Thursday, September 16, 2010

LA IDENTIDAD DEL SUJETO HISTÓRICO

“El sistema de la igualdad representa no sólo las
mayores ventajas, sino también la estricta justicia...
Cada hombre es un eslabón, y un eslabón
indispensable en la cadena de efectos que parte de una
idea para llegar, tal vez, a la producción de una pieza
de paño”
Karl Marx

En el tránsito entre el pensamiento ilustrado eurocéntrico y las figuras más destacadas del pensamiento romántico alemán, se recuperan algunas tesis de Federico Hegel (1770-1831), que nos permitan entender su propuesta metodológica acerca de la cultura en la identidad del sujeto apreciando las diferencias y relaciones en la constitución consciente e inconsciente del ser; se expone con la intención de contextuar esta identidad histórica particular en una época determinada, que marca al sujeto concreto, en su espacio y tiempo específicos. En este sentido se toman los siguientes referentes, que permitan distinguir, cuáles son algunas de las aportaciones en la teoría hegeliana al respecto, en torno al debate entre el iluminismo y el romanticismo ilustrado, que da cuenta de la identidad cultural del sujeto; desarrollada esta concepción en la dialéctica hegeliana del contexto de la filosofía alemana, lo cual trasciende en la concepción filosófica de la época romántica acerca de la cultura[1].
Es necesario indicar antes, que para Hegel, la cultura representa el sentido del desarrollo de la consciencia del sujeto en sí (como ente individual) en un para sí (el sentido colectivo), a través de la como la eticidad[2] máxima expresión espiritual representado por Lenin y Gramsci, quienes entienden a la cultura como ideología y como “concepción del mundo”.
[1] En distintas disciplinas la Ética, significa: ‘costumbre’ en la tradición empirista; virtudes éticas en los hábitos o tendencias (justicia, amistad, valor etc.), como el modo de ser; se diferencian también las virtudes de la inteligencia o de la razón (sabiduría, prudencia) así es conceptuada la ética por Aristóteles de la cultura de un pueblo, .que encarna su lucha en el reconocimiento del derecho o no, en ese ser como se es. En este entramado vale indicar que Hegel estudió teología con Schelling, otro romántico de su época, que hace una propuesta educativa con base en el sentido del arte.
Lo que caracteriza a Hegel, como pensador romántico, permite apreciar las características concretas de los rasgos del romanticismo, pues el pensamiento hegeliano representa una fuerte tendencia a lo y una decidida afirmación del poder del pensamiento y de la razón frente a la vaga nebulosa del sentimiento y de la intuición intelectual, como sentido cultural que centra la razón del sujeto. Según Hegel la Filosofía es el saber absoluto, pero este saber no es dado de una sola vez en su origen, sino en el final de un desarrollo finito (concreto) e infinito (incierto), que desde las formas inferiores se eleva hasta las superiores dialécticamente, con lo cual refiere al sujeto histórico en su proceso de autoconciencia e identidad en sí, para transitar a una definición para sí, es decir en un ideal colectivo, de universalidad absoluta, condensado en la eticidad del sujeto, como máxima expresión cultural, sólo en el contexto de las ideas.
Es importante destacar que cada uno de los pensamientos filosóficos de la época ilustrada en su producción, valoración, tradiciones y costumbres, dan cuenta del sentido cultural, que marcan un hito en las representaciones sociales, pero a la vez son la síntesis más plena de las formas de vida cotidianas en las relaciones de poder y de lucha por el reconocimiento social del sujeto histórico y sobre todo individual, en el contexto de la cultura romántica del sujeto, por ser esta definición del derecho individual, la punta de lanza de las conquistas de la época moderna, encabezada por la burguesía ilustrada de la época.
Al sistema de ideas hegeliano le interesa mostrar la sucesión de las diferentes formas o fenómenos de la conciencia, hasta llegar al saber absoluto, que es el tema de la Fenomenología del Espíritu como introducción al sistema total de la ciencia. Pues la ciencia para Hegel es esencialmente sistemática; la ciencia consiste en nociones que se derivan unas de otras de un modo necesario en el entramado de la cultura. Porque la única forma en que puede existir la verdad es, dice Hegel, , desde la lógica de la modernidad que le da sentido a las pertenencias del sujeto individual y colectivo de esta totalidad.
