónica de una burguesía blanca y mestiza desligada del real proceso de formación de la sociedad mexicana.
Lo cierto es que prevalece un principio firme respecto a las condiciones materiales e históricas de esta cuestión. En el alumbramiento del sistema capitalista la mayoría de las naciones se han establecido en distinto grado partiendo de una variada composición clasista, racial, tribal y étnica de sus hombres y mujeres, pero las formas de dominación generalmente tienden a establecer todo tipo de medios y procedimientos para el control de nuestros pueblos, y para nuestro caso, este fue un instrumento de la burguesía para imponer su pregonada superioridad.
La etnia sería así según la antropología eurocéntrica un grupo humano también históricamente formado sobre una base racial y tribal y con su comunidad de idioma, territorio y cultura propios, aunque limitadamente locales o disgregadas en regiones un tanto más grandes, a manera de mosaico étnico, en comparación con las características nacionales. Por ende toda etnia tendría un estatus, una estratificación social de pertenencia dentro de la pirámide del poder burgués, hasta debajo de la escala. Tómese en cuenta que las diversas etnias indígenas así consideradas en nuestro país (62 etnias indígenas) oscilan de entre varios cientos de habitantes, otras con una base de algunos miles, unas con decenas otras más con centenas de miles, y así, muy diferenciadamente en cuanto a la magnitud de sus integrantes, hasta llegar a las dos mayores que son la náhuatl con un poco más de dos millones disgregados principalmente por la zona central del país, y el poco más de millón y medio de mayas en condiciones semejantes; todo ello exhibiría su condición general de “minorías” subordinadas, sin perspectiva en los marcos de la estructura del sistema capitalista y sus relaciones de poder.
Los pueblos indígenas vistos como etnias, es decir, separados del conjunto de una población mayoritariamente integrada a los carriles hegemónicos, pero contradictoriamente ligada a esta cuestión -¿cómo negar el fondo indígena en la pintura de Siqueiros o Rivera?, ¿de qué forma comprender el ejido?, ¿cómo rechazar el español indigenizado del habla mexicana?, ¿dónde esconder los productos de origen indígena y algunas de sus formas de producir?- se han sostenido en resistencia en los márgenes de una unidad nacional mayor, manteniendo una propia y peculiar especificidad, aunque no por ello al margen de las dinámicas clasistas e históricas de la nación jugando en estas un elevado papel.
De las formaciones tribales, confederaciones tribales y las sociedades explotadoras  indias; a la actual configuración de los pueblos indígenas en México existe todo un proceso histórico en que se asimila formas no originarias de producción, distribución e intercambio, así como a nivel superestructural incorporan formas de organización social, religiosa manifestaciones culturales y de escritura entre muchas otras que vinieron a imponer su control. El hecho de que las así llamadas etnias indígenas se constituyeran en tales, y no en naciones como ha sido el curso histórico de otros países, es bastante claro, la colonización europea rompió dicho curso estableciéndose posteriormente la nacionalidad mexicana dominante de fuertes lazos para su dominación por las potencias e imponiendo a las etnias  una condición de disolución constante en el sistema capitalista. No obstante México es un país pluricultural, que mantiene una forma de sujeción sobre sus pueblos muy conveniente a la acumulación capitalista, y es ello lo que mantiene al país en esas circunstancias en cuanto a la no solución de su cuestión indígena, no permite se desarrollen elementos de nación y administración política indígena ni que estos se eleven en rectores de sus intereses.
La nación mexicana en tanto relación para la hegemonía burguesa sobre los explotados y oprimidos de las clases laboriosas y pueblos indígenas; al igual que algunas otras de América y el mundo, tiene una peculiaridad histórica derivada de la presencia de una multiplicidad de pueblos colocados en situación de exclusión y subordinación dado que sus diferencias y condiciones sociales llevaron a su opresión, lo cual ha sido una circunstancia histórica, que no es definitiva de cara a la lucha de clases y la concepción de la nación indígena. Pero hay que aclararlo, la nación mexicana es inconcebible sin sus raíces indias, europeas, asiáticas y africanas, no simplemente por el mestizaje y la variedad de sus grupos o “razas” según la vieja jerga de conquista, sino por sus aportes dados al desarrollo nacional en todos los sentidos. Ni debemos desentendernos del hecho irrefutable de que la raíz indígena está presente en la mayoría de la sociedad mexicana.
En el desarrollo histórico de la nación mexicana, no podemos hacer abstracción de éste hecho, aun cuando los pueblos indígenas existentes mantengan características propias y no compartidas con el grueso de la sociedad mexicana, como algunas formas de producción, vida colectiva y propiedad, el idioma y una envoltura cultural específica; ya que con ello no se debilita los rasgos más notables de nuestra nacionalidad como pretende la burguesía para provocar el rechazo a lo indígena y marginarlo en lo artesanal y lo arcaico, al contrario, se alimentan continuamente de esos caracteres específicos. Y por lo que concierne a las etnias indígenas, no dejan de reflejar muchos de los rasgos de la mexicanidad si se ve a esta última como integración de todas las venas indígenas del país bajo la denominación de uno de sus pueblos más avanzados de nuestra historia. Esta es una característica no general, pues en otros países los pueblos indígenas estuvieron y están al margen de todo desarrollo de nación, en muchos casos las etnias permanecen al margen de cualquier nacionalidad, aún cuando su territorio sea incorporado a algún Estado-nación, ello depende de las circunstancias históricas en las que el tipo de dominación se cierra completamente al proceso de integrarlas o de verse condicionados a aceptarla dada su rebeldía y resistencia como grupos humanos oprimidos aspirantes a la emancipación social.
En nuestro país, la contradicción entre las etnias y el Estado nacional burgués está claramente definida por el dominio de las clases explotadoras, en la base y superestructura del sistema capitalista implantado.
Cabe señalar también que algunas naciones en sus orígenes, como parte del proceso de su integración, han roto con el tema étnico sin forzar o violentar su especificidad. En el caso de nuestro país, entre las clases en el poder ha prevalecido hasta nuestros días, la integración forzosa de los pueblos indios a la vida nacional eliminando sus peculiaridades, condicionando su desarrollo social al abandono de estas. Lo anterior es un punto de diferencia con las tendencias humanitarias indigenistas que enfocan el problema sin su contexto histórico, es decir, haciendo a un lado la naturaleza del desarrollo social, sus leyes económicas y sus contradicciones de clase, para dolerse de la crueldad de los conquistadores, los colonialistas y todos los representantes de las clases explotadoras y hasta fomentar actitudes reaccionarias contra las masas trabajadoras no indígenas.
