Se enunciarán algunas
sugerencias de Paulo Freire en Pedagogía
del oprimido, e incidir en que el
sujeto educativo, pronuncie su palabra en
términos cualitativamente humanos denunciando la lógica de acumulación
capitalista; en este sentido en el desarrollo de un clima de horizontalidad entre y con los desharrapados del mundo, para
compartir su dolor y su alegría, así sugiere la pedagogía freireana:
1.
Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta.
Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores
contestan a preguntan que los alumnos no han hecho.
2.
Mi visión de la alfabetización va más allá del ba, be,
bi, bo, bu. Porque implica una comprensión crítica de la realidad social,
política y económica en la que está el alfabetizado.
3.
Enseñar exige respeto a los saberes de los educandos.
4.
Enseñar exige la corporización de las palabras por el
ejemplo.
5.
Enseñar exige respeto a la autonomía del ser del
educando.
6.
Enseñar exige seguridad, capacidad profesional y
generosidad.
7.
Enseñar exige saber escuchar.
8.
Nadie es, si se prohíbe que otros sean.
9.
La Pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y
pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación.
10.No hay palabra
verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión.
11.Decir que los hombres
son personas y como personas son libres y no hacer nada para lograr
concretamente que esta afirmación sea objetiva, es una farsa.
La lectura de las
anteriores frases célebres, plasmadas en la obra freireana, nos invita a pensar
sobre los principios y fines de la pedagogía crítica, en la formación de
sujetos integrales inacabados. Centrándonos específicamente en la educción
universitaria y su contexto histórico-social para re-valorar, principalmente en
América Latina, la relación entre teoría y práctica, el trabajo manual e
intelectual, el trabajo docente e investigativo, el trabajo del campo y de la
ciudad; así como cuestiones problemáticas de la pedagogía crítica, y, mucho más
aún en aras de su articulación con el objetivo central de este escrito, que es
la formación de docentes desde una práctica transformadora, porque en la relación
teoría y práctica, en la pedagogía crítica, la generación del conocimiento en
el campo universitario se fundamenta en la relación diléctico-política, donde a
la par se cuestionan y enriquecen filosóficamente, mediante la práctica
pedagógica la actitud reflexiva y
crítica, en aras de traducir y transformar la realidad de la injusta
desigualdad social.
Así nos preguntamos
¿Cómo existe en el ejercicio docente la posibilidad de ejercer un trabajo
potencialmente transformador?
En el caso de Althusser, creador de la reflexión de
la reproducción, consideraba que el sistema social había generado los
diferentes aparatos represivos e ideológicos del Estado con el objetivo de
poder perpetuarse, siendo uno de estos últimos la escuela. El sistema educativo
transmite las ideas, creencias, valores y formas de conocimiento de la
ideología hegemónica a través de los contenidos que se imparten haciéndolos
subliminalmente propaganda publicitaria de la lógica capitalista; así como del
tipo de organización, de la distribución de roles, de las jerarquías, de la
metodología utilizada y del sistema de evaluación. Althusser y los demás
representantes de esta corriente (Bourdieu, Passeron, Baudelot, Establet,
Boudon, Bowles, Gintis) sintetizan en esa dinámica reproduccionista, todo lo
que ocurre en la educación. Quedan pues,
en el mismo saco tanto las prácticas educativas autoritarias de los regímenes
dictatoriales como las alternativas de los movimientos de renovación
pedagógica, ya que en definitiva, ambas transmiten la ideología de los grupos
hegemónicos.
Este análisis
reproduccionista se basa en el estructuralismo, que contempla la realidad como
producto de las estructuras sociales y niega el papel activo de los sujetos y
la transformación social. Pareciendo, que la voluntad
transformadora de un maestro queda absorbida por las estructuras de las que
forma parte, sin embargo pensamos que son formas y expresiones transformadoras
de acuerdo con el acercamiento y explicación de lo real.
Al respecto, Henry
Giroux piensa que administradores y profesores necesitan afrontar globalmente
los temas concernientes al proceso educativo y plantear los aspectos
relacionados con la filosofía, la ideología y la función política de la
educación. La racionalidad tecnocrática que predomina en la cultura y en la
formación del profesorado, apenas se centra en temas teóricos, no de fondo. Por
ejemplo, a los profesores se les enseña a utilizar numerosos modelos educativos
o técnicas pedagógicas, pero no se les
enseña cómo utilizar los instrumentos de análisis para reflexionar o elaborar
críticas en torno a esos modelos y técnicas.
