Friday, December 19, 2025

25 para el 25: La cultura de la lectura.

 Fernando Cajas.


Esta semana, el presidente Bernardo Arévalo viajó al frío clima de Quetzaltenango, la Cuna de la Cultura, a inaugurar el programa «25 para el 25», iniciativa regional que distribuye gratuitamente 2.5 millones de ejemplares de una colección de 27 títulos latinoamericanos, principalmente a jóvenes de 15 a 30 años. El programa nace de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum y es impulsado por el Fondo de Cultura Económica, en colaboración con gobiernos, editoriales y organismos de varios países de América Latina.

¡Qué belleza de programa!

Imagine el lector que los jóvenes latinoamericanos tengan acceso gratuito a obras como las de Gabriel García Márquez —Crónica de una muerte anunciada o El coronel no tiene quien le escriba—, joyas del realismo mágico. Esta colección nos ofrece un panorama rico de la literatura de nuestro continente, desde México hasta el sur. Así, el gobierno de Guatemala puede —y debe— tomar esta chispa para enfocarse en nuestros escritores, adaptando el programa y haciendo accesibles sus obras de forma gratuita.

Ojalá tengamos libros de papel de nuestro Nobel Miguel Ángel Asturias, las novelas históricas de José Milla y Vidaurre —maestro comparable al peruano Ricardo Palma en su delicadeza costumbrista, analizado profundamente por nuestro premio nacional Mario Alberto Carrera, columnista de La Hora, fallecido en este frío diciembre de 2025, cuyo legado cultural invaluable merecemos los guatemaltecos de manera gratuita—.

Sería hermoso un programa guatemalteco, dirigido por las ministras de Educación y Cultura, que nos conecte con nuestra cultura viva: voces contemporáneas como Carolina Escobar Sarti y Carmen Matute, y pioneras que abrieron camino en las letras machistas, como Margarita Carrera, Luz Méndez de la Vega y Alaíde Foppa. Ellas nos invitan a reflexionar sobre la Guatemala agresiva que nuestra historia ha construido, y cómo la literatura, la novela y la poesía nos ayudan a entenderla, procesarla y superarla.

La realidad guatemalteca es triste en comprensión lectora: según informes del Ministerio de Educación, en evaluaciones de graduados de secundaria de 2024, solo alrededor del 35% alcanzó niveles satisfactorio y excelente. Es decir, el 65% no lee de manera efectiva. Esto es grave. Debemos mejorar la lectura crítica, dentro y fuera de la escuela.

El «25 para el 25» —con su colección de 27 títulos— debe ser el arranque para replantear la lectura en nuestra cultura. A pesar de esfuerzos como la Filgua, que Raúl Figueroa Sarti ha sostenido por años, en las escuelas debemos basar la enseñanza en investigación científica sobre el aprendizaje de la lectura, dejando atrás métodos empíricos.

Como escribí en mi columna del 2 de julio de 2025: «El libro no existe si no existe una comunidad de lectores, lectores que conozcan las normas de la lectura con la que el libro fue escrito, porque al fin el libro solamente es el medio usado por la escritora o el escritor para trasladar un diálogo pospuesto hasta que aparezca un lector que quiera conversar con él o con ella, el escritor o la escritora». Leer es una práctica social, orientada a fines. Por eso, el programa debe promover grupos y círculos de lectura, dentro y fuera de la escuela, con colaboración entre los ministerios de Educación y Cultura.

Ahora debemos crear nuestro propio programa: el Programa de Lectura Xelajú, para distribuir obras de autores guatemaltecos, hombres y mujeres, replanteando nuestra cultura en toda su diversidad, incluyendo voces indígenas y rurales. Motivemos a escritores a compartir su voz en todo el país, como los poemas de Otto René Castillo —«Vamos patria a caminar»— o la bella prosa del quetzalteco Carlos López Loarca en Acercándose a los dioses o la prosa de Humberto Ak’abal en quiché y español en un ritmo de encuentro de pájaros cantando. 

Me alegra que el presidente Arévalo haya inaugurado esto en Quetzaltenango. Ahora, hagamos un plan concreto: mejorar la lectura crítica con acciones como ayuda financiera, logística y técnica a escritores para imprimir obras; crear círculos de lectores; y empezar quitando impuestos a importación y venta de libros —medida que existió en gobiernos pasados, no precisamente progresistas–.

El camino parece claro, pero es complejo ante la enorme diversidad guatemalteca, donde las escuelas rurales enfrentan abandono y desafíos logísticos. Aun así, hay que hacerlo, como dice Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar». La práctica social de la lectura requiere inversión, motivación e investigación científica para ser efectiva y pertinente. Salgamos de ese oscuro 65% que no lee críticamente, porque sin lectores no habrá democracia sólida, esa huidiza democracia nuestra. Hagámoslo con urgencia, como cuando bebemos agua fresca o cuando tenemos sed. Hagámoslo ahora, porque si no es ahora, no será nunca.

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