Esta situación se da a causa de un problema nodal, el de la propiedad, y específicamente aunque no únicamente, el problema de la propiedad de la tierra,  No es ningún secreto el hecho de que la rapaz sustracción de la tierra hecha a los indígenas, la creación de la gran propiedad terrateniente, el establecimiento del poder político de la democracia burguesa y la imposición de la vida social propia del sistema capitalista, son los pilares del problema indígena.
Este problema de la propiedad destaca lo siguiente: en primer lugar se pone de manifiesto la gran propiedad de la tierra, extendiéndose por un lado a la propiedad terrateniente de los grandes ganaderos y agroindustriales (cañeros, viticultores, madereros, cafetaleros, productores de maíz, jitomate, forrajes, etc.) y a las grandes empresas que desplazan a los indígenas de sus territorios, abarcando a PEMEX, la producción de electricidad, pesqueros, acaparadores, comerciantes de todo tipo de productos de los pueblos indígenas, y comerciantes en general que dirigen sus negocios particularmente a los pueblos indígenas. Y tiende sus redes  no solo al dominio de la propiedad, sino de la fuerza de trabajo indígena adulta e infantil por medio de toda una legión de contratistas por los salarios más bajos que en muchos casos llegan a la mitad de lo que se suele llamar salario mínimo por ejemplo en la cosecha de maíz, recolección de café, tomate, licores, frutas, fabricación de artículos de madera, artesanías y fibras, etc.
Por lo tanto la acción histórica emprendida contra los pueblos indios por desplazarlos, expropiarlos y explotarlos, obvio, tendría que reflejarse opresivamente contra sus rasgos raciales, culturales, religiosos y administrativos, para hacer prevalecer la gran propiedad privada y las formas de explotación que ésta implica; esta es la gran causa del atraso económico y social en general de los pueblos indios. Los patrones de explotación en la perspectiva feudal y luego capitalista e imperialista, implicaban mantenerlos en la ruina, la marginación y la ignorancia, el Cancún turístico y la administración burguesa del patrimonio histórico indígena serían entonces unas de las formas del saqueo indígena.
Frecuentemente se ha negado que los pueblos indígenas se encuentran escalonados en distintas clases sociales con intereses antagónicos y que incluso haya quienes siendo indígenas sean voraces explotadores, definitivamente no son ajenos a la división en clases sociales ni mucho menos a la lucha de clases, entre indígenas podemos ver burgueses, campesinos medios y pobres, comerciantes, artesanos, proletarios y una capa intelectual, sin embargo su estratificación de clases dista de estar muy por debajo del promedio general.
Tampoco hay que olvidar que no todos los indígenas se plantean un problema étnico, pues dolorosamente o sin dolor muchos de los que emigran se integran al grueso de la sociedad o grupos sociales afines en las nuevas condiciones en que se encuentran, en ciertos casos rompiendo paulatinamente con su conciencia étnica, o simplemente se ven obligados a romper con sus lazos culturales en sus propios lugares de origen. Esta ha sido en gran parte la salida que el sistema capitalista diseña para “solucionar” la cuestión indígena y que como sabemos es parte del etnocidio que perpetra el sistema.
El problema indígena es por lo tanto, un problema de dominación político-económico, social, cultural e histórico, cuya solución depende en primer lugar de la resolución del problema de la propiedad de los medios de producción. Las corrientes gran burguesas neoliberales y socialdemócratas, en sincronía con las tendencias pequeño-burguesas actuales; hacen a un lado ese aspecto fundamental de la cuestión indígena.
En efecto, la cuestión indígena abarca problemas étnicos de orden administrativo, educativo, cultural, racial, etc., a los cuales se ha dedicado especial atención por esas tendencias y siempre en una relación de subordinación del ente protector. No podemos más que reconocer la asiduidad con que han hecho esfuerzos por profundizar estos puntos obteniendo buenos resultados, pero siempre procurando elevarlos a primer plano  y ocultar lo fundamental, el acceso a los medios de producción en general, el acceso a la tierra y de éste modo, el derecho a un territorio autónomo con organización propia, emanada desde abajo, de democracia popular, que implique la demanda de expropiación de los terratenientes enquistados en los pueblos indios.
A su vez en la acción de desintegrar a los pueblos indios hay que destacar el papel del Ejército en términos tanto de represión como por el hecho de mantener su presencia en las zonas indígenas, al igual que por la continua absorción de su juventud para fines de reclutamiento por si fuera poco mediante una propaganda chovinista, y ya dentro de sus filas rompiendo la conciencia de etnia entre los soldados.
Pero volvamos al plano económico, la integración que plantea la burguesía es clara, desde su posición las etnias son un estorbo para penetrar los capitales a lugares que cuentan con importantes reservas de energéticos y otros recursos a los que el capital ha echado los ojos.
La “ley indígena” fue clara al respecto, se rige por los lineamientos más retrógrados de socavar la cuestión indígena por medio de la penetración capitalista, no como hecho colateral, sino como la intención central. Coadyuva a la penetración monopolista hacia los pueblos indígenas, la explotación de éstos y la sustracción de sus recursos al condicionar la defensa de los intereses gran burgueses privados y estatales, la protección a la gran propiedad de la tierra, y forzar a los indígenas jornaleros, campesinos, artesanos y su intelectualidad media a lidiar con las "libertades" capitalistas sobre las formas de propiedad, para adentrarlos aceleradamente al proceso de su pauperización y proletarización, veamos: "Acceder, con respeto a las formas y modalidades de propiedad y tenencia de la tierra establecidas en esta Constitución y a las leyes de la materia, así como a los derechos adquiridos por terceros o por integrantes de la comunidad, al uso y disfrute preferente de los recursos naturales de los lugares que habitan y ocupan las comunidades, salvo aquellos que corresponden a las áreas estratégicas, en términos de ésta Constitución.
Para estos efectos las comunidades podrán asociarse en términos de la ley." (3).
Es insuficiente pedir simplemente respeto a lo que le ha quedado a los indígenas, de esta manera se termina por aceptar toda la trama de despojos y se mutila la parte más radical y vital del programa social indígena.
La única alternativa consecuente con la problemática es la posesión plena de las zonas indígenas por los propios indígenas, es decir, tanto sus pequeñas propiedades, como sus territorios comunales y la de los grandes terratenientes, y de la posesión plena de otros medios de producción creados a expensa suya.