Los profesores y
profesoras somos trabajadores culturales que podemos desarrollar nuestra
actividad profesional como simples piezas de un gran engranaje o como intelectuales transformadores (Giroux).
Lo primero lleva al desencanto, la monotonía e incluso el cinismo. Lo segundo
lleva a la dignificación de nuestra actividad, en este caso de la práctica cultural docente insumisa.
Se ha explicado cómo
la práctica docente está fuertemente condicionada tanto por la estructura
social (por ejemplo, la imagen de la profesión y su status) la crisis
económico-social que afecta a los alumnos jóvenes o estudiantes adultos de
sectores populares en América Latina, como por el sistema y los subsistemas
educativos y, también, por los propios centros educativos o escuelas. Por ello,
la práctica docente puede entenderse como una acción institucionalizada, cuya
existencia es previa al hecho de que un profesor singular la asuma. En resumen,
existe una firme interacción entre práctica docente, institución educativa y
control histórico-social, ya que la estructura global condiciona las funciones
didácticas que se ejercen en el puesto de trabajo para la reproducción.
La práctica docente
comprende todas las acciones que el maestro (a) realiza dentro del aula,
entiéndase por ello: instrucción de contenidos, realización de actividades,
procesos de ajuste individuales, procesos de evaluación, didácticas, etcétera.
Como práctica social genera conflictos y contradicciones. Las que devienen de
condiciones preestablecidas (legales, curriculares, organizativas), a las que
los docentes deben ajustarse, sin dejar de lado las pautas sociales y
culturales. El alto grado de complejidad que caracteriza a toda práctica
social, se manifiesta en la singularidad de los escenarios donde se desarrollan
las prácticas docentes, atravesados por el contexto. La multiplicidad de
dimensiones que actúan sobre ella y la simultaneidad desde donde éstas se
expresan, hacen que los resultados sean imprevisibles.
Se la define también,
como una práctica ambigua, por
cuanto es resultado de “principios de percepción y de acción nunca explícitos”.
Tiene como rasgo característico que se desarrolla en el tiempo, por lo que de
él recibe su forma “como orden de una sucesión y su sentido”. Por ello se dice
irreversible.
La práctica
juega en el tiempo y con el tiempo, lo que le otorga un ritmo, un tiempo y una
orientación. El ritmo está marcado por la acción que se lleva a cabo en el
tiempo. La práctica docente configura un juego dinámico, en el que los
participantes están sujetos a la improvisación e incertidumbre. Otra característica en la práctica docente
son los habitus, dado que la
comprensión del mundo social aparece como evidente, excluyendo interrogantes
sobre sus propias condiciones de posibilidad.
Bourdieu pone énfasis
en el peso de las experiencias sociales tempranas del sujeto como estructurantes del habitus, el que se
construye socialmente, permitiendo una toma de posiciones en esas prácticas. “El habitus es el principio generador de
estrategias”. En la práctica docente se
manifiesta en la comprensión de la situación con un sentido práctico despojado
de preconceptos, permitiendo distinguir y seleccionar rasgos o acciones
pertinentes, dejando de lado lo que no es necesario decir por darlo por
supuesto y en el supuesto se subsume lo inconsciente, que aparece como
conciencia ensimismada y egoísta en el comportamiento reproductor del sujeto educativo.
Así Bourdieu nos habla
de una lógica práctica, cuyo dominio es constitutivo de la trayectoria de un
sujeto. La lógica de las prácticas produce, desde la lógica del observador,
respuestas que no entran en los parámetros acordados, dando la impresión de no
comprender lo que “allí ocurre”. En estas situaciones se pone en acción el
sentido práctico, haciendo desaparecer las urgencias.
En el contexto
de la práctica docente, que tendrá que ser referido de forma concreta en la
historicidad recorrida, la gestión científica de la enseñanza, comenzó a dañar
la profesión, a inhabilitarla como se ha indicado. Esto se puede
observar realizando un breve repaso a los manuales que acompañan a los libros
de texto: En los años veinte, se utilizaban manuales pequeños que contenían
ciertas recomendaciones para el maestro, así como bibliografía dedicada al
alumnado. Cincuenta años más tarde, estos manuales se engrosaron mucho más y en
ellos se incluía con detalle lo que el maestro debía decir, dónde debía estar
ubicado dentro del aula al momento de decirlo, cómo hacer su clase y cómo
evaluar a sus alumnos.
“Los manuales de los años setenta no se preocupaban tanto de la
enseñanza de la lectura, como de la instrucción de las habilidades necesarias
para superar las pruebas de evaluación estandarizadas” (Popkewitz, 1987:
498).
