Fernando Cajas.
La carretera desde la Ciudad de Guatemala hacia Izabal revela paisajes transformados: minas de materiales de construcción y otras explotaciones que extraen recursos sin que nunca sepamos su impacto completo. Pasamos por El Progreso, colindante con Zacapa, donde emerge el río Motagua, símbolo de nuestra identidad nacional, por tanto recuerdo doloroso, cuando los militares tiraban en sus aguas los cadáveres de quienes querían un mejor país y que ahora se ha convertido en un verdadero drenaje, enviando al bello Atlántico plásticos y basura en todas las formas y tamaños.
Luego, en Los Amates, recordamos el devastador terremoto de 1976, con más de 23,000 vidas perdidas, desencadenado por la falla Motagua-Polochic, la misma que dio origen a la cuenca del lago de Izabal y su conexión con el Río Dulce.
La teoría de las placas tectónicas, surgida apenas en los años 60, 1967, nos ayuda a entender estos fenómenos: Guatemala se encuentra en el límite de placas, donde la tierra se mueve y crea bellezas como este lago ancho, lleno de vida y una enorme diversidad biológica y cultural.
El lago de Izabal, el más grande de Guatemala con aproximadamente setecientos kilómetros cuadrados de superficie, es un paraíso de biodiversidad. Sus principales afluentes, los ríos Polochic y Cahabón, lo alimentan antes de desembocar en el Atlántico vía Río Dulce. Alrededor de su cuenca de más de ocho mil kilómetros cuadrados, se extienden unos 20 municipios con comunidades mayas q’eqchi’, garífunas en Livingston y playas que atraen a visitantes. Es hogar del manatí, peces y aves, un ecosistema vital para la pesca y el turismo, un verdadero tesoro para la vida y para el turismo, así como la vida cotidiana de la bella gente que lo habita.
Sin embargo, este lago sufre el mismo abandono que el lago de Atitlán y el casi destruido lago de Amatitlán. Estudios de la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del lago de Izabal y Río Dulce (AMASURLI), entre 2005 y 2014, confirmaron su estado eutrófico: exceso de nutrientes que provocan proliferación de algas y reducción de oxígeno, lo que permanentemente tiene ya el lago de Amatitlán y periódicamente emerge en el lago de Atitlán.
Las causas de esta eutroficación, exceso de nutrientes, principalmente nitrógeno y fósforo, son múltiples: deforestación para agricultura intensiva (como palma africana y caña de azúcar), descargas de aguas residuales sin tratamiento de parte de comunidades, hoteles y comercios así como la triste contaminación por minería, como la explotación de níquel en El Estor (Proyecto Fénix de CGN), que ha generado derrames de sedimentos y metales pesados, documentados en incidentes como el agua rojiza en años pasados.
Esta es una historia que llora sangre en Guatemala: aprovechamos estos parajes sin responsabilidad colectiva. Aunque hay esfuerzos como campañas de AMASURLI para educación ambiental y monitoreo, falta una regulación estricta que obligue al tratamiento de efluentes y al manejo sostenible.
Hoy, en 2025, el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales lidera el Proceso Nacional del Agua, con una propuesta de Ley de Aguas ya presentada para consulta pública. Esta iniciativa busca priorizar el tratamiento de aguas residuales, el reúso y la protección de cuencas como la de Izabal. Es una oportunidad histórica para fortalecer entidades como AMASURLI, regular impactos de industrias y agricultura, e involucrar a comunidades locales en la gobernanza.
Ya es hora de actuar con seriedad. No solo critiquemos: apoyemos esta ley, exijamos su mejora con voces de pescadores, indígenas y expertos. Salvemos al bello lago de Izabal antes de que sea tarde. Nuestro país no puede seguir perdiendo sus fuentes de agua limpia. Ojalá esta propuesta se convierta en realidad y marque el inicio de una gestión responsable de nuestra agua y ecosistemas. Participemos en la discusión y mejora de la ley de aguas para que lagos como el de Izabal puedan ser rescatados. Hagámoslo ahora guatemaltecos, porque si no es ahora, no será nunca.
No comments:
Post a Comment