En el terreno político administrativo a rajatabla el régimen impone una política alevosa, de hecho niega a los pueblos indígenas el derecho a su autodeterminación, aunque tampoco las posiciones de sus movimientos han sido contundentes, pues rompiendo con ciertas características colectivistas de integración, se sujeta a la municipalización y por ese lado tendrán que vérselas con la administración política burguesa y todas sus formas opresivas, ya que avalan de esta manera las estructuras del sistema y la existencia del podrido aparato administrativo, policiaco y judicial, aun cuando se reserven algunos principios en esos terrenos, al respecto la experiencia de los llamados municipios democráticos es aleccionadora. La municipalización es una de las formas características de la administración democrático burguesa, que deja a las regiones sin posibilidad de profundizar o realizar su desarrollo, donde prevalece la defensa de la propiedad privada y de los principios del democratismo burgués, a los cuales no han escapado ni siquiera los muy afamados ayuntamientos democráticos. Ahí es donde se detuvieron los Acuerdos de San Andrés que, sin embargo, por muy mínima que resulte su contribución a la solución de la cuestión, son parte de la resistencia de los pueblos indios.
Y así, sigue la avalancha de acontecimientos al resquebrajar la más auténtica y digna demanda de posesión de los medios de producción.
La demanda del campo educativo, es fácilmente tergiversada por el Estado y la burguesía, estos últimos proponen sistemas de becas para desde su joven generación socavar las características culturales de los pueblos indígenas y sus argumentos sobre la defensa radical y proletaria de sus etnias. Se suele hablar de cierto sistema de enseñanza, un tanto libre, pero subordinado al sistema general de educación burguesa. Nos parece que la pauta es crear un sistema educativo propio de los pueblos indios, sujeto a sus propias formas y acorde a sus propias necesidades, ello no será posible si no se reúnen las condiciones materiales indispensables donde la lucha magisterial debe recoger y radicalizar su programa.
Al remarcar la preservación de sus costumbres y su “cosmovisión” (lo que no es otra cosa que la sicología común respecto al mundo, la sociedad y la vida, propia de cada pueblo), debemos cuidarnos de no caer en el oscurantismo, la superchería, y esencialmente al dominio de la mentalidad idealista pequeño-burguesa, y algunas características propias de autoritarismo, que en lugar de rescatar las aportaciones en este punto científicas, médicas, artísticas, culturales y comunitarias, se dedican a ocultarlas con una capa de misticismo indigenista contrario a la visión materialista y a la lucha de clases, pues en lugar de abrir al pueblo indígena hacia la lucha revolucionaria nacional e internacional, lo circunscribe al único fin de luchar por una parte de sus demandas que incluso irán en detrimento de su de por sí comprimida condición como grupo social.
Es cierto que el capital  busca romper con su “cosmovisión” y sus resabios de autoconsumo porque estas representan una barrera contra sus modos de vida e inevitablemente de sus mercancías. No pretendemos romper con las valiosas aportaciones de las costumbres y psicología indígena, sino que ubicamos las manifestaciones idealistas que predisponen a aceptar la opresión y explotación interna y externa.
Necesario es el auto-reconocimiento y visibilización en una orgullosa nación indígena hacia una nueva república incluyente, de un nuevo pacto social entre explotados y oprimidos. En definitiva el problema indígena se resolverá sólo con la completa expropiación de la gran propiedad de la tierra y de todos los medios de producción establecidos en los territorios reconocidos como indígenas, y su entrega a los pueblos para su usufructo colectivo, con el establecimiento de sus propias formas de gobierno democrático y popular internas partiendo de sus formas de consejo locales y regionales, con sus mecanismos de participación de primer plano en la vida nacional, con su autonomía territorial, la convivencia de iguales entre todo el pueblo mexicano, con el establecimiento de su propio sistema educativo en todos los niveles, el desarrollo de sus manifestaciones culturales progresistas.
A estas alturas es claro que la cuestión indígena sólo encontrará su solución con la instauración de una sociedad socialista democrática y popular, como única garantía firme de llevar su programa hasta el fin, pues encuentra en éste una armonía de intereses al postularse la expropiación de los medios de producción y el establecimiento de la forma de propiedad colectiva.
Sin la unidad de pensamiento y acción de los pueblos de nuestro país no es posible hablar de una solución acertada a sus problemas más profundos. La política socialdemócrata y pequeño-burguesa al seno del movimiento indígena pretende constreñirlo a su organización particular y separada del conjunto del movimiento, manteniéndolo al margen de la perspectiva revolucionaria por la expropiación de la propiedad privada y su socialización.

El movimiento indígena de resistencia y revolución, importantísimo venero para la lucha de clases, por medio de sus consejos de pueblos y sus organizaciones que aglutinan a las distintas etnias debe abanderar la lucha por la tierra, debe inclinarse a las posiciones clasistas de los oprimidos, por la posesión de otros medios de producción que hoy se encuentran en manos de la burguesía, por la autonomía territorial y por sus propias instituciones indígenas progresivas, democráticas y revolucionarias, uniendo sus luchas a las del conjunto de la clase obrera, el campesinado y pueblo en general.

Saturday, November 2, 2013

Sueño de libertad


Felipe Cuevas

El sueño emancipador se propone arrancar piedra sobre piedra la dominación sobre la sociedad. En toda la marcha del capitalismo que lo rechaza tan tajantemente, nada consigue que este anhelo se abandone, no bastan las derrotas de sus procesos para borrarlo, ni siquiera ante la conquista de algunos de sus propósitos por muy importantes que sean, la lucha por una nueva sociedad resiste por sobre todas las cosas. El sueño de libertad persiste porque es una obra histórica de los pueblos que no se agota en los marcos del espacio, los tiempos, la movilidad o el pensamiento de la civilización actual, porque existe contra ella y todo lo que representa.
La dominación con su núcleo consistente en explotar, manipular, oprimir, vejar, excluir, controlar o alienar, forja un sistema de relaciones de propiedad, de producción, de intercambio, de apropiación, de poder, de vida sometida; el principio y el fin del capitalismo para que unas clases minoritarias prevalezcan sobre las mayorías. Como se entiende, las relaciones capitalistas han sido destructoras y desintegradoras del ser social humano, aspirando el trabajo social expiran disolución social. Su matriz propiedad-producción-apropiación absorbe toda nuestra conducta social e individual, nos separa para ligarnos sólo por vía de las relaciones de intercambio que simulan reciprocidad pero entrañan desigualdad, pretenden equivalencia e imprimen inequidad, pregonan la retribución justa pero practican la depredación –evoquemos Chevrón-Texaco en Ecuador como muestra significativa–. El intercambio burgués en sí, es la simple unión de los sujetos que han sido separados para que permanezcan en los ámbitos de las contradicciones y resistencia sociales.