El método de esta concepción hegeliana, se fundamenta en el método dialéctico, o método de la evolución interna de los conceptos según el modelo de ‘tesis-antítesis-síntesis’, que recupera de Fichte en el sentido de la identidad como negación y afirmación del sujeto histórico; porque en el método dialéctico el error aparece como un momento evolutivo de la verdad, y ahí se ubica el descentramiento cultural del sujeto de la modernidad, ya que la verdad conserva y a la vez supera el error en el momento del autoreconocimiento, sólo como idea filosófica, pero no como praxis transformadora de sus condiciones de vida. Pues en la expresión cultural hegeliana, sólo es en el mundo de las ideas, que se genera y desarrolla como un ideal interiorizado, en una asunción, si bien responsable del sujeto, sólo está encarnada en el espíritu universal y particular abstracto, como plantea el pensamiento idealista de Hegel, con todo un sentido histórico y filosófico, que plasma las representaciones espirituales del pensamiento de su época interiorizada en las representaciones particulares del sentido de vida y de las estructuras cognitivas captadas y producidas en la cultura idealista de ese espíritu de la época.
Porque para Hegel hablar de Espíritu no está referido a una supra-entidad superior a todas las demás, sino que para él lo espiritual está referido a la forma o formas del ser que no se hayan establecidas de una vez y para siempre, sino en su permanente desarrollo ético, estético, moral, educativo y de derecho, como capacidades de emancipación cultura crítica, quedando plasmado así en el mundo de las ideas, ya que éstas están sometidas a un intenso proceso dialéctico en la identificación del ser, abriendo un nuevo panorama de la identidad del sujeto basada en su diferencia y relación; así el espíritu evoluciona en una serie de , , o de un modo interno, y no puede ser de otro modo, porque no hay nada que sea externo a lo real concreto, que es el propio hombre a través de sus ideas, como síntesis y condensación del todo en la conciencia del sujeto, según Hegel.
La Idea se convierte en una de las nociones capitales del sistema hegeliano (que aspira a ser, no se olvide, el sistema de la verdad como un todo cultural de diferencias y contradicciones que se transforman en su negación y superación; en donde el concepto representa a la razón absoluta y, por tanto, el sistema de la realidad en el proceso de pensarse a sí mismo como el ‘ser yo’ en el espíritu humado del derecho, la moral, la educación y la cultura). Así la Idea es aquello en que alcanza pleno desenvolvimiento el proceso del ser como ser en sí su propia representación ideal, hasta el límite de su ser-otro liberado en su contradicción, resolución y superación dialéctica del concepto con fundamento consciente e histórico del uso del trabajo realizado; por consiguiente, emprende el camino hacia la subjetividadobjetiva, con referencia a la integridad del ser desde esta filosofía idealista que da pauta para la reflexión crítica del mundo histórico material.
De manera que la síntesis del Espíritu subjetivo y objetivo es el Espíritu absoluto del ser, que a su vez también se autodespliega en la intuición de sí mismo como arte, como manejo, dominio y elaboración de la vida en todo el esplendor de sus contradicciones y transformaciones dialécticas, es decir, como naturaleza cultivada por la eticidad del sujeto particular y universal al asumir su capacidad libre y voluntaria de tener que elegir y determinar el mundo historizado en la consciencia práctica del sujeto; valorada la idea, a través de la representación de sí mismo como religión, y en el absoluto conocimiento de sí mismo como filosofía, para encontrarse con la esencia del ser o identidad concreta humanizada, que es lo que Hegel logra apropiarse del entorno político y social en la época de las luces, con su propio sentido de dirección y comprensión dialéctica de la modernidad, pues ahí es en donde el arte y la ciencia forjan un puente de acercamientos comunes, aunque no se tenga una consciencia generalizada de ello, en la asunción histórico-social.
Por eso es que cada uno de los distintos momentos del autodespliegue del Espíritu absoluto es a la vez el propio autodespliegue del yo universal y particular, manifestado en la expresión del horizonte histórico del sujeto, envuelto en la religiosidad que lo identifica.
De modo que en la historia del arte y en la historia de la religión se revela la verdad de los momentos intuitivo y representativo del Espíritu absoluto, en el ser de su existencia. Y en la historia de la filosofía se revela, finalmente, la verdad completa de este Espíritu, que es la Idea absoluta en el gran ciclo de su evolución como concepto; es decir como razón moderna occidental, a partir de que, la realidad se ha explicado ya a sí misma a través de un sistema de ideas en el método dialéctico, que no es nada exterior al sujeto, sino tal y como el sujeto y el objeto de conocimiento son en su totalidad; haciendo la propuesta de que, cada parte es síntesis y condensación de todo lo existente, y el todo universal a su vez es infinito en la expresión diferenciada de sus partes como algo único y especial, pero preciso y concreto en el concepto como autorreconocimiento en la conceptuación de la identidad del sujeto que transita de una conciencia histórica universal a otra particular y concretamente definida en sus múltiples determinaciones culturales, claramente diferenciadas y a la vez como existencia capaz de relacionarse en una multiplicidad de sentidos unidos por vínculos humanos de construcción histórico social, acotados estos vínculos por espacios y tiempos precisos, que se expresan de acuerdo al grado de conciencia que se tiene de lo producido socialmente.
