Felipe Cuevas
El sueño emancipador se propone arrancar piedra sobre
piedra la dominación sobre la sociedad. En toda la marcha del capitalismo que
lo rechaza tan tajantemente, nada consigue que este anhelo se abandone, no
bastan las derrotas de sus procesos para borrarlo, ni siquiera ante la
conquista de algunos de sus propósitos por muy importantes que sean, la lucha
por una nueva sociedad resiste por sobre todas las cosas. El sueño de libertad
persiste porque es una obra histórica de los pueblos que no se agota en los
marcos del espacio, los tiempos, la movilidad o el pensamiento de la
civilización actual, porque existe contra ella y todo lo que representa.
La dominación con su núcleo consistente en explotar,
manipular, oprimir, vejar, excluir, controlar o alienar, forja un sistema de
relaciones de propiedad, de producción, de intercambio, de apropiación, de
poder, de vida sometida; el principio y el fin del capitalismo para que unas
clases minoritarias prevalezcan sobre las mayorías. Como se entiende, las
relaciones capitalistas han sido destructoras y desintegradoras del ser social
humano, aspirando el trabajo social expiran disolución social. Su matriz
propiedad-producción-apropiación absorbe toda nuestra conducta social e individual,
nos separa para ligarnos sólo por vía de las relaciones de intercambio que
simulan reciprocidad pero entrañan desigualdad, pretenden equivalencia e
imprimen inequidad, pregonan la retribución justa pero practican la depredación
–evoquemos Chevrón-Texaco en Ecuador como muestra significativa–. El
intercambio burgués en sí, es la simple unión de los sujetos que han sido
separados para que permanezcan en los ámbitos de las contradicciones y
resistencia sociales.
Sin romper dichas relaciones capitalistas, sin romper
también los parámetros que con ellas se han formado en constantes
cultural-políticas de discernimiento de la acción que seguirán estimulando a
las primeras; no podremos, en tanto mayorías crear las generaciones que
resuelvan la cuestión total de la dominación, que venzan sus funciones y
manifestaciones en la sociedad con todo su escalofriante universo de
antagonismos y miserias.
El capitalismo imperialista vive una circunstancia
especial, la dominación que sembró y organizó para prevalecer en torno a la
economía de monopolios y capital financiero, necesita reconstruirse erigiendo
esferas superiores que lo estabilicen y propaguen aún más, las ambiciones
globales crecen de la mano de la naturaleza expansionista del capital y sus
leyes.
En general el imperialismo está reconfigurando el
mundo al dictamen de prioridades donde el interés general de los pueblos queda
al margen siendo motivo de preocupación el surgimiento de estallidos sociales a
consecuencia de la desigual distribución de los frutos del trabajo, o de
procesos populares organizados por el elemento democrático y revolucionario
contra la estructura. Las medidas son evidentes, se reagrupa las oligarquías
financieras (bildeberg, Foro de Davos, OMC, G-8, OCDE, G-20, banca internacional
como el Barclays, UBS, Bank of America, JPMorgan
Chase, BM, FMI, BCE), apenas un millar de oligarcas controlando la economía
mundial mediante una intrincada red de monopolios trasnacionales de todo género.
Impulsa el mando y
centralización de elites políticas, económicas, culturales y militares
(Ejército norteamericano, OTAN, Ejército ruso, Ejército chino); ligando riqueza
y poder político en los establishment de los grandes estados. Unos cuantos
cientos de trasnacionales sostienen la entidad económica mundial fusionando las
economías bajo su gobernanza en forma de riqueza concentrada para su usufructo.