Sin romper dichas relaciones capitalistas, sin romper también los parámetros que con ellas se han formado en constantes cultural-políticas de discernimiento de la acción que seguirán estimulando a las primeras; no podremos, en tanto mayorías crear las generaciones que resuelvan la cuestión total de la dominación, que venzan sus funciones y manifestaciones en la sociedad con todo su escalofriante universo de antagonismos y miserias.
El capitalismo imperialista vive una circunstancia especial, la dominación que sembró y organizó para prevalecer en torno a la economía de monopolios y capital financiero, necesita reconstruirse erigiendo esferas superiores que lo estabilicen y propaguen aún más, las ambiciones globales crecen de la mano de la naturaleza expansionista del capital y sus leyes.
En general el imperialismo está reconfigurando el mundo al dictamen de prioridades donde el interés general de los pueblos queda al margen siendo motivo de preocupación el surgimiento de estallidos sociales a consecuencia de la desigual distribución de los frutos del trabajo, o de procesos populares organizados por el elemento democrático y revolucionario contra la estructura. Las medidas son evidentes, se reagrupa las oligarquías financieras (bildeberg, Foro de Davos, OMC, G-8, OCDE, G-20, banca internacional como el Barclays, UBS, Bank of America, JPMorgan Chase, BM, FMI, BCE), apenas un millar de oligarcas controlando la economía mundial mediante una intrincada red de monopolios trasnacionales de todo género. Impulsa el mando y centralización de elites políticas, económicas, culturales y militares (Ejército norteamericano, OTAN, Ejército ruso, Ejército chino); ligando riqueza y poder político en los establishment de los grandes estados. Unos cuantos cientos de trasnacionales sostienen la entidad económica mundial fusionando las economías bajo su gobernanza en forma de riqueza concentrada para su usufructo.
Igualmente la burguesía excita su fetiche mercantil mediante el consumismo y la transformación en mercancías de todo cuanto toca, tendencia que corre en toda esta estructura de que se da cuenta para estimular su mercado. Con todo ello, la sed de ganancias en las capacidades alcanzadas a través de la adquisición de acciones y la destreza inescrupulosa de las elites corporativas, con la nueva estructura de riqueza concentrada y centralizada; reconstruye el reparto del mundo, siembra el neocolonialismo financiero, redefine el papel de sus instituciones internacionales –sean públicas o privadas–, ajusta el rol de sus estados y la preponderancia de sus grupos. En este dinamismo burgués se postula cruzadas fundamentalistas para que los poderes y privilegios del gran capital sean absolutos sobre la faz de la tierra, clamando por guerras a mayor escala para redistribuir el capital y sus fuentes. La burguesía internacional acrecienta las pugnas por el control de los grandes mercados (nombrecito que abrevia nuestras naciones), ubica los desafíos hegemónicos y las rivalidades inter-imperiales, programando arrastrar a los pueblos a sus posiciones.
Es derecho inalienable de los pueblos soñar y luchar por hacerse la verdadera comunidad de mujeres y hombres plenamente libres de toda relación de dominación. Se abrió un dramático escenario de embestidas impulsadas por la clase dominante, protagonizado por los mismos poderes hegemónicos en aras de elevar su estatus mundial; los imperialistas yanquis están provocando una situación de no retorno, de la cual proyectan salir avante en superioridad de fuerzas frente a otras potencias y frente a los pueblos. La burguesía norteamericana, sus diplomacias, sus trasnacionales y sus socios más íntimos viviendo en  su peor momento de “credibilidad mundial”, habiendo recargado las secuelas de sus crisis en terceros, tomando ventaja de los éxitos de otras naciones, negociando con el hambre de los demás, triturando la búsqueda de la felicidad y ejerciendo funciones imperiales sin límites en todos los ámbitos de la vida social; enfrentan el rechazo general, preámbulo de la rebeldía de amigos y enemigos, pero también de represalias yanquis todavía más peligrosas.
Por supuesto que a esa astuta burguesía norteamericana no le importa las condenas, más que en el ángulo de aplicar sus planes, en la historia del sistema desde un inicio vislumbró su guión dominante: supo ubicar sus tareas, centrar su atención, concertar sus directrices y estrategias, agrupar sus elites, jerarquizar y fragmentar la sociedad, hacer que los enemigos de sus enemigos se enfrenten entre sí; avanzando paso a paso en la construcción de sus poderes. No vacila en movilizarse ante cualquier desafío, encubre sus fracasos perseverando en sus objetivos, así sea el último de los procesos que le toque enfrentar, hace tiempo que decidió reconfigurar la dominación a su favor para contrarrestar tanto a las olas revolucionarias como a las otras fuerzas burguesas que continuamente evocan y presionan el cambio en la correlación de fuerzas.
Hace tiempo la burguesía noteamericana reveló su lebensraum geopolítico (espacio vital en la jerga alemana que los fascistas apropiaron para sus glorias expansionistas, cada potencia tiene el suyo a mano), consistente en erigirse en controlador del capitalismo mundial, devastar a los pueblos del Medio Oriente, sitiar y desmembrar a las grandes naciones y regiones que por sus condiciones llevan a la competencia y formación de centros de poder desafiantes. Largo tiempo se supuso lo que parecía obvio, que las contradicciones imperialistas se agudizarían por las aspiraciones de potencias de segundo nivel aspirantes al primer puesto en la hegemonía mundial –sin negar tales hechos, las condiciones no les resultan propicias para lanzarse desafíos abiertos, sino con acciones calculadas, con rodeos de desgaste que eviten verse comprometidos en conflagraciones desiguales–, la ironía está en que en este proceso el primer papel corresponde a los Estados Unidos, hoy por hoy, centro de las provocaciones, espionajes e intervenciones militares, de las maniobras políticas y las trampas económicas.
