Felipe Cuevas
Méndez
Partido
Comunista Mexicano
Hemos de
comenzar por una reiteración de lo más innegable, las sociedades se encuentran
divididas y confrontadas, la esencia de esta condición está en sus relaciones sociales
generales, con matriz en sus relaciones económicas. La separación en clases,
capas y sectores sociales divergentes da el tono a la formación capitalista moderna.
El pueblo
moderno como un todo, consolidado alrededor del modo de producción capitalista,
es el conglomerado de clases y sectores oprimidos y explotados orgánicamente
vinculados por la vida dentro de un sistema social.
Los movimientos
económicos, políticos, culturales y sociales que los pueblos deben enfrentar
continuamente para sobrevivir y recomponerse en su condición histórica de
confrontación a la dominación del sistema son –dentro de su tragedia– la fuente
irrevocable de su cohesión revolucionaria.
Por el nivel
estructural y orgánico que adquiere tal partición de la sociedad no cabe plantearse
que sea una cuestión de voluntad la que subyugue simplemente a las sociedades,
es decir que quienes dominan lo hagan por su firme voluntad de hacerlo y que
los dominados estén en esa condición porque no tengan otra voluntad, primero que nada hay que abrir los ojos
ante el carácter de las relaciones imperantes. Mucho menos aceptamos que se
expliquen la realidad humana por la llamada voluntad de poder, que aunque es
real y juega su rol no precisa la naturaleza de los problemas de nuestro
tiempo. Porque las relaciones sociales que emanan y forman parte de las
condiciones generales se nos presentan independientes de nuestra voluntad,
aunque también no cabe descartarse que puedan y deben ser influidas por nuestra
voluntad (pero la voluntad y más todavía la conciencia, es algo que se debe
reconquistar y forjar en sentidos tan distintos como tendencias sociales
existen, en mayor medida si hablamos de la “voluntad del pueblo”, siendo que la
voluntad es un producto histórico sometido a la presión de relaciones
vigorosas). En fin el tema tiene sus aristas.
Al eminente
filósofo Enrique Dussel parece que se le escapó este detallito marxista tanto
por convicción como producto de los sortilegios teológicos que nos propone en
su “política de la liberación”. Las
relaciones sociales en el capitalismo son ante todo relaciones de dominación
consolidadas y organizadas históricamente, lo mismo en la fábrica que en la
universidad, así en el campo como en la burocracia, tanto en las profesiones
como en los oficios, igual en la oferta-demanda que en los poderes
“reguladores” sobre la vida privada.
La cuestión es,
que por las condiciones generales existentes, las relaciones sociales se
vuelven cuasi naturales e inmutables, adquiriendo el poder de prevalecer, el
problema principal no está en que todas debiesen ser producto de la voluntad, o
la piedad hacia sus víctimas, sino en que: al sustituirse por otras, todas se
pongan al servicio de la humanidad y sus intereses generales de emancipación.
El poder burgués
es la síntesis que articula el mando y direccionalidad en la relación social,
se concreta y discurre a través de toda la sociedad capitalista, tiene que ver
con sus realidades, presenta a su vez órganos y mecanismos propios de lo que
cabe destacar:
a)
Estructuras de poder que vehiculizan la
dominación capitalista, estas son el Estado, la propiedad privada, el
patriarcado, el poder económico monopólico, que no son otra cosa que relaciones
sociales solidificadas, institucionalizadas y organizadas ampliamente en el
tejido social.
b)
Relaciones de poder propiamente dichas
que funcionan a través del llamado campo político, los partidos, grupos e
instancias de organización social del sistema, las cuales discurren en el
establecimiento de estatus, controles y medios de preponderar determinados
intereses antagónicos.
c)
Presencia de predominio en las
relaciones generales, como el poder en la producción social-apropiación
privada, la organización jerárquica del trabajo, las burocracias, la familia,
la salud, educación, religión, para forjar el orden y otros sistemas de control
social.