Igualmente la burguesía excita su fetiche mercantil
mediante el consumismo y la transformación en mercancías de todo cuanto toca,
tendencia que corre en toda esta estructura de que se da cuenta para estimular
su mercado. Con todo ello, la sed de ganancias en las capacidades alcanzadas a
través de la adquisición de acciones y la destreza inescrupulosa de las elites
corporativas, con la nueva estructura de riqueza concentrada y centralizada;
reconstruye el reparto del mundo, siembra el neocolonialismo financiero,
redefine el papel de sus instituciones internacionales –sean públicas o
privadas–, ajusta el rol de sus estados y la preponderancia de sus grupos. En
este dinamismo burgués se postula cruzadas fundamentalistas para que los
poderes y privilegios del gran capital sean absolutos sobre la faz de la
tierra, clamando por guerras a mayor escala para redistribuir el capital y sus
fuentes. La burguesía internacional acrecienta las pugnas por el control de los
grandes mercados (nombrecito que abrevia nuestras naciones), ubica los desafíos
hegemónicos y las rivalidades inter-imperiales, programando arrastrar a los
pueblos a sus posiciones.
Es derecho inalienable de los pueblos soñar y luchar
por hacerse la verdadera comunidad de mujeres y hombres plenamente libres de
toda relación de dominación. Se abrió un dramático escenario de embestidas
impulsadas por la clase dominante, protagonizado por los mismos poderes
hegemónicos en aras de elevar su estatus mundial; los imperialistas yanquis
están provocando una situación de no retorno, de la cual proyectan salir avante
en superioridad de fuerzas frente a otras potencias y frente a los pueblos. La
burguesía norteamericana, sus diplomacias, sus trasnacionales y sus socios más
íntimos viviendo en su peor momento de
“credibilidad mundial”, habiendo recargado las secuelas de sus crisis en
terceros, tomando ventaja de los éxitos de otras naciones, negociando con el
hambre de los demás, triturando la búsqueda de la felicidad y ejerciendo
funciones imperiales sin límites en todos los ámbitos de la vida social;
enfrentan el rechazo general, preámbulo de la rebeldía de amigos y enemigos,
pero también de represalias yanquis todavía más peligrosas.
Por supuesto que a esa astuta burguesía norteamericana
no le importa las condenas, más que en el ángulo de aplicar sus planes, en la
historia del sistema desde un inicio vislumbró su guión dominante: supo ubicar
sus tareas, centrar su atención, concertar sus directrices y estrategias,
agrupar sus elites, jerarquizar y fragmentar la sociedad, hacer que los
enemigos de sus enemigos se enfrenten entre sí; avanzando paso a paso en la
construcción de sus poderes. No vacila en movilizarse ante cualquier desafío,
encubre sus fracasos perseverando en sus objetivos, así sea el último de los
procesos que le toque enfrentar, hace tiempo que decidió reconfigurar la
dominación a su favor para contrarrestar tanto a las olas revolucionarias como
a las otras fuerzas burguesas que continuamente evocan y presionan el cambio en
la correlación de fuerzas.
Hace tiempo la burguesía noteamericana reveló su lebensraum geopolítico (espacio vital en la jerga alemana que
los fascistas apropiaron para sus glorias expansionistas, cada potencia tiene
el suyo a mano), consistente en erigirse en controlador del capitalismo
mundial, devastar a los pueblos del Medio Oriente, sitiar y desmembrar a las
grandes naciones y regiones que por sus condiciones llevan a la competencia y
formación de centros de poder desafiantes. Largo tiempo se supuso lo que
parecía obvio, que las contradicciones imperialistas se agudizarían por las
aspiraciones de potencias de segundo nivel aspirantes al primer puesto en la
hegemonía mundial –sin negar tales hechos, las condiciones no les resultan
propicias para lanzarse desafíos abiertos, sino con acciones calculadas, con
rodeos de desgaste que eviten verse comprometidos en conflagraciones
desiguales–, la ironía está en que en este proceso el primer papel corresponde a
los Estados Unidos, hoy por hoy, centro de las provocaciones, espionajes e
intervenciones militares, de las maniobras políticas y las trampas económicas.