El control de Eurasia no es un secreto, como el que sea ahí en donde se urden sabotajes, provocaciones, belicosidad y negocios del imperialismo yanqui para anular sus competidores. Pero en esa pesadilla están desmantelando su viejo imperio, el saqueo de Irak, Afganistán y Libia acarrean su desgaste, China acrecienta su papel como motor de la economía mundial, Rusia recupera terreno en la lucha hegemónica; por muy grandes que sean los beneficios del saqueo yanqui ya no satisfacen los requerimientos de acelerar el capitalismo norteamericano y su complejo industrial-militar, su economía de guerra requiere guerras para comerciar. El marco de debate entre el mundo unipolar, bipolar o multipolar, no parece dar clara solución al imperialismo, en todos los casos está presente el problema de la hegemonía burguesa, la guerra, la competencia capitalista, la redistribución del poder entre la oligarquía financiera internacional y todas las modalidades con que se pone en riesgo nuestra supervivencia. El sistema mundial se compone de marañas de problemas sociales irresueltos, sus matrices tienen como característica la constitución de redes agravantes.
Cada vez los intentos de presión sobre la base de estas formas de dominación hegemónica tienden a agudizar más los problemas del capitalismo en todo el mundo, aceleran otras dificultades y se combinan los conflictos que en otras áreas y regiones tienen lugar. Tal es el caso de la creciente resistencia popular en Latinoamérica frente al imperialismo con sus nuevos planes de penetración, los monopolios y las grandes burguesías locales. En plena fase de depresión económica el mundo capitalista es una madeja de problemas colisionando unos con otros sin solución definitiva en tanto no se atienda a sus causas originales. Cuanto se nos ha referenciado del África azotada por los monopolios, las grandes potencias y sus problemas internos, todo cuanto expresa la prepotencia del capital europeo decadente pero al asecho y de los padecimientos de sus pueblos, hace parte de este fenómeno del tiempo “nuestro”. La escalada de la ruta geoestratégica por unas u otras cuestiones de recursos, posiciones y territorios los imperialistas se encargaron de precisarla: pasa por países claves como Siria, Irán o Corea del Norte, además de otras regiones terrestres y marítimas. El gran capital, a los problemas del ciclo económico agrega graves condiciones para el ascenso del neofascismo financiero, prorrogando la criminal historia del imperialismo con énfasis en el discurso contra-humanístico.
Verdad que con lo anterior vemos que el capitalismo sólo da futuros sombríos –por algo los consuelos extra mundo–, que si se acaban los combustibles, que si la vida más cara, que si el pago por la civilización, que si la naturaleza no da más, en fin; la burguesía no sólo no puede, realmente no debe seguir tomando los destinos de la humanidad, las premisas sobre las que asienta su gobernanza, las relaciones sociales que impone está claro que van contra las clases laboriosas. Industrias, recursos, petróleo, minerales, alimentos, productos, tierras, selvas, bosques, mares, pueblos y sociedades; todo se degrada en vulgar objeto de control para el disfrute de las clases opulentas.
El sistema sigue su travesía de posesión global y la lucha de clases se conglomera, lo recorre en todos sus laberintos. Lucha en el seno de la misma burguesía en competencia en todos sus negocios, de sus monopolios y naciones por la hegemonía, lucha de las clases explotadas y oprimidas contra las clases dominantes, lucha de los sectores subalternos contra los superiores, lucha y resistencia de los pueblos frente a los regímenes y gobiernos burgueses, lucha del proletariado contra el sistema y sus estructuras, lucha de las organizaciones populares y revolucionarias frente al capitalismo, lucha de la juventud ante los atropellos del gran capital, la gran política y las élites, lucha de las guerrillas contra las dictaduras y gobiernos retrógradas, lucha de las capas medias frente a las condiciones del capital financiero y sus depositarios públicos, lucha de la intelectualidad por la cultura, la educación y la expresión libertaria, lucha por apertura de procesos democráticos y/o revolucionarios, lucha por la emancipación de la condición femenina, lucha religiosa de multidimensional entre el oscurantismo de ultraderecha y la defensa de los humildes, lucha de las naciones y minorías por existir con autodeterminación, lucha por la memoria histórica, lucha socialista para superar las brechas sociales entre el campo y la ciudad, lucha general para transformar los esquemas de enseñanza, lucha por la lengua propia y la dignidad humana, lucha comunista por un mundo sin dominados ni dominadores, lucha social porque no existan sujeción ni control, lucha general por derechos políticos, pos la libertad de expresión, lucha por la paz, la salud, la información, la vivienda, los servicios y seguridad social.
La lucha de clases extiende parámetros y sus formas, redimensiona el qué hacer para acabar con las relaciones de dominación en todas sus expresiones, la lucha de clases es el antagonismo de división social del trabajo expresado en la existencia entre las clases y sectores sociales, igualmente es el conflicto frente a las relaciones sociales generales creadas, es el conflicto que a nivel de la percepción cada clase o grupo posee sobre la vida social, es el conflicto en cuanto a los desafíos que las clases enfrentan, es el conflicto frente a las formas de relacionarnos con la naturaleza, es el conflicto social en torno a la condición de la naturaleza humana.
La transición revolucionaria se entiende como un largo proceso de lucha de clases en superación total del capitalismo hasta la formación de la sociedad emancipada. Por lo que puede constatar el correr de la vida, si nos apreciamos de acariciar el sueño libertario sin predeterminismo alguno; es la más difícil y compleja transición de cambio en las relaciones sociales, en las condiciones generales y en el protagonismo de las clases populares. La transición socialista, llegado el momento tomará forma de sistema y modo de producción, las condiciones que la hacen obligada y necesaria se acumulan sin cesar desde las entrañas del capitalismo: contradicciones sociales, explotación, opresión, crisis, problemas estructurales... La transición socialista es necesaria objetiva y subjetivamente al porvenir de la sociedad humana, una movilización en todos los planos hasta que finalmente la sociedad deje de estar dividida en clases.
Los intereses comprometidos son superiores a cualquier transacción, está implicada la vida social misma, y con ello el trabajo, la seguridad, soberanía, salud, educación, recursos, derechos, el futuro y nuestros fundamentos humanos que el capital ha decidido desplazar. El socialismo propone una sociedad en revolución, no es la conformación de un nuevo Estado para que éste todo lo disponga, o una revolución que no termine de construir nada, es en cambio la organización de la sociedad por las clases populares en una constante socialización de todo cuanto constituya la vida humana. Nos plantea el subvertir la dominación y el poder de las relaciones actuales, y de las minorías por las mayorías, hasta que no haya necesidad de dominación alguna.