Visiblemente
nunca será suficiente la pura voluntad revolucionaria para trascender estas
realidades de las relaciones capitalistas de dominación. De aquí viene nuestra
primera demarcación en torno al pueblo. A diferencia de los postulados en que
el pueblo es toda la población de un Estado o incluso de toda una nación, el
cual debe asumir su dignidad, su ética y su voluntad para superarse; sostenemos
que el pueblo existe en el marco de esta sociedad como el conjunto de clases y
sectores oprimidos y/o explotados mediante las relaciones sociales imperantes.
Lenin llegó a
alertar que el concepto del pueblo tiene un uso social clasista, o debiéramos
decir, muchos usos, como queda enunciado: el pueblo-estado, el pueblo nación,
otra perspectiva apunta al pueblo-constituyente o pueblo soberano, pero éste
último es un principio jurídico muy lejano de las prácticas del capitalismo,
sólo que muy a tono con sus criterios de delegación del poder del pueblo en
manos expertas.
Las clases
dominantes, sin importar su origen, en su ascenso tienden a separarse del
pueblo. Tales clases pueden ser parte de la misma nación y Estado, su cambio de
condición radica en primer plano en el lugar que ocupan en las relaciones
generales, los antagonismos que protagonizan, su posición (de lugar) frente al
Estado, la propiedad del capital, la producción y los recursos en general, y en
segundo plano, por su posicionamiento divergente en las ideologías que abrazan.
Eso las divorcia del pueblo y fomenta el propio fortalecimiento de rasgos
burgueses distintivos como la competencia, la opresión, el espíritu de empresa,
el individualismo y la lucha por prevalecer su hegemonía de clase. De ahí que
pronto se hayan vuelto a desgastar sus interpretaciones sobre la sociedad civil
con que continuamente busca encubrir la profunda división social que existe
entre la burguesía, sus distintas capas, y el pueblo con las clases que lo
componen para insistir entre ésta como conglomerado frente a las burocracias y
militarismos.
Mientras tanto
la característica objetiva del pueblo se presenta en primera instancia en que
es el grupo social que padece la dominación capitalista general, al punto que
es dividido sistemática y constantemente en clases, capas, sectores sociales,
tribus, grupos étnicos, lingüísticos, raciales, sexuales, etc., en quienes repercute en distinto grado y
forma la explotación, opresión y subyugación del sistema. Además de esta
condición, por estar privados de los medios y recursos fundamentales, al
encontrarse separados de instrumentos de organización prioritarios; los
componentes del pueblo no pueden superar su condición social por vía
“evolutiva”, las relaciones dominantes les fuerzan a reproducir sus propias
condiciones de existencia. En estas condiciones, y como resultado del largo
proceso de la historia humana, otro elemento esencial hace parte de las
cualidades del pueblo, la comunidad es la máxima expresión de su actividad para
la constitución de relaciones de agregación colectiva, fraterna, solidaria, de
interés común. En los marcos del Estado-nación –a pesar de que las tendencias
de éste apuntan contra el pueblo y su sentido universal de ser uno sólo en la
tierra–, es donde el pueblo adquiere una perspectiva integradora de sus
intereses estratégicos, afinidades e identidad político-cultural que requiere
formas sociales propias, relaciones propias que broten de sus características,
necesidades y condiciones. La formación de una primera conciencia general de
pertenencia, de vinculación que se establece sobre la experiencia común de la
enajenación, alienación, violencia e invisibilización que sobrellevan todos sus
miembros, pero que debe desarrollarse hasta la expresión de su sentido de clase
sin detenerse en el vago sentimiento de víctima.
Estos aspectos
sobre el concepto del pueblo hacen una unidad estructural a la cual debe
proyectarse su cohesión o unidad de conciencias. A lo cual ahora aplicaremos
otras observaciones sobre las características del pueblo.
Para esto
tenemos que recapitular algunos procesos. En las formaciones sociales para la
dominación anteriores al capitalismo se daba el fenómeno de que la explotación
y opresión particularmente se presentaban en atmósferas difusas, inseparables,
así Marx subraya que las relaciones económicas se aseguraban mediante acciones
extraeconómicas, de otro modo los regímenes sucumbían, la esclavitud implicaba
la posesión de seres humanos y el ejercicio de la violencia para subyugarles,
las sociedades medievales y algunas otras ejercían dominio religioso extremo
para sostenerse. En este sentido lo nuevo del capitalismo consistió en que las
relaciones económicas se sostendrían a sí mismas por su propia condición, sin
descartar los usos del Estado, la religión, la formación cultural, las
filosofías políticas, etc., lo central de su poder se trasladó a la relación
económica de propiedad privada.