El control de Eurasia no es un secreto, como el que
sea ahí en donde se urden sabotajes, provocaciones, belicosidad y negocios del
imperialismo yanqui para anular sus competidores. Pero en esa pesadilla están
desmantelando su viejo imperio, el saqueo de Irak, Afganistán y Libia acarrean
su desgaste, China acrecienta su papel como motor de la economía mundial, Rusia
recupera terreno en la lucha hegemónica; por muy grandes que sean los
beneficios del saqueo yanqui ya no satisfacen los requerimientos de acelerar el
capitalismo norteamericano y su complejo industrial-militar, su economía de
guerra requiere guerras para comerciar. El marco de debate entre el mundo
unipolar, bipolar o multipolar, no parece dar clara solución al imperialismo,
en todos los casos está presente el problema de la hegemonía burguesa, la
guerra, la competencia capitalista, la redistribución del poder entre la
oligarquía financiera internacional y todas las modalidades con que se pone en
riesgo nuestra supervivencia. El sistema mundial se compone de marañas de
problemas sociales irresueltos, sus matrices tienen como característica la constitución
de redes agravantes.
Cada vez los intentos de presión sobre la base de
estas formas de dominación hegemónica tienden a agudizar más los problemas del
capitalismo en todo el mundo, aceleran otras dificultades y se combinan los
conflictos que en otras áreas y regiones tienen lugar. Tal es el caso de la
creciente resistencia popular en Latinoamérica frente al imperialismo con sus
nuevos planes de penetración, los monopolios y las grandes burguesías locales.
En plena fase de depresión económica el mundo capitalista es una madeja de
problemas colisionando unos con otros sin solución definitiva en tanto no se
atienda a sus causas originales. Cuanto se nos ha referenciado del África
azotada por los monopolios, las grandes potencias y sus problemas internos,
todo cuanto expresa la prepotencia del capital europeo decadente pero al asecho
y de los padecimientos de sus pueblos, hace parte de este fenómeno del tiempo
“nuestro”. La escalada de la ruta geoestratégica por unas u otras cuestiones de
recursos, posiciones y territorios los imperialistas se encargaron de
precisarla: pasa por países claves como Siria, Irán o Corea del Norte, además
de otras regiones terrestres y marítimas. El gran capital, a los problemas del
ciclo económico agrega graves condiciones para el ascenso del neofascismo
financiero, prorrogando la criminal historia del imperialismo con énfasis en el
discurso contra-humanístico.
Verdad que con lo anterior vemos que el capitalismo
sólo da futuros sombríos –por algo los consuelos extra mundo–, que si se acaban
los combustibles, que si la vida más cara, que si el pago por la civilización,
que si la naturaleza no da más, en fin; la burguesía no sólo no puede,
realmente no debe seguir tomando los destinos de la humanidad, las premisas
sobre las que asienta su gobernanza, las relaciones sociales que impone está
claro que van contra las clases laboriosas. Industrias, recursos, petróleo,
minerales, alimentos, productos, tierras, selvas, bosques, mares, pueblos y
sociedades; todo se degrada en vulgar objeto de control para el disfrute de las
clases opulentas.
El sistema sigue su travesía de posesión global y la
lucha de clases se conglomera, lo recorre en todos sus laberintos. Lucha en el
seno de la misma burguesía en competencia en todos sus negocios, de sus
monopolios y naciones por la hegemonía, lucha de las clases explotadas y
oprimidas contra las clases dominantes, lucha de los sectores subalternos
contra los superiores, lucha y resistencia de los pueblos frente a los
regímenes y gobiernos burgueses, lucha del proletariado contra el sistema y sus
estructuras, lucha de las organizaciones populares y revolucionarias frente al
capitalismo, lucha de la juventud ante los atropellos del gran capital, la gran
política y las élites, lucha de las guerrillas contra las dictaduras y
gobiernos retrógradas, lucha de las capas medias frente a las condiciones del
capital financiero y sus depositarios públicos, lucha de la intelectualidad por
la cultura, la educación y la expresión libertaria, lucha por apertura de procesos
democráticos y/o revolucionarios, lucha por la emancipación de la condición
femenina, lucha religiosa de multidimensional entre el oscurantismo de
ultraderecha y la defensa de los humildes, lucha de las naciones y minorías por
existir con autodeterminación, lucha por la memoria histórica, lucha socialista
para superar las brechas sociales entre el campo y la ciudad, lucha general
para transformar los esquemas de enseñanza, lucha por la lengua propia y la
dignidad humana, lucha comunista por un mundo sin dominados ni dominadores,
lucha social porque no existan sujeción ni control, lucha general por derechos
políticos, pos la libertad de expresión, lucha por la paz, la salud, la
información, la vivienda, los servicios y seguridad social.
La lucha de clases extiende parámetros y sus formas,
redimensiona el qué hacer para acabar con las relaciones de dominación en todas
sus expresiones, la lucha de clases es el antagonismo de división social del
trabajo expresado en la existencia entre las clases y sectores sociales,
igualmente es el conflicto frente a las relaciones sociales generales creadas,
es el conflicto que a nivel de la percepción cada clase o grupo posee sobre la
vida social, es el conflicto en cuanto a los desafíos que las clases enfrentan,
es el conflicto frente a las formas de relacionarnos con la naturaleza, es el
conflicto social en torno a la condición de la naturaleza humana.
La transición revolucionaria se entiende como un largo
proceso de lucha de clases en superación total del capitalismo hasta la
formación de la sociedad emancipada. Por lo que puede constatar el correr de la
vida, si nos apreciamos de acariciar el sueño libertario sin predeterminismo
alguno; es la más difícil y compleja transición de cambio en las relaciones
sociales, en las condiciones generales y en el protagonismo de las clases
populares. La transición socialista, llegado el momento tomará forma de sistema
y modo de producción, las condiciones que la hacen obligada y necesaria se
acumulan sin cesar desde las entrañas del capitalismo: contradicciones
sociales, explotación, opresión, crisis, problemas estructurales... La
transición socialista es necesaria objetiva y subjetivamente al porvenir de la
sociedad humana, una movilización en todos los planos hasta que finalmente la sociedad
deje de estar dividida en clases.
Los intereses comprometidos son superiores a cualquier
transacción, está implicada la vida social misma, y con ello el trabajo, la
seguridad, soberanía, salud, educación, recursos, derechos, el futuro y
nuestros fundamentos humanos que el capital ha decidido desplazar. El
socialismo propone una sociedad en revolución, no es la conformación de un
nuevo Estado para que éste todo lo disponga, o una revolución que no termine de
construir nada, es en cambio la organización de la sociedad por las clases
populares en una constante socialización de todo cuanto constituya la vida
humana. Nos plantea el subvertir la dominación y el poder de las relaciones
actuales, y de las minorías por las mayorías, hasta que no haya necesidad de
dominación alguna.
La socialización lejos de ser un fenómeno en un solo
plano, trasmite en sus grandes y pequeños ejemplos históricos por demás
inconclusos, una textura orgánica sumamente entrelazada e interiorizada,
colocando todas sus formas y manifestaciones en transición a la comuna. La
socialización presenta niveles de configuración, en las distintas esferas de
las relaciones económicas, por ejemplo en la producción, la propiedad, o la
distribución, y también en el ámbito de otras relaciones como fenómeno
integrador, digamos por caso la labor educativa. La preexistencia de
contradicciones y antagonismos lleva a
la sociedad de transición, en ella misma la división social largamente presente
reanudará los procesos de re-concentración de poderes y facultades para la
dominación en nuevas condiciones, requiriéndose ofensivas y defensivas
constantes para finalmente anular sus efectos y sus causas, disolviendo sus
viejos preceptos. La lucha de clases entre el retorno a la dominación y la vía
a la emancipación seguirá en el vientre de la sociedad socialista. El proyecto
de igualdad y libertad comunista que como tal movimiento sólo cabe en estos
compromisos, si se altera sus objetivos y tareas sucumbe a la dominación de la
división social y todo vuelve a comenzar en otro punto de la contradicción tal
como sucedió en algún momento en la ex URSS.
El capitalismo y sus modelos dan mucho brinco estando
el suelo tan parejo, es verdad, heredamos sociedades capitalistas respaldadas
en milenios de opresión y se nos propone cambiar al mundo primero ponerlo de
cabeza para inmediatamente replantear un nuevo paradigma social. El socialismo
es una sociedad de transición para resolver y superar todas las relaciones de
dominación y su esencia de división social en clases y sectores. Tal reto de
los pueblos exige reenfocar la lucha estratégica frente a las dificultades
históricas impidiendo que devengan en tendencias claudicantes ante el sistema
de relaciones opresoras, donde las concesiones obligadas sólo tengan que ver
con la reunión de mejores condiciones para el combate revolucionario.
Ratificamos a riesgo de que quizá pueda resultar repetitivo, que de acuerdo con
el proyecto socialista el reto se extiende a construir una sociedad con
parámetros diferentes e inmunes a la descomposición del capital sobre la base
de la fraternidad, el interés común, el colectivismo, el poder popular y el
desarrollo integral del individuo.
La geoestrategia concreta de los pueblos oprimidos es
tejer relaciones revolucionarias en consonancia con sus intereses sociales,
amén de instalar un sistema internacional de emancipación socialista,
colocándose en condición de conducir la socialización, organizados de manera
eficaz y racional bajo el mejor empleo de sus fuerzas. La táctica y estrategia
revolucionarias cubren parte de la inmensa tarea, todavía consideraríamos que
se requiere una visión y acción más refinadas en el detalle y en una
geopolítica marxista-leninista más allá de la actitud contestataria.
La socialización nos ofrece romper los lazos del
sistema capitalista, comenzando por su médula, la propiedad privada, la ley del
valor y las relaciones económicas en su entorno. La expropiación de las clases
explotadoras es el paso obligado a la formación del modo de producción
socialista, podrá sonar simplista pero es el invitado obligado, no hay
socialismo original al margen. Cuanto trasfondo encierran las relaciones
económicas del capitalismo debe ser desmantelado creando al paso mecanismos de
organización-control social vitales a la dirección popular de la transición
revolucionaria. La propiedad social en todas sus formas será la base de nuevas
relaciones económicas forjadas por las clases trabajadoras. Es conveniente
replantearnos el contenido de esas condiciones para adquirir el verdadero poder
económico de las clases trabajadoras: posesión de los medios de producción,
manejo de los mismos, posicionamiento sobre sus objetivos, planificación
general, control económico obrero y popular en sus formas estatales o
cooperativistas. Nada de ello puede realizarse sin considerar que las bases del
socialismo implican la socialización de los medios de producción, la democracia
clasista proletario-popular y la conciencia, en principio porque se vuelcan
sobre sí mismas, o en otras palabras, relaciones económicas revolucionarias
involucran su democratización profunda y un abordaje consciente de toda su
esencia.
Los problemas del socialismo son de diversa índole,
son prácticos (clases y sectores en disputa, revolución e implantación),
teóricos (esto es, políticos, conceptuales y de interpretación), son objetivos
y subjetivos (es decir, sobre la base de sus condiciones materiales y de la
conciencia social). Sin duda son monumentales, en lugar de disminuirlos o
simplificarlos es conveniente abarcarlos, en vez de encajonarlos en una idea o
molde hay que verlos en sus complejas dimensiones. Particularmente las clases
opresoras se empeñan por restringirlos desacreditar al socialismo declarándolo
producto con caducidad vencida, un trastorno de la conciencia radical en un mundo
sin lugar para las utopías; lo hacen para así evitar que se agite ante nosotros
y nosotras como problemática socialista íntegra, pero de esto ya se nos ha
dicho demasiado y circulan por todas partes suficientes buenas respuestas.
La acción socialista o lucha revolucionaria
emancipadora aún en su sentido más práctico de los momentos álgidos siempre
debe comprender al conjunto de sus procesos, sus preocupaciones y búsqueda de
los mejores medios o perspectivas para su desarrollo. Su debate es fuente de enseñanza
tanto por el acierto o por el error que pueda contener, tan necesario y
obligado el uno como el otro, para la emancipación nada está agotado, no hay
tema finiquitado, ni sobre su historia pasada ni sobre la actual. No podemos
comportarnos como aquellas burguesías que entre la expiación y el pragmatismo
mercantil de propios y extraños, después de violentar un país lo llevaron a
firmar un contrato de compra-venta por la mitad de su territorio y cantar toda
resistencia como resentimiento, cuanto en todo esto sigue fresca la cuestión
del despojo como política permanente hasta nuestros días en la forja de la
dominación; mucho menos podemos sesgar o mochar la historia de la lucha por la
transición revolucionaria socialista, ni su claroscuro dentro de la lucha de
clases, el prejuicio es fácil y el daño sin límites cuando el acento se carga
con preferencias en lugar de abrirse al proceso en toda su complejidad a fin de
que la teoría revolucionaria se desarrolle en lugar de volverse una corriente
más se conciba fuerte o débil.
La teoría revolucionaria enfrenta la secuencia
divisoria de corrientes, cada vez más numerosas frente al sistema de relaciones
sociales generales con la formación de clases y sectores en segmentación
permanentemente apreciando la vida social desde sus ámbitos para generar
visiones más y más particulares a sus específicas condiciones de circunstancia.
Ante sí se presentan las cuestiones de su misión, su cualificación, de su
visualización global de la lucha de clases, del desprendimiento a la superación
interna de todo cuanto está por fuera de su premisa emancipadora o que le ata a
los mecanismos de la relación dominante, hasta en sus íntimos detalles y
ejercicios, así en lo material como de los patrones mentales “competitivos”, y
la cuestión de aplicarse en la confección revolucionaria de todas sus tareas de
conciencia. El socialismo es una teoría y práctica de la emancipación, debiendo
resolver toda la problemática que le surge al respecto, realizable en el marco
general de un movimiento y debate tan
amplio y abierto como profundo y claro sea posible.
Diversa es la temática de la transición
revolucionaria, cúmulos de experiencias y sistematizaciones se consignan unas
sobre otras, es un proceso infinito del cual es embarazoso sustraerse, son recargas
en los dominios del pensamiento, es necesario que se replanteen a la luz de sus
particulares circunstancias; pero bueno, mientras llega ese día bien cabe un
ejercicio de apreciación sobre los contenidos de la transición socialista.
Observemos el carácter transitorio, el socialismo está
reconocido como una fase social cambiante, ajustada a las tareas de suprimir
toda explotación y opresión, toda existencia de clases sociales y todo
antagonismo social. Acabar con todas las relaciones de dominación es su meta,
no es una sociedad que por obra de un movimiento revolucionario previo haya
eliminado estas condiciones, a menos que se tome de referencia única y
exclusivamente los aspectos más escandalosos del sistema precedente, en cuyo
caso abandonaría las tareas a medio realizar, inaugurando un proceso de
reposicionamiento paulatino de los vínculos sociales de dominación. El
socialismo es el propio movimiento de los pueblos, con sus clases de
vanguardia, apegado a una labor constante de resolver los problemas sociales
generales y de incorporación masiva a las labores de creación social. No debe
limitarse a una buena gobernanza de los de abajo contra los de arriba, no puede
derivar en los mecanismos elitistas heredados del capitalismo; es una sociedad
para eliminar uno a uno los antagonismos, las contradicciones sociales todavía
en su seno, es un proyecto de realización proletaria y popular.
Pero ya no hay que seguir valorando estos problemas
como estrictos actos de “falsa conciencia socialista” –por usar un nombre
sutil– sin antes percibir lo mucho que
ellos sugieren lo inacabado de la batalla. Una batalla medida con parámetros
clásicos del viejo modo en que han sido ejecutadas las condiciones sociales en
cuanto a lo eterno (el capitalismo a su vez se declaró eterno) y el
establecimiento de algo en ley inamovible por la conquista de una nueva
posición de supremacía (incrustación de relaciones de poder en el marco de la
división social remanente), que afectaron y afectarán a todo proceso
revolucionario para lo cual deberá replantearse objetivos y acciones
específicas. Cada cual querrá ver la encarnación de esos demonios, entre sus
enemigos, pero para no andar con eso del que tire la primera piedra, esa misma
condición se nos presenta por la sencilla razón que es un problema social y no
de tendencia, aunque con sus cosas para apuntarse o desentenderse, de que las hay las hay. Estas
cuestiones de paralización revolucionaria se presentan por partida doble ya sea
que se proclame la solución completa de sus objetivos o que se indique superado
su horizonte a modo de paralizar su avance. Los socialismos alternos al
consumismo o la proclamada competencia socialismo-