Este encuentro de la identidad del sujeto histórico como ente universal y particular -plantea Hegel-, se va definiendo a través de cada una de sus partes cognoscibles que se relacionan, se identifican y se contradicen en múltiples posibilidades, por sus diferencias definidas en el sentido de la identidad de la cultura del sujeto, así definido y diferenciado del todo universal y particular en la consciencia del sujeto, al saberse éste a sí mismo en su otredad y representación simbólica de ello, lo cual se basa en los principios de una totalidad global y particular contradictoria por sus faltas, la cual está contextuada históricamente en el pensamiento romántico, a través de distintas mediaciones en el cambio, la transformación y el movimiento social y material del sujeto en un espacio y tiempo concretos, como es la temporalidad que abarca desde el siglo XVII al XVIII (época romántica), como una representación ideal entre la intuición y el sentimiento, en procesos epocales infinitos y finitos por la determinación sensible del sujeto, en su percepción, entendimiento, autoconsciencia, razón sensible conceptual y en sí como capacidad del pensamiento filosófico de esa época, gestada y desarrollada en las culturas de ese proceso civilizatorio, en donde el sujeto es producto y productor a la vez de esa representación cultural; lo significativo es la toma de consciencia sobre lo realizado integralmente y en contradicción a la vez, de acuerdo a la concepción hegeliana aquí planteada, pues ello es lo que identifica al sujeto histórico.
Con base en estos argumentos epistemológicos de la filosofía hegeliana, la manera general del sujeto histórico como sujeto particular, es en sí mera sensibilidad, pues el ser en sí está referido a la facultad de recepción de la realidad por medio de los sentidos como un primer momento hegemónico; desde una concepción idealista que envuelve la lógica occidental, dando muestra del contexto de la racionalidad ilustrada que permea el pensamiento ideal abstracto de la época contemporánea, al llegar al extremo de un racionalismo fundamentalista burgués, a través del mundo de las ideas que vienen de la conquista eurocéntica en la cultura moderna que incide en la América hispánica.
Desde ahí Hegel ubica la dimensión histórica de la identidad a partir de la categoría del espíritu, el cual tiene que ser moldeado a través de la racionalidad conceptual en la asunción ética del sujeto como forma abstracta de pensamiento, por medio de la capacidad de decisión y de superación en los procesos de alienación en su expresión cultural concreta; esta situación es una actitud que Hegel entiende como tarea del despliegue cultural del espíritu o concepto universal en la asunción o desarrollo de la conciencia histórica del sujeto; es importante aclarar desde esta concepción de la Fenomenología del espíritu, que “…la práctica material productiva (el trabajo) se presenta como una actividad del hombre en tanto éste es portador del Espíritu. Bajo esta espiritualización del trabajo, podía advertirse su papel, aunque en forma mistificada, en la formación del hombre. Por ello, Marx pudo partir de la Fenomenología al establecer la significación antropológica del trabajo, aunque éste lo presentara Hegel como trabajo del Espíritu dentro del movimiento o historia de la conciencia…”[3]. En este sentido Hegel crea las condiciones para reflexionar en el entramado de las distintas culturas, el vínculo entre la conciencia, el conocimiento y la verdad, por medio de la idea del bien para todos, como principio de identidad en un contexto cultural determinado en los procesos educativos o de humanización, que son infinitos en su pluralidad y a la vez concretos por su determinación contradictoria, como proceso de crecimiento y maduración cultural en una identidad sana, es decir, liberado el sujeto de dogmas en la asunción de una sensibilidad racional, dialécticamente pensada como totalidad inescindible.