Volviendo
entonces, dicha relación proyectó la fuente de riquezas a nuevos niveles,
fomentó la división social en el seno mismo del pueblo complejizando sus
condiciones y relaciones, replanteando la composición de sus clases, capas y
sectores. Se implantó esa clase especial dentro del pueblo, en que recaen con
mayor rigor las leyes de hierro del capitalismo, polarizándola al grado de hacerla
toda distinta al modo de vida de la clase dominante y sus relaciones. El
proletariado es la clase social antagónica al capitalismo, hace parte de las
fuerzas del pueblo, padece directamente explotación y opresión, ha sido
vilipendiada, sometida y puesta en custodia por la burguesía y sus seguidores,
ante el temor de su organización y el surgimiento de sus aspiraciones
políticas. El poder burgués finalmente se tornó insoportable porque engendró “una masa de la humanidad como absolutamente
“desposeída” y, a la par con ello, en contradicción con un mundo existente de riquezas y de cultura… el fenómeno de
la masa “desposeída” se produce simultáneamente en todos los pueblos
(competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las
conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente
mundiales, en vez de individuos locales.
(Marx-Engels, La ideología alemana).
El proletariado
se compone a sí mismo de varias fuerzas tales como los obreros industriales, jornaleros,
ejército de reserva, otras “categorías de trabajadores y trabajadoras
asalariadas” (pescadores, trasportistas, forestales, mineros, empleadas de
servicios hoteleros, constructores…), y tiene diversas vertientes que lo
alimentan dentro del pueblo con sangre nueva producto de su “desvalorización”
en el sistema, además de otros sectores que regularmente comparten su suerte.
Bueno, pero si
hemos de hablar del pueblo es justo resaltar la condición de la clase campesina
como pequeña poseedora de tierra, la cual es explotada y oprimida por
terratenientes, burgueses locales y grandes monopolios con mecanismos directos
e indirectos (contratación, compra de sus productos a bajos precios y venta de
mercaderías a precios elevados), lo que no cambia su terrible condición de
clase subyugada.
Pequeños
propietarios de la ciudad y el campo forman parte constituyente del pueblo, de
igual forma enfrentan la dominación burguesa sea a través de medios económicos
o políticos, planteándose su resistencia.
Las mujeres del pueblo,
en su diversa composición de clases y sectores, juegan cada vez más un papel
destacado ante las presiones del sistema capitalista y el sistema patriarcal
que corre por todos los poros de la sociedad; luchan contra las relaciones de
dominación en todas sus formas, e indudablemente su accionar proyecta nuevas
luces sobre el combate al sistema y su superación.
Indígenas,
migrantes, afrodescendientes y otros grupos sociales del pueblo también están
confrontados al sistema, se convierten en sujetos sociales de gran importancia
para el desarrollo de una profunda revolución social que derrumbe toda forma de
explotación y por ende de opresión.
Las capas
medias, en que se concentran varias clases y sectores por una peculiar
condición social que les permite un incremento del consumismo, el enganche con
la política económica burguesa y un adoctrinamiento activo; son campo de
disputa entre la influencia del pueblo (en especial del proletariado), y entre
la influencia ideológica de la burguesía a pesar de que el capitalismo va
cerrando el radio de los beneficios con que antes las manejaba a su favor.
Otras fuerzas se
desarrollaron con el capitalismo, como el magisterio, que de realizar un
trabajo intelectual formativo dentro del sistema y sus pedagogías, aun envolviéndose
en su configuración interna de varios estamentos (entre los que disfrutan
posiciones privilegiadas, “clase-medieras”, hasta semi-proletarias y
campesinas); detentan posibilidades de organización propia con las cuales
combatir al sistema por distintas banderas. Por su lugar en la vida social
dentro del pueblo están llamadas a jugar un papel protagónico en la lucha de
clases, máxime si logran orientarse en las líneas del proletariado y su teoría
revolucionaria.