En este sentido
Antonio Gramsci sostenía que “con el
desarrollo de la ciencia y de la tecnología modernas, el control social se ejercía no tanto mediante el uso de la fuerza
física (ejército, policía, etc.) como por medio de la distribución de un
elaborado sistema de normas e imperativos. Éstos se utilizaban para atribuir a
la autoridad institucional cierto grado de unidad y certidumbre y
proporcionarle una universalidad y legitimación aparente” (citado por Giroux,
2003: 26).
Así Gramsci
llamó a esta forma de control “hegemonía ideológica”, refiriéndose a los
sistemas de prácticas, significados y valores que legitiman a los dispositivos
institucionales propagandísticos en la comunicación de masas en el interés de
la sociedad dominante.
El análisis de
Gramsci es muy importante para comprender la manera que las élites gobernantes
utilizan la hegemonía cultural para reproducir su poder económico y político,
difundiéndola por medio de los distintos agentes de socialización: las
escuelas, las familias, los lugares de trabajo, los sindicatos, etc. en el ‘consenso’ de la estadolatría-a través de
fetiches de idolatría, que hacen sentir al sujeto carente de todo poder
político colectivo e individual.
En este aspecto, se
visualiza la pérdida de interés por la historia, que representa un problema
fundamental consistente en la cultura dominante que intenta suprimir el
desarrollo de una conciencia histórica crítica.
“El modo positivista de racionalidad, socava el valor de la historia y
la importancia de la conciencia histórica: en primer lugar, propicia una visión
anti-dialéctica y unidimensional del mundo; segundo, niega el mundo de la
política y carece de una visión del futuro; tercero, rechaza la posibilidad de
que los seres humanos puedan constituir su propia realidad y alterarla y cambiarla
frente a la dominación” (Ibid:
Giroux, 2003: 37).
Para la cultura del
positivismo no es posible reflexionar sobre nada que no pueda ser verificado
empíricamente. Desde esta perspectiva, el positivismo sustituye lo que debería
ser por lo que es, “reprime la ética como categoría de la vida y
reproduce la idea de que la sociedad tiene vida propia, independiente de la
voluntad de los seres humanos. (…) Nos quedamos con un modo de razonar que
vuelve excepcionalmente difícil luchar contra las limitaciones de una sociedad
opresiva” (Habermas, 1970: 113).
Como se ha explicado,
según Gramsci, el positivismo presupone un modelo
pasivo del hombre. No permite que los hechos se conformen como una realidad
histórica en la que el hombre pueda construir sus propios significados o luchar
contra las fuerzas que le impiden hacerlo, porque desde esa concepción
positivista elimina el conflicto valorativo e intelectual, transformando el concepto de conciencia histórica en algo completamente
irracional en sus escasas representaciones. Los dispositivos
institucionales vigentes se reproducen mediante una forma de “hegemonía
cultural estructurante”, una cosmovisión positivista que se convierte en una
forma de autoengaño y que además, da poca cabida en la sociedad al desarrollo
de una conciencia histórica opositora.
Así nos preguntamos
¿Cuál es el papel que juegan los docentes en el proceso de socialización?, lo
planteamos porque “Es posible ver a los
profesionales de la educación, no sólo como productos sino también como productores de la historia. Este proceso
dinámico de socialización los vincula, y vincula a las escuelas donde trabajan,
a la sociedad en general” (Shutz y Luckmann, 1973: 3), dando cuenta de la sociología fenomenológica en la intersubjetividad
humana.
Sin embargo, en la
realidad, las relaciones de poder están presentes en los distintos mecanismos
existentes de producción y distribución del conocimiento científico sobre la
enseñanza. “El poder regula los
discursos. Las prácticas discursivas se definen como una serie de reglas fácticas,
que regulan lo que se puede y lo que no se puede decir, quién puede hablar con
el beneplácito de la autoridad y quién debe callar y escuchar, así como qué construcciones socioeducativas son
científicas y válidas y cuáles son ignorantes y prescindibles” (Mc’Laren, 1998: 167).
De este modo,
el docente se ve privado de poder político -Cantoral-, es decir de conocer y defender sus
intereses y derechos de clase trabajadora, al ser eliminado del proceso activo
de descubrimiento y divulgación del conocimiento, “quedando
relegado al papel pasivo de mero consumidor de los productos prefabricados por
la ciencia educativa” (Garrison, 1988: 488).
En la cultura de
masas, las instituciones de capacitación docente y el poder político del Estado
desempeñan un importante papel al presionar a los docentes para que den un
apoyo incondicional a los supuestos básicos de la cultura dominante en general.