La socialización lejos de ser un fenómeno en un solo plano, trasmite en sus grandes y pequeños ejemplos históricos por demás inconclusos, una textura orgánica sumamente entrelazada e interiorizada, colocando todas sus formas y manifestaciones en transición a la comuna. La socialización presenta niveles de configuración, en las distintas esferas de las relaciones económicas, por ejemplo en la producción, la propiedad, o la distribución, y también en el ámbito de otras relaciones como fenómeno integrador, digamos por caso la labor educativa. La preexistencia de contradicciones y antagonismos  lleva a la sociedad de transición, en ella misma la división social largamente presente reanudará los procesos de re-concentración de poderes y facultades para la dominación en nuevas condiciones, requiriéndose ofensivas y defensivas constantes para finalmente anular sus efectos y sus causas, disolviendo sus viejos preceptos. La lucha de clases entre el retorno a la dominación y la vía a la emancipación seguirá en el vientre de la sociedad socialista. El proyecto de igualdad y libertad comunista que como tal movimiento sólo cabe en estos compromisos, si se altera sus objetivos y tareas sucumbe a la dominación de la división social y todo vuelve a comenzar en otro punto de la contradicción tal como sucedió en algún momento en la ex URSS.
El capitalismo y sus modelos dan mucho brinco estando el suelo tan parejo, es verdad, heredamos sociedades capitalistas respaldadas en milenios de opresión y se nos propone cambiar al mundo primero ponerlo de cabeza para inmediatamente replantear un nuevo paradigma social. El socialismo es una sociedad de transición para resolver y superar todas las relaciones de dominación y su esencia de división social en clases y sectores. Tal reto de los pueblos exige reenfocar la lucha estratégica frente a las dificultades históricas impidiendo que devengan en tendencias claudicantes ante el sistema de relaciones opresoras, donde las concesiones obligadas sólo tengan que ver con la reunión de mejores condiciones para el combate revolucionario. Ratificamos a riesgo de que quizá pueda resultar repetitivo, que de acuerdo con el proyecto socialista el reto se extiende a construir una sociedad con parámetros diferentes e inmunes a la descomposición del capital sobre la base de la fraternidad, el interés común, el colectivismo, el poder popular y el desarrollo integral del individuo.
La geoestrategia concreta de los pueblos oprimidos es tejer relaciones revolucionarias en consonancia con sus intereses sociales, amén de instalar un sistema internacional de emancipación socialista, colocándose en condición de conducir la socialización, organizados de manera eficaz y racional bajo el mejor empleo de sus fuerzas. La táctica y estrategia revolucionarias cubren parte de la inmensa tarea, todavía consideraríamos que se requiere una visión y acción más refinadas en el detalle y en una geopolítica marxista-leninista más allá de la actitud contestataria.
La socialización nos ofrece romper los lazos del sistema capitalista, comenzando por su médula, la propiedad privada, la ley del valor y las relaciones económicas en su entorno. La expropiación de las clases explotadoras es el paso obligado a la formación del modo de producción socialista, podrá sonar simplista pero es el invitado obligado, no hay socialismo original al margen. Cuanto trasfondo encierran las relaciones económicas del capitalismo debe ser desmantelado creando al paso mecanismos de organización-control social vitales a la dirección popular de la transición revolucionaria. La propiedad social en todas sus formas será la base de nuevas relaciones económicas forjadas por las clases trabajadoras. Es conveniente replantearnos el contenido de esas condiciones para adquirir el verdadero poder económico de las clases trabajadoras: posesión de los medios de producción, manejo de los mismos, posicionamiento sobre sus objetivos, planificación general, control económico obrero y popular en sus formas estatales o cooperativistas. Nada de ello puede realizarse sin considerar que las bases del socialismo implican la socialización de los medios de producción, la democracia clasista proletario-popular y la conciencia, en principio porque se vuelcan sobre sí mismas, o en otras palabras, relaciones económicas revolucionarias involucran su democratización profunda y un abordaje consciente de toda su esencia.
Los problemas del socialismo son de diversa índole, son prácticos (clases y sectores en disputa, revolución e implantación), teóricos (esto es, políticos, conceptuales y de interpretación), son objetivos y subjetivos (es decir, sobre la base de sus condiciones materiales y de la conciencia social). Sin duda son monumentales, en lugar de disminuirlos o simplificarlos es conveniente abarcarlos, en vez de encajonarlos en una idea o molde hay que verlos en sus complejas dimensiones. Particularmente las clases opresoras se empeñan por restringirlos desacreditar al socialismo declarándolo producto con caducidad vencida, un trastorno de la conciencia radical en un mundo sin lugar para las utopías; lo hacen para así evitar que se agite ante nosotros y nosotras como problemática socialista íntegra, pero de esto ya se nos ha dicho demasiado y circulan por todas partes suficientes buenas respuestas.
La acción socialista o lucha revolucionaria emancipadora aún en su sentido más práctico de los momentos álgidos siempre debe comprender al conjunto de sus procesos, sus preocupaciones y búsqueda de los mejores medios o perspectivas para su desarrollo. Su debate es fuente de enseñanza tanto por el acierto o por el error que pueda contener, tan necesario y obligado el uno como el otro, para la emancipación nada está agotado, no hay tema finiquitado, ni sobre su historia pasada ni sobre la actual. No podemos comportarnos como aquellas burguesías que entre la expiación y el pragmatismo mercantil de propios y extraños, después de violentar un país lo llevaron a firmar un contrato de compra-venta por la mitad de su territorio y cantar toda resistencia como resentimiento, cuanto en todo esto sigue fresca la cuestión del despojo como política permanente hasta nuestros días en la forja de la dominación; mucho menos podemos sesgar o mochar la historia de la lucha por la transición revolucionaria socialista, ni su claroscuro dentro de la lucha de clases, el prejuicio es fácil y el daño sin límites cuando el acento se carga con preferencias en lugar de abrirse al proceso en toda su complejidad a fin de que la teoría revolucionaria se desarrolle en lugar de volverse una corriente más se conciba fuerte o débil.