La juventud
popular es sin duda otro de los destacados sectores que han dado grandes saltos
en la lucha, en las fábricas y escuelas, en el combate callejero y en el debate
revolucionario al seno del pueblo; su condición le permite filtrarse en todo el
pueblo y abrazar las premisas socialistas. Es una parte integrante del pueblo,
etapa de tránsito en la vida en que se forja las convicciones sociales, por
ello la burguesía se empeña en impedir tal provisión de su carácter. A la
juventud el proletariado debe tender todo su auxilio y de la cual auxiliarse
para su propio trabajo de organización y lucha de clases.
Sería largo
enumerar sus características y cualidades, y acaso redundante por cuanto los
trabajos de nuestra revista son creados y van dirigidos para el pueblo, además
de que éstas notas van encaminadas a una síntesis sobre la integridad del
pueblo.
Entonces, el
pueblo vive un reacomodo estructural y orgánico constantes debido a los
movimientos del capital y sus propias luchas de resistencia y liberación. Es
necesario ajustarnos a esta condición del pueblo bajo el capitalismo.
Una vez hecha la
especificación de los componentes del pueblo, no hay motivos para perderse en
el enfoque reformista de que el pueblo diluye todos sus conflictos y
diferencias teniéndose que ajustar una política general complaciente con tirios
y troyanos. Eso sería perderse en otra dimensión de la política burguesa
discordante de la perspectiva revolucionaria y clasista.
Las clases,
capas y sectores que componen el pueblo, son estructuradas por las relaciones
dominantes, no son formaciones casuales o gratuitas, obedecen a sus patrones de
acumulación de capital, de concentración de poderes y alienación general, sin
embargo sus circunstancias y movimientos son motivo de organización para
enfrentar el sistema que nos oprime a todas y todos. Esto en el ámbito de lo
estructural.
En cuanto a lo
orgánico, debe observarse en la praxis revolucionaria de las hijas e hijos del
pueblo que el pueblo es un todo, centro de nuestra atención, cuya vida social,
padecimientos y relaciones internas fungen como torrentes por los cuales se
transfiere de un extremo a otro la experiencia y posibilidades de lucha contra
el capitalismo. Hasta sus menores estallidos reflejan anhelos de cambio,
problemáticas para su insurrección y necesidades de organización vinculante de
todos sus procesos sociales.
Para quienes nos
situamos en las perspectivas del proletariado como clase que coloca en su
horizonte las premisas de la sociedad socialista, la democracia y el poder,
reconocemos que los intereses de todo el pueblo son supremos, que deben
enfilarse hasta encontrar solución revolucionaria, siendo su tendencia
proletaria la sólida guía para trascender las relaciones capitalistas que
subyacen en toda la sociedad.
Ahora bien, las
partes integrantes del pueblo, pese a la influencia alienante del sistema,
están colisionadas con la burguesía en muy distintos grados y formas, desde lo
económico hasta la estructuración interna de sí mismas debiendo soportar todas
las cargas de la dominación. Tales contradicciones son las que hay que poner en
claro en la búsqueda de la cohesión política del pueblo contra la burguesía, y
es el proletariado con sus perspectivas comunistas quien da sentido a esta
tarea, más allá de la identidad general de “los oprimidos”, da proyección al
movimiento de emancipación social.
Pero como ya lo
advierte nuestro reparo en el argumento de diluir las condiciones internas de
la existencia del pueblo en la percepción de “oprimido”; sería muy simplista
pretender que estos son los únicos conflictos que detienen al pueblo en su
marcha, graves contradicciones aún sin ser antagónicas lo confrontan entre sí,
producto de la distribución jerarquizada de sus fuerzas, la formación de
agencias de control en su seno, las relaciones económicas, de poder y de la
articulación de su rol en la sociedad obstruyen dicha unidad.
Sin resolver
exhaustivamente los problemas y diferencias que median entre las clases,
sectores y capas del pueblo, no podrá conseguirse el paso firme de la
revolución proletaria, la cual es, entre otras cosas, base primaria de dicha
unidad estratégica para no perderse en fórmulas generales que alienten la
defensa de algunos lineamientos que por más amplias que sean sus aspiraciones,
se colocan en posiciones defensivas de corte político-social.
