Mafiocracia,
corrupción y crimen organizado en México y el Triángulo Norte.
Carlos Figueroa Ibarra.
En
días recientes dos noticias llamaron mi atención. En Guatemala observamos cómo el llamado “Pacto de
Corruptos” (el grupo de intereses criminales que ha cooptado el Estado) desde
el poder legislativo y el poder judicial movió sus piezas para adueñarse de la
casi única institución del Estado que se le ha enfrentado, me refiero a la
Corte de Constitucionalidad (CC). El pecado de la CC fue ordenar al Congreso
que no se eligiera a Magistrados cuya honorabilidad e idoneidad estaba en tela
de juicio. En respuesta a ello, en junio la Corte Suprema de Justicia dio trámite
al antejuicio contra cuatro integrantes de la CC. En México, ha sido noticia de
primera plana el arribo en calidad de detenido extraditado de Emilio Lozoya,
quien fuera Director de Pemex. Lozoya aceptó la extradición desde España a
cambio de ser una suerte de testigo protegido en relación a la venta
fraudulenta de una planta de fertilizantes, a los sobornos de Odebrecht y
finalmente en relación a los sobornos dados a legisladores para que aprobaran
en diciembre de 2013 la privatización del petróleo mexicano.
Mientras en
Guatemala la mafiocracia (término empleado por el especialista en narcotráfico
Edgardo Buscaglia) no ha cesado de tener éxitos desde la inhabilitación de
Thelma Aldana como candidata presidencial, en México merced a la Cuarta
Transformación la antigua “Mafia del Poder” está temblando por las posibles
revelaciones que hará Emilio Lozoya. En octubre de 2019, Juan Antonio
Hernández, hermano del presidente hondureño Juan Orlando Hernández, fue
condenado por narcotráfico. En mayo de 2020, la Fiscalía General de Manhattan
presentó cargos contra un exjefe policiaco acusado de operar para el presidente
hondureño y su hermano. En El Salvador, los últimos tres presidentes antes de
Bukele han sido acusados de corrupción y sometidos a juicio.
México y el
Triángulo Norte de Centroamérica han mostrado de manera palmaria el crecimiento
de lo que en sociología llamamos la “zona gris”, ese espacio social en donde se
confunden Estado, empresarios, actores políticos y crimen organizado.
Funcionarios estatales y empresarios que ejercen el delito económico organizado
(tráfico de influencias, sobornos de gran escala, licitaciones fraudulentas,
robo de activos del Estado y toda forma de corrupción) crean otra “zona gris”
cuando entran en contubernio con el crimen organizado. En toda la región
narcotráfico e impunidad frente a la corrupción, han creado una enorme “zona
gris”: capos del crimen organizado que actúan como empresarios y empresarios
que se relacionan con el crimen organizado; funcionarios estatales que son
agentes del crimen organizado e integrantes del crimen organizado que llegan a
ser parte del Estado; funcionarios estatales que combinan la delincuencia de
cuello blanco con relaciones con el crimen organizado. Tal es el repertorio de
la corrupción que ha terminado por convertir al Estado en una región indefinida
en donde lo público y lo criminal se confunden. México y el Triángulo Norte
necesitan una profunda reforma social, pero ésta para lograrse indudablemente
tendrá que partir de un profundo e implacable saneamiento de toda esta
descomposición.
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