En la filosofía poshegeliana se intenta desarrollar las tesis de este filósofo alemán, haciendo referencia al tránsito entre una sensibilidad bruta a otra humanizada, más civilizada (germen de una sensibilidad racional), como forma de unidad teórica y práctica, lo cual implica un proceso educativo consciente del sujeto histórico desde la reflexión de una teoría crítica con principios de autenticidad, es decir, de eticidad como proceso de liberación histórica y formación creativa que define la condición del comportamiento del sujeto histórico; este tránsito se propició al poner Hegel en un sistema de ideas el conocimiento de lo que entendía por verdad, desde el concepto subjetivo que se enfrenta permanentemente a la realidad histórica concreta del sujeto particular y universal, para activarla de alguna manera posible dentro de los límites propios de la época, que sienta las bases de la modernidad en sus relaciones de explotación, dominación y exterminio; que es lo que finalmente tiñe de referentes contextuales la conciencia del sujeto en el momento de autoconciencia al poder reflexionar su pensamiento y su acción en consecuencia, como una totalidad, pero sólo en el mundo de las ideas, es decir, como concepto racional preciso por su sensibilidad humana para dar una respuesta seria y precisa también, argumentando el fundamento del propio pensamiento conceptual, carente aún de coherencia con la acción.
Por lo que la expresión racional como sujeto histórico universal, está referida a la ubicación del hombre singular en el mundo, delegando al pensamiento crítico y creativo la actuación básica superior del conocimiento en el sentido de lo sagrado como bien común, en el ámbito de lo absoluto; que además de sentirse, se conceptúa y se expresa en distintos lenguajes simbólicos de la cultura, como postura humana ante la vida reconocida por su diferencia en un proceso de autoreconocimiento y de emancipación romántica, como identidad única e irrepetible entrañada en el sujeto histórico particular, al saber la necesidad de la existencia en su dimensión universal, tan abarcativa y abstracta, que resulta una nada en su acción concreta; aquí lo interesante es no sólo sentir y defender lo incomprensible de lo sagrado en las distintas expresiones culturales, sino tener el concepto preciso para poder respetar sus diferencias con un sentido de principio y de fin común, como manifestación de desarrollo humanizado.
Esta concepción en Hegel, parte de una actitud con base en la virtud activadora, potenciada por la facultad sensible que ha sido mediada por el entendimiento consciente, que forma los conceptos desde un contexto histórico, religioso, educativo y moral de cada sujeto histórico universal y particular, que hoy día sirve como herramienta de pensamiento para ubicar la relación con la totalidad desde el discurso de la modernidad.
Hegel, como uno de los representantes del movimiento romántico, piensa a la facultad sensible como superación del sujeto particular y universal, es decir en una trascendencia y transformación cultural plena e integral, con características particulares que comprenden la racionalidad de la época de Ilustración, en el periodo de desarrollo de la concepción burguesa de la realidad, como sentido cultural hegemónico de su época; de modo que la identidad del sujeto histórico se ubica de acuerdo al grado de conciencia social constituido en él como sujeto particular, en su comprensión y apropiación del conocimiento abstracto universal; lo importante es destacar que desde esta totalidad es posible que se asuma el pensamiento de una época cultural en la estructura social como sujeto histórico, de acuerdo al grado de conocimiento, de experiencia e intuición desarrollados como capacidades culturales, al identificarse en su otredad reconocida a través de su propia contradicción existencial y humana, en la lucha a muerte por el reconocimiento entre el amo y el esclavo, idealizado en la época cultural de Hegel en el sentido de los derechos humanos, la soberanía, la autonomía y la dignidad.
Por lo que en esta cultura hegemónica del racionalismo como el movimiento ilustrado, ubicado entre los siglos XVII y XVIII en Europa, va connotando estos principios del conocimiento y de la cultura con una jerarquía superior a la razón humana, cuando se trató de reflexionar sobre la obra creada históricamente, y que habla de la cultura del mundo en su totalidad; de ahí se perfiló una estructura esencial en la lógica de pensamiento, centrada por la razón, planteado por Kant, como ruptura con la concepción metafísica de la realidad, en donde Dios era todo, pero aclaramos, a la vez no era ‘dueño’ de nada, ni despoja a nadie de sus bienes materiales y espirituales.
Así en la teoría hegeliana se ven unidos los métodos de inducción y de deducción, como un todo en los procesos del entendimiento, aunque el significado en la comprensión de lo humano quedará borrado entre el alumbramiento de las nuevas ideas, conceptos y nociones generales de lo que era esencial y valioso, dentro de las formas de apropiación de los mismos procesos culturales o ideológicos de la época.
Podemos distinguir, cómo la categoría de identidad cultural en su multiplicidad de expresiones es posible de contextuarse en el periodo ilustrado, entendido éste como el qué hacer -que el hombre debe necesariamente asumir en una época histórica- con base en la sensibilidad racional desarrollada; pensando aquí en la concepción histórico-idealista hegeliana desde un contexto político de praxis concreta, en donde se destaca la generación del arte, la literatura y la religión, como puntos de reflexión y de sublimación histórico social, para perfilar de manera decisiva nuevas formas de creación técnica o cultural, en donde la máxima expresión de la cultura es el pensamiento filosófico como hito de la historia y de la época de ilustración.
