Hambre
de pan y hambre de ganancias en la epidemia.
Carlos Figueroa Ibarra.
La pandemia y el confinamiento y distancia social
(cuarentena) que se han tomado para combatirla han generado dos tipos de
hambre. El hambre de los de abajo, de los trabajadores (principalmente los
precarizados), los informales, los desempleados, los pobres de la ciudad y del
campo. También se ha desatado otro tipo de hambre, el hambre de los de arriba,
la de la gran mayoría de empresarios que resienten los efectos del
confinamiento social en sus negocios. La primera es un hambre de pan, la
segunda es un hambre de ganancias. Como siempre sucede, el discurso de los de
arriba usa el hambre de pan para defender el hambre de ganancia. Clama por los
estragos que está teniendo la cuarentena en cientos de millones de personas en
el planeta. En realidad lo que más le preocupa es que sus utilidades están
mermadas o peor aún semiparalizadas.
El empresariado encontró en el modelo sueco para
combatir la peste, el ideal para no ver afectados sus intereses. En Suecia, un
país desarrollado con 10 millones de habitantes, los epidemiólogos han aplicado
una suave y voluntaria distancia social y le han apostado a la “inmunidad de
rebaño”: esto es que la mayor parte de la población (60-80%) se contagie, se
inmunice y el SARS-CoV-2 dejé de ser un problema. Dicho modelo dicen sus defensores,
no afectará a la economía ni al empleo. No dicen que hasta el 12 de mayo Suecia
con 10 millones de habitantes reportaba 3,313 muertos (12% de letalidad)
mientras que sus nórdicos vecinos que aplicaron el confinamiento, reportaban
mucho menos: Finlandia (5.5 millones de habitantes: 267 muertos, 4.5%), Noruega
(5.3 millones: 217, 2.7%), Dinamarca (5.8 millones: 529, 5%), Islandia
(364,134: 10, 0.56%).
Un artículo publicado en The New York Times
publicado en abril defendiendo la “inmunidad de rebaño, cínicamente acepta que
la “Madre Naturaleza premia a los que se adaptan mejor” y que esa vía es lo
mejor para la economía y los negocios. La campaña por la inmunidad de rebaño
hace valer opiniones como las de Johan Giesecke (“el máximo epidemiólogo sueco”)
o en México las de un infectólogo (Alejandro Macías) que defiende que el 80% de
los mexicanos deben contagiarse. Giesecke no dice mucho de la alta tasa de
letalidad en Suecia ni Macías dice nada del hecho de que el 75% de la población
mexicana es obesa, 25% es hipertensa y 10% diabética, ni tampoco menciona el
colapso hospitalario que provocaría lo que recomienda.
Detrás de la defensa de la “inmunidad de rebaño”
está la lógica codiciosa de la ganancia. Pero también la lógica malthusiana y
darwinista social que postula que la población debe reducirse a través de la
muerte de los menos aptos.
La defensa empresarial de la inmunidad de rebaño
(inevitable a largo plazo) revela el ímpetu ineludible del capitalismo
neoliberal: la maximización de la ganancia. Aunque esto implique el sacrificio
de la humanidad y la depredación brutal de la naturaleza. Finalmente, el virus
es democrático (todos estamos expuestos) pero también es clasista y selectivo
(mata a los más vulnerables).
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