Llegados a este
punto debemos marcar una diferencia con otra ajustada noción de pueblo, que se
lo plantea como aparición de nuevos
sujetos sociales, que asegura vienen a superar viejos prejuicios, estigmas y
protagonismos. No está nada mal la insurgencia de nuevos sujetos, las presiones
del capitalismo se los exige, su condición social se los reclama; de eso se
trata en el seno del pueblo, que sus componentes reafirmen su rol de sujetos
sociales activos. La dificultad está en formularlo de tal modo que se nos
proponga un tipo de anarquismo por medio del cual nunca termina de ajustarse
los roles y luchas para la direccionalidad revolucionaria a menos que se
degraden programas y destiñan banderas.
Las luchas y
movimientos siempre han de presentar esos grados de diversidad que refrescan al
pueblo, pero que reclaman su proyección revolucionaria y la identidad clasista
contra toda forma de explotación y opresión.
Esta noción es
retomada también por grupos de poder que se constituyen en niveles intermedios
e incluso desde abajo, pero que adaptándose a las relaciones de dominación, aun
cuando combaten a las tendencias oligárquicas; construyen una plataforma de
pueblo (oprimidos) en donde se disuelvan sus condiciones clasistas y no
encuentre cabida el paso revolucionario de la unidad proletaria y popular como
un hecho de independencia de clase, sino como aspecto supeditado a
estratificaciones y gradaciones de poder. Unidad que para nosotros se traduce
en un reconocimiento de los nuevos niveles participativos y de direccionalidad
en la lucha por el socialismo en que cada clase popular debe cumplir con
importantes tareas.
Encontramos
fuertes tendencias a plantearse la representatividad del pueblo (delegación del
poder) para la solución de sus problemas, siguiendo distintas posturas de
derecha a izquierda. Otro tanto sucede con las teorías sobre la “voluntad del
pueblo” bajo la visión general de que ello conducirá a su liberación.
Interpretaciones muy ajustadas sobre los movimientos sociales, creación del
“bloque de los oprimidos” sin perspectivas ni visión de su naturaleza de clase,
cautivando con la idea de bloque hegemónico de poder en base a una meta de
justicia social enfocada a cambiar las instituciones políticas en su área
ética, puesto que se argumenta que la búsqueda de la justicia implica una
lógica política y no económica, sin trascender las relaciones sociales
fundamentales de la sociedad. Tal es la reivindicación de la heterogeneidad de
derechos y la llamada diversidad democrática para acallar los cambios revolucionarios
mediante nuevos tipos de representatividad y un poder político obediencial.
Ante estas
perspectivas es necesario recordar que la fetichización del poder es
consecuencia del cómo están articuladas las relaciones de dominación
capitalistas económicas, políticas y sociales. Mismas que impiden apreciar que
la corrupción, la burocracia, la pobreza, los abusos de poder y la falta de
democracia popular son fenómenos recurrentes del carácter y lógica de las
relaciones dominantes con sus complementos de sub-relaciones de fuerzas y de
poder en una sociedad dividida.
Sin embargo es
claro que se requiere un cambio radical en la concepción de la unidad popular y
del carácter orgánico de las luchas del pueblo, por ende, de la propia lucha de
clases, su sentido acumulativo de fuerzas, y su postulación de un poder del
pueblo (proletario por su esencia y popular por sus formas) que marche a la
desaparición de todas las formas de dominación y los poderes que entrañan.
La división
operada en las fuerzas constituyentes del pueblo también se presenta en sus
fuerzas progresistas, democráticas y revolucionarias, demanda replantearse sus
tendencias y posiciones, en especial replantearse la naturaleza de sus tareas,
de sus esquemas organizativos. Así también cabe esbozarse su unidad en nuevos
términos de principio y de trabajo en el seno del pueblo enfrentando
resueltamente sus debilidades y relaciones de secta, afirmando la prioridad de
la organización clasista y popular, subrayando la movilización social como
indispensable frente a cada arremetida de las fuerzas del capital.
El trazo de las
relaciones revolucionarias que deben brotar en la arena político-social del
combate está pendiente y cobra enorme importancia para la revolución.