La teoría revolucionaria enfrenta la secuencia divisoria de corrientes, cada vez más numerosas frente al sistema de relaciones sociales generales con la formación de clases y sectores en segmentación permanentemente apreciando la vida social desde sus ámbitos para generar visiones más y más particulares a sus específicas condiciones de circunstancia. Ante sí se presentan las cuestiones de su misión, su cualificación, de su visualización global de la lucha de clases, del desprendimiento a la superación interna de todo cuanto está por fuera de su premisa emancipadora o que le ata a los mecanismos de la relación dominante, hasta en sus íntimos detalles y ejercicios, así en lo material como de los patrones mentales “competitivos”, y la cuestión de aplicarse en la confección revolucionaria de todas sus tareas de conciencia. El socialismo es una teoría y práctica de la emancipación, debiendo resolver toda la problemática que le surge al respecto, realizable en el marco general de un movimiento y debate  tan amplio y abierto como profundo y claro sea posible.
Diversa es la temática de la transición revolucionaria, cúmulos de experiencias y sistematizaciones se consignan unas sobre otras, es un proceso infinito del cual es embarazoso sustraerse, son recargas en los dominios del pensamiento, es necesario que se replanteen a la luz de sus particulares circunstancias; pero bueno, mientras llega ese día bien cabe un ejercicio de apreciación sobre los contenidos de la transición socialista.
Observemos el carácter transitorio, el socialismo está reconocido como una fase social cambiante, ajustada a las tareas de suprimir toda explotación y opresión, toda existencia de clases sociales y todo antagonismo social. Acabar con todas las relaciones de dominación es su meta, no es una sociedad que por obra de un movimiento revolucionario previo haya eliminado estas condiciones, a menos que se tome de referencia única y exclusivamente los aspectos más escandalosos del sistema precedente, en cuyo caso abandonaría las tareas a medio realizar, inaugurando un proceso de reposicionamiento paulatino de los vínculos sociales de dominación. El socialismo es el propio movimiento de los pueblos, con sus clases de vanguardia, apegado a una labor constante de resolver los problemas sociales generales y de incorporación masiva a las labores de creación social. No debe limitarse a una buena gobernanza de los de abajo contra los de arriba, no puede derivar en los mecanismos elitistas heredados del capitalismo; es una sociedad para eliminar uno a uno los antagonismos, las contradicciones sociales todavía en su seno, es un proyecto de realización proletaria y popular.
Pero ya no hay que seguir valorando estos problemas como estrictos actos de “falsa conciencia socialista” –por usar un nombre sutil–  sin antes percibir lo mucho que ellos sugieren lo inacabado de la batalla. Una batalla medida con parámetros clásicos del viejo modo en que han sido ejecutadas las condiciones sociales en cuanto a lo eterno (el capitalismo a su vez se declaró eterno) y el establecimiento de algo en ley inamovible por la conquista de una nueva posición de supremacía (incrustación de relaciones de poder en el marco de la división social remanente), que afectaron y afectarán a todo proceso revolucionario para lo cual deberá replantearse objetivos y acciones específicas. Cada cual querrá ver la encarnación de esos demonios, entre sus enemigos, pero para no andar con eso del que tire la primera piedra, esa misma condición se nos presenta por la sencilla razón que es un problema social y no de tendencia, aunque con sus cosas para apuntarse o desentenderse, de que las hay las hay. Estas cuestiones de paralización revolucionaria se presentan por partida doble ya sea que se proclame la solución completa de sus objetivos o que se indique superado su horizonte a modo de paralizar su avance. Los socialismos alternos al consumismo o la proclamada competencia socialismo-capitalismo, merecen ser reevaluados en cuanto a que diluyen el sentido liberador pleno.
Los temas de la base material y técnica del socialismo forman parte de una gran cantidad del debate. La nueva sociedad requiere disponer del grueso de sus fuerzas materiales a no ser que desee lidiar eternamente con sus enemigos jurados y sucumbir ante ellos por la presencia reiterada de las reglas del juego expoliador. Considerada un requisito de la transición, la base material y técnica debe prevalecer sobre su reduccionismo y su tratamiento como objeto inerte, toda creación disparará la socialización y capacidades humanas de emancipación. La propiedad colectiva de los medios de producción y su avance, aparece en distintas formas respecto del conjunto de formas de propiedad, pero no puede ser tal, si no es plena posesión de la sociedad sobre sus recursos y en la forma más adecuada a sus características y necesidades. La coexistencia de formas de propiedad capitalista-socialista y sus pautas operativas siempre será un fenómeno temporal dado el grado de contradicción y conflicto que entrañan para el cambio revolucionario. Independientemente de las formas que adopte la propiedad social, su eje gira en torno al control,  la organización y dirección popular a la que estará supeditada toda centralización operativa por más revolucionaria que ésta sea. Las nuevas relaciones de propiedad y producción enfrentan la meta de expresar la cooperación, la comuna, el colectivismo y el trabajo liberador asimilándole sus características y amplios derechos. Una revolución que trascienda al proceso científico-técnica humanizante de las funciones vitales de las clases trabajadoras, es posible fuera de los patrones capitalistas con sus consecuencias socioeconómicas y ambientales. La implantación de leyes económicas y sus categorías tampoco resuelven tecnocráticamente las pautas del socialismo; sin embargo junto a la formación del Estado proletario, constituyen firmes posicionamientos para la lucha y transición revolucionaria de la sociedad, preparan la conformación de relaciones generales socialistas.
Sobre el Estado y la sociedad brotan poderosas fuerzas, se ven  implicados los contenidos y carácter del poder político, las relaciones políticas en el seno de los pueblos y los instrumentos fundamentales para construir un cuasi Estado, cuya finalidad sea coadyuvar al proceso revolucionario en todos los espacios de la vida. Cambia la apreciación en la naturaleza del Estado, de ente separado a instancia constituida por las clases y sectores oprimidos a través de medios orgánicos y democráticos, de la representación a la participación dirigente. La premisa de dirección del aparato estatal cambia por cuanto se proclama estado de las clases explotadas, son éstas quienes enfrentan el reto de dirigir su Estado, lo encarnan para mandar obedeciendo. El nuevo Estado indispensable a la transición será un instrumento de la mayor movilización de sus fuerzas y sus agentes sociales, será motivo de la mayor vigilancia sujeto a control popular y remoción de sus extravíos, será instrumento de la lucha de clases para la emancipación social.