Maxine Green dice al respecto: “No es que los
docentes confundan conscientemente o fragüen de manera deliberada las imágenes
positivas que desvían el pensamiento crítico. Y ni siquiera que sean
necesariamente optimistas con respecto a la salud de la sociedad. A menudo
sumergidos en las burocracias para las que trabajan, simplemente acceden a lo
que se da por sentado” (Retomando a Giroux, 2003: 55).
En torno a
esta posición Pierre Bourdieu, aclara
que, la acción pedagógica cumple una función ideológica de legitimación y
conservación del sistema de dominación. Esta práctica se realiza a través de la
autoridad pedagógica y va dirigida a los alumnos, quienes están ya preparados para
aceptar y reconocer la validez de estos mensajes.
Hablando de “violencia simbólica”, entendida por
Bourdieu y Passeron como “todo poder
que logre imponer significaciones e imponerlas como legítimas, disimulando las
relaciones de fuerza, lo que constituye el fundamento de su propia fuerza, que
es propiamente simbólica a esas relaciones de fuerza” (Bourdieu y Passeron,
1970: 18).
Por lo que los
alumnos-estudiantes deben aceptar esta “verdadera” cultura transmitida por
aquel agente social que tiene la autoridad de hacer o decir, véase de qué
manera sucede tal actitud en el comportamiento.
“Los estudiantes que provienen de las élites se encuentran mejor
preparados para asimilar los contenidos y valores de la cultura escolar, ya que
éstos coinciden con la cultura de su clase social. Le dan continuidad a su
modelo cultural. Por el contrario, las clases dominadas deben hacer un gran
esfuerzo por adquirir una cultura que les es desconocida. Los alumnos de origen
pobre, que provienen de familias obreras y campesinas se encuentran en
desventaja con respecto a los hijos de familias acomodadas, ya que para éstos
es más fácil comprender el lenguaje de la vida escolar, los valores del colegio,
el contenido de las materias y hasta el sentido de las normas, y para los
primeros no” (Bourdieu y Passeron, 1973: 51).
De forma que es
posible valorar cómo el sistema escolar mantiene una absoluta dependencia con
la estructura de las relaciones de clase, así Bourdieu explica las
desigualdades educativas a través del concepto de ”capital cultural” definido como la capacidad intelectual y
artística, los conocimientos y habilidades mentales que poseen los individuos.
Dado que
nuestra sociedad está dividida en clases sociales, el capital cultural está
desigualmente distribuido. La acumulación del capital cultural es mucho mayor
en las clases dominantes que en las dominadas puesto que la cultura de las
clases dominantes constituye el modelo que se sigue en las escuelas, los hijos
de estas clases están familiarizados con estos parámetros, elemento esencial
para el éxito escolar. De esta forma, se acepta como ‘normal’ la manera de
evaluar y calificar, sin tener realmente en cuenta, el distinto nivel de
capital cultural y económico con que ingresan y egresan los alumnos a las
escuelas.
Michael Apple, quien reconoce que
las escuelas reproducen una sociedad desigual, manifiesta que “personas tan diversas como Bourdieu, Althusser, Baudelot
y Establet en Francia, Bernstein, Young, Whitty y Willis en Inglaterra; Kallos
y Lundgren en Suiza; Gramsci en Italia; Bowles, Gintis, yo mismo y otros en
Estados Unidos hemos afirmado repetidamente que el sistema educativo y cultural es un elemento extraordinariamente
importante para el mantenimiento de las actuales relaciones de dominación y
explotación en estas sociedades” (1997:25).
Apoyándose en el
pensamiento filosófico de Gramsci y en las nuevas teorías sobre la sociedad
elaboradas por la Escuela de Frankfurt, Giroux plantea que los seres humanos si
bien son productos de la historia, también son capaces de crear nuevas situaciones
históricas. Refiriéndose a la educación, afirma que las escuelas son más que
simples lugares de reproducción social y cultural, rechazando la idea de que
los profesores no ejerzan más función que la de estar al servicio de la clase
dominante.
Así es como los
espacios dentro de las instituciones educativas, afirma Giroux ofrecen a los
estudiantes la posibilidad de lucha de resistencias, situaciones de oposición
especialmente significativas como posibilidad de transformación.
De esta forma Giroux, propone una pedagogía crítica
entendida como una acción pedagógica encargada de descubrir las insuficiencias
de la vida social de la comunidad y de generar una acción transformadora. Esta
pedagogía debe combinar el lenguaje de la crítica con el lenguaje de la
posibilidad para construir un proyecto educativo viable.
Otro proyecto
educativo, que permita tanto a estudiantes como a profesores tener un papel
fundamental en la configuración de una pedagogía crítica. En este sentido
Giroux concibe la posibilidad de que los profesores actúen como intelectuales transformadores orgánicamente,
dirigiendo esta tarea de vincular la
vida en el aula con los intereses cotidianos de la comunidad más cercana y de
la sociedad mundial. De manera que, los profesores puedan trabajar formando
parte de un esfuerzo colectivo con la finalidad de construir una cultura democrática y de resistencia.
La pedagogía, con un
sentido crítico, es para Giroux como para Freire, una praxis educativa
transformadora, es decir, una acción educativa-política, que no debe limitar su
campo de acción filosófico práctico en las aulas nada más, sino que debe estar
comprometida en la construcción de la democracia y en el logro de la justicia social, así el estudiante podrá pensar críticamente
su propia condición de vida para superarse de forma individualcolectiva en condición de disidencia (Cantón, 2002: 3).
Por tanto, Giroux
propone el diálogo destinado a problematizar el conocimiento y a capacitar a
los alumnos para que sean ciudadanos activos, sensibles y críticos. El diálogo
-que parte de la propuesta socrática-, como estrategia fundamental que puede
conducir a la construcción de una resistencia activa, ya no pasiva, que dirija
su acción al análisis de la realidad y luego a la búsqueda de alternativas
organizadas, para alcanzar una sociedad más justa, sin propiedad privada de
medios productivos, pues todo tendrá que
lograr socializarse entre la gran mayoría, ese es hoy el verdadero sentido de
la humanidad a problematizarse.
Porque “no podemos ver el pensamiento crítico como una mera
forma de razonamiento progresista; debemos juzgarlo como un acto político
fundamental. Desde esta perspectiva, el pensamiento crítico se convierte en un
modelo de razonamiento que representa la comprensión de que “soy capaz”. Puedo
usar mis capacidades individuales y las posibilidades colectivas para ‘ir más
allá de las estructuras creadas a fin de crear otras’” (Merleau-Ponty, 1967:
175).
El profesor crítico de
la postmodernidad se niega a proporcionar a todos sus alumnos una forma general
de pensamiento, así como a igualar los distintos contextos en que sucede la
acción educativa. Ya no sigue los parámetros de la modernidad, enseñando a sus alumnos las respuestas correctas, sino que intenta sacar partido justamente de
las complicaciones imprevistas a las que pueda enfrentarse en cada clase para
que se aprenda a pensar desde múltiples lenguajes, sabiendo valorarlos todos en
ese proceso abierto de transformación crítica y autocrítica de la organización
política en la defensa de los derechos humanos fundamentales al ir juntando
esfuerzos compartidos.
La propuesta
es que el profesor crítico, investigador, reclame su derecho a participar de la
producción del conocimiento frente a la tecnociencia,
entendiéndose como producción del conocimiento un producto que proviene del
mundo vivo de los estudiantes y de los miembros de la comunidad cercana a la
escuela.
“Hace más de sesenta años, John Dewey argumentaba que el profesorado
debe asumir el poder de determinar sus propias perspectivas en materias de
importancia educativa, con la seguridad de que sus opiniones influirán sobre lo
que suceda en la escuela. Los modelos modernos actuales de formación
tecnificada del profesorado no aceptan tal argumento, y enseñan frecuentemente
a su alumnado a no buscar el poder y a no pensar con independencia.
De hecho, el currículum oculto de la formación tecnificada de educadores
promociona una visión pasiva de la profesión, en la que el profesorado es visto
como un colectivo de profesionales que siguen las reglas y que son más
“controlables” que nunca, gracias a sus planes lectivos estandarizados y su
sometimiento a los planes técnicos de evaluación” (Kincheloe, 2001: 52).
Así concluimos cómo la
pedagogía del aula está relacionada con el sistema de actitudes y de valores
que rigen la forma en que los docentes seleccionan, organizan y evalúan el
conocimiento y las relaciones sociales en el aula-mundo en todos sus buenos y
no tan buenos hábitos, extendiendo el poder nombrar a nuevos actores sociales
en este proceso educativo o de
humanización -como lo nombra el equipo de trabajo de la Dra. Jeannette
Escalera-. Del mismo modo, el modo en que los alumnos-estudiantes desde muy
pequeños perciben sus experiencias críticas en esa extensión espacio-temporal
que es la escuela de la vida, para conocer cómo actúan, y cuáles son sus
actitudes frente a dichas formas de transformación dialógica social, como un
acto de educación política en la defensa de sus derechos humanos con Otra
visión de la realidad nosótrica.