Que nadie
pretenda llamarse al engaño. No estudiamos con el propósito de acumular
conocimientos estáticos y sin contenido humano. Nuestra causa como estudiantes
es la del conocimiento militante, el conocimiento crítico que impugna,
contradice, convierte, refuta y transforma, revoluciona la realidad social,
política, cultural, científica. No se engañen las clases dominantes:
¡Somos una Revolución!
Ésta
es nuestra bandera
Carlos Fazio
La
Jornada
Opinión
2
de septiembre del año 2013
Vivimos
tiempos anticivilizatorios. Asistimos al retorno del capitalismo depredador y
salvaje.
El llamado a la violencia, como ideología del darwinismo social de libre
mercado, ha barrido con toda cohesión social. Inmersa en un proceso de
autodestrucción, la sociedad está atomizada. En la selva social domina el
derecho del más fuerte y el más apto. En México, la lucha de todos contra todos
que se desploma sobre la sociedad ha derivado en una catástrofe humanitaria. La
sociedad se ha convertido en un compuesto amorfo de etnias, tribus, mafias,
pandillas y organizaciones criminales de todo tipo, incluidas las empresas, los
poderes fácticos y sus facciones políticas subordinadas –verbigracia
el pacto por México–, que han venido agitando la lucha de clases de manera
implacable contra los trabajadores.
Elevada
a religión, la fe neoliberal –que no es ni neo, niliberal– ha activado
tendencias antilustracionistas, sumiendo al país en una profunda crisis. La
crisis fuerza la comprensión y obliga a tomar una posición crítica frente a la
devastación global. El análisis y la deconstrucción radical de la fe equivocada
son la condición sine que non para el conocimiento y la eventual reorganización
de la vida social. Sólo la crítica radical puede poner límites y detener a un
poder que ha sido secuestrado en México por un puñado de plutócratas (los
megamillonarios de la revistaForbes), en el marco de un Estado de tipo
delincuencial y mafioso. Un Estado cleptocrático –es decir, gobernado por una
banda de ladrones–, producto histórico de un capitalismo familiarista, amoral y
colusivo, generador de la balcanización de la administración pública.
De
allí la necesidad de ejercer el pensamiento crítico disruptivo –y la
movilización patriótica, como hacen hoy quienes se oponen a las contrarreformas
educativa y energética–, como forma de enfrentar el discurso ahistórico,
dogmático y cínico de una clase política facciosa, parasitaria y autorreferencial
(que hace a un lado la voluntad popular en violación del 39 constitucional),
que junto a una tecnoburocracia igualmente servil y funcional a los amos de
México, ejercen de factoun poder fetichizado, con apoyo de intelectuales
orgánicos y comunicadores abyectos cuya misión es imponer una cultura de
la obediencia, generar sumisión al orden establecido, bloquear la rebeldía.
El
ejercicio del poder como dominación, con la consiguiente corrupción de la
política y los políticos, bajo la fachada de una democracia
cleptocrática-oligopólica (como cascarón de un sistema autoritario y violento
al servicio del capital trasnacional), fue acompañado por el secuestro de las
instituciones por una colusión neopatrimonialista de empresas y partidos, cuyo
resultado es una representación política al servicio de lo privado, previa
eliminación de lo público convertido en mercado.
Todo
poder tiene como prerrequisito la violencia e implica dominación, fuerza,
explotación. En la historia se manifiesta como la lucha entre el amo y el
esclavo. El amo manda, el subordinado obedece. El poder real –ergo, los señores
del dinero– hizo a un lado a la comunidad, al pueblo, y se apropió del
Estado-nación. Ese poder se fetichizó y todo lo corrompió. En ocasiones, ese
poder domina con la fuerza bruta; con el ejército y la policía e incluso con
grupos paramilitares y mercenarios. En otros períodos usa las elecciones como
mecanismo administrativo de control, domesticación y aturdimiento de las
mayorías, en el marco de un conflicto de clases que pretende ser ocultado
mediante significantes que construyen creencias, saberes, valores, mitos,
doctrinas, paradigmas y fantasías al servicio de la dominación.
Ese
poder manufactura estrategias y prácticas colusivas entre banqueros,
empresarios y políticos; prácticas extorsivas y feudales en el corazón de la
modernidad, y discursos enajenantes, encubridores de la realidad, perpetuadores
del statu quo. Es lo que intenta hacer la propaganda mentirosa y de saturación
del régimen de Enrique Peña, en su primer informe de (des)gobierno ahora.
Como
sostiene el michoacano Rafael Mendoza Castillo, ningún concepto es inocuo.
Ninguna palabra es inocente o neutral. Todo concepto, palabra o
lenguaje conllevan una intencionalidad y significados dirigidos a fabricar ilusiones
necesarias, realidades distorsionadas. También el adoctrinamiento de las masas
como simples espectadoras de la acción, eso que Noam Chomsky describe como
la ingeniería del consenso para el control elitista de una sociedad
de consumidores, que ha cedido el acto de pensar y de actuar a un sistema que
genera imaginarios colonizadores del yo; que ajusta la conciencia para que
funcione un orden social-conformista.
En
ese contexto se libra la disputa por la educación, como expresión de una puja
antagónica entre el modelo neoliberal de mercado, con sus parámetros de
eficiencia, calidad y evaluación (de importación made in OCDE y Banco Mundial),
y una educación humanista, autonómica, emancipadora. La opción debe ser a favor
de una pedagogía crítica, impulsada y defendida por educadores libres, por
maestras y maestros erguidos, dignos y contestatarios, como los que se
movilizan en las calles del Distrito Federal bajo la sombra de un cuasi
inminente golpe de mano neodiazordacista.
Sometidos
a una campaña de linchamiento mediático por los policías del pensamiento único,
quienes protestan en las calles buscan transformar las actuales relaciones de
la dominación plutocrática. Ante el juego perverso del poder, y dado que la
neutralidad en lo social es una ilusión, es hoy necesario comprender, entender
e interpretar la realidad, para transformarla; hay que romper con el
domesticado consenso pactista y crear un contrapoder de los de abajo, de los
explotados y excluidos. Un doble poder contrahegemónico, con base en el pensamiento
crítico y una acción política constituyente, liberadora. Y como dice la CNTE,
retomando a Brecht, informémonos, eduquémonos, humanicémonos.