Las dificultades de la construcción del socialismo se contextualizan en las condiciones que el capitalismo fundó, así como en la resistencia y existencia de relaciones y leyes socioeconómicas como la del valor y las mercantiles –entre otros temas, hicieron del dinero una necesidad en sí misma–, los modelos económicos de acumulación preestablecidos, las intrincadas conexiones de las clases sociales y de los medios de dominación social, que encuentran otros escenarios donde no son anulados del todo, pudiendo hacerse de los medios adecuados para su recuperación. Con estos precedentes sin borrar, y las mismas condiciones que se desarrollan dentro de la sociedad en formación; se objetiva el burocratismo, las relaciones de poder, los controles de la esfera económica y estatal y el rechazo a la democracia popular. Toda estructura social compleja tiende a la formación  burocrática como vehículo de retorno a posiciones privilegiadas que paulatinamente se trastocan en típicas relaciones burguesas. Su organización y división del trabajo instrumentan el proceso de configuración de aparatos políticos, económicos y militares en ese sentido, cuya deformación es una contingencia lamentablemente demostrada. Los debates históricos sobre totalitarismo o burocratismo pocas veces son “puros”, generalmente presentan interpretaciones tendenciosas que avancen a una comprensión cabal del problema y sus dimensiones, se consuelan con chivos expiatorios, porque la cuestión es extremadamente difícil de solucionar.
Reescribir la gama de pilares de la construcción socialista en este espacio es un ejercicio innecesario, de esto hay demasiados referentes, sólo nos centraremos en elementos de interés sobre la problemática de la transición socialista, y en esa medida lógicamente se toman en consideración sus aspectos. Las dificultades del socialismo se presentan porque se está en los límites turbulentos de las reglas e intereses de la formación social capitalista resistente a su salida del escenario, condiciones que la revolución socialista debe subvertir. Dichas condiciones como se viene esbozando, se encuentran tanto en el orden material de la organización monopolista de la sociedad, la acumulación de capital y el complejo entramado de las funciones del sistema social, como en el orden de las ideas dominantes como suele decirse, pero todavía más, en el seno mismo de la estructuración del cuerpo social de dominación del hombre por el hombre, desde lo micro cuya historia ha sido más prolongada que la del capitalismo; que en conjunto componen el orden social existente. Particularmente la lucha por la emancipación de la mujer toca los sistemas capitalista y patriarcal, el segundo con peso milenario con el que se ha incrustado profundamente en la organización social, dudosa de superar con una política de atención y mejoramiento de sus condiciones. Estos fenómenos no se desplazarán en un dos por tres, la lucha se sucederá consonantemente de una a otra esfera, adelantando procesos de revolución material, con ideológicos y orgánicos, y de estos a lo material.
Por su parte hay que mirar la verdad de frente, evitar el pecado de soberbia u oportunismo para reconocer que en el socialismo se encontrarán condiciones para el desenvolvimiento de la división social y sus contradicciones. En el seno mismo de sus logros se potencian estructuras de clases, sectores y grupos, pues en la formación del Estado, en el desarrollo de su economía, la concentración de la producción, los controles para las distintas relaciones económicas e incluso del poder político; largo tiempo sobreviven los fenómenos de corrupción, jerarquización, división entre trabajo manual e intelectual, tendencias de poder político y sus instancias, de la relación dirigentes-dirigidos, y en el seno mismo del vínculo individuo-grupo a las que habrá que prestar atención.
El problema de las relaciones de dominación filtradas durante la transición y su lucha de clases se manifiesta en forma de: sabotaje, pugna de las clases opresoras, burocracia, autoritarismo, corrupción, poder, control desde arriba, imposiciones antidemocráticas, dogmatismo, estatus, jerarquías, elitismo, y la costra del establishment. Se trata de un nuevo plano de la contradicción social, apenas se resuelva el tema de la propiedad de los medios de producción (poder económico), retoñará con fuerza esta gran lucha de los pueblos sobre toda la naturaleza de la actividad política. El poder político popular se presenta como clamor por un tipo especial de democracia, teniendo que enfrentarse a todo cuanto se le oponga. La formación moral y ética es parte de la solución, pero sin consolidar las nuevas relaciones generales revolucionarias de intervención legítima y normal del pueblo en los asuntos públicos, se extravía en la apologética inconsecuente, mayormente si no se cambian los sujetos ya arraigados en los mecanismos de conducta burguesa, representantes de la burguesía y se confía a ellos el sueño emancipador. Ampliar constantemente el radio de participación en las decisiones y cumplimiento de sus metas, los medios asamblearios y todos los instrumentos de organización clasista y popular son necesarios, y con ello, todavía es vital que la creatividad individual-colectiva tenga lugar, que las iniciativas se siembren y adquieran posibilidades plenas de realizarse.
No basta tener buenas dirigencias en sentido de su compromiso si estas hacen lo que les plazca sin consultas ni controles, este riesgo venido de las entrañas del despotismo burgués a través de los medios tradicionales de mando, deforma toda labor centralizante por muy necesaria que sea, desvincula y divide, sembrando la apatía fractura el protagonismo popular va tejiendo mecanismos autoritarios que en otro momento se impondrán a escalas mayores.los proletarios deben ser garantes de su organización, saber de los peligros que a esta le acechan, afrontarlos, en la escuela del sindicalismo pueden registrarse el economicismo o la formación de grupos de presión entre otros, en la sociedad en transición no se ha estado libre de estos males, grandes partidos revolucionarios sucumbieron una vez que se aislaron de sus bases, que se instalaron o al menos sus cúpulas, para disfrutar de beneficios a costa de otros, o que penosamente perdieron la perspectiva cuando se invisibilizaron las tramas complicadas de la moderna dominación social.
El socialismo es transitable para los pueblos que sueñan y luchan por la emancipación revolucionaria, su iniciativa, alianzas y emprendimiento sobre estas cuestiones es importante. Las revolucionarias y revolucionarios, tienen a cuestas una mayor responsabilidad política de percepción clasista sobre esta perspectiva. En el marco de sus organizaciones revolucionarias replanteando sus problemas comunes, todo el conjunto popular avanzará consecuentemente hasta vencer. Hay que llevar la conciencia al ámbito de esta problemática de la transición, liquidar las racionalizaciones y razones de estructuras al margen del interés supremo. La cuestión de las ideas, conductas y tendencias hacia la promoción de relaciones propias del capitalismo es un fenómeno global que nos afecta, hace parte de las condiciones de dominación, que como tales deben llevarnos a métodos adecuados en su atención. Por tanto la tarea en el marco de nuestras actuales condiciones merece atenderse desde ahora en el seno de la lucha de clases dentro del capitalismo ensayando las normas de la socialización revolucionaria. A esta altura se requiere un esfuerzo mancomunado que resalte la trascendencia del socialismo para la lucha popular.