Hegel habla en la Fenomenología del Espíritu -que es la obra que aquí se ha recuperado- de una historia evolutiva, filosófica y antropológica, que se funde en el proceso y en el resultado a la vez de un contenido original y creativo que es consumado en la síntesis filosófica de la teoría, que representa a la práctica del sujeto, en donde la praxis transformadora, no es especulación ni retórica, ni tampoco reflexión ni conocimiento ensimismados, sino que es justo la necesidad del conocimiento a partir de la experiencia y de la intuición más aguda, para alcanzar la conciencia social, asumida sobre la necesidad del otro Yo, en su diferencia, en un proceso de autoconciencia o autoreconocimiento, que necesariamente se fundamenta en el reconocimiento de los otros en mi como otredad significativa; sujeto propiciado por la autenticidad y la fuerza espiritual acuñadas en el romanticismo, siendo este movimiento social tan importante como la revolución francesa o la inglesa, plantea Isaiha Berlin; por esa auténtica búsqueda de identidad cultural del otro en su plena diferencia como sujeto particular concreto en las extravagancias y excesos del sentimiento de enamoramiento de la vida, es decir, dentro de otra dimensión social universal más amplia y abarcativa que excedía a la racionalidad occidental materialista, metodológicamente hablando; y captada por el sujeto como representación abstracta general en el proceso de conocimiento y experiencia social, desprendiéndose de ahí la dimensión de las intuiciones del sujeto histórico constituido, que es lo que establece el debate entre el iluminismo y el romanticismo, al ser expresado principalmente en Alemania, Inglaterra y Francia a través de varios autores modernos, como Cervantes o Shakespeare.
[1] Cabe aclarar que la identidad cultural del sujeto, se refiere a su situación desde la propia perspectiva del sujeto, distinguiendo entre sus formas interiorizadas y formas objetivadas de la cultura, como lo refiere Bourdieu actualmente. El concepto de cultura, desde los años 70, rompe con el sentido del espíritu absoluto y del idealismo tradicional con los planteamientos antropológicos de Clifford Geertz, quien considera a la cultura como una “telaraña de significados”, es decir como estructuras de significación socialmente estructuradas (1973); más tarde por los años 80-90, James Clifford lo deriva a la interpretación pos-moderna, entre la crítica desconstruccionista del concepto de cultura. En este trabajo se está recuperando la postura marxista de John Thompson, quien define a la cultura en una concepción estructural, referida ado por Lenin y Gramsci, quienes entienden a la cultura como ideología y como “concepción del mundo”.
[1] En distintas disciplinas la Ética, significa: ‘costumbre’ en la tradición empirista; virtudes a los contextos históricamente específicos y socialmente estructurados en la expresión psíquico-afectiva en la sensibilidad del sujeto. En este sentido se retoma durante todo el trabajo, el concepto de cultura que se desarrolla, bajo el fundamento científico del materialismo histórico de Marx, en el filón marxista, representado por Lenin y Gramsci, quienes entienden a la cultura como ideología y como “concepción del mundo”.
[2] En distintas disciplinas la Ética, significa: ‘costumbre’ en la tradición empirista; virtudes éticas en los hábitos o tendencias (justicia, amistad, valor etc.), como el modo de ser; se diferencian también las virtudes de la inteligencia o de la razón (sabiduría, prudencia) así es conceptuada la ética por Aristóteles. También la ética ha llegado a significar propiamente la ciencia que se ocupa de los objetos morales en todas sus formas, es decir, la filosofía moral como un estudio histórico-filosófico y social, así pueden estudiarse las actitudes morales de diversos pueblos en sus distintas expresiones culturales (modo de producción; valores ético-morales y sus tradiciones-costumbres –según precisa Gramsci-), en este sentido la eticidad, no es más que el ejercicio del poder como derecho de elegir sobre el qué hacer y el qué pensar, de manera libre y voluntaria del sujeto histórico, y ese ejercicio de poder va de acuerdo con el grado de consciencia desarrollada en un proceso epocal de experiencias, intuiciones y conocimientos.
[3] Vid. Sánchez Vázquez. Filosofía de la praxis. Editorial Grijalbo, México 1980. P. 82. El subrayado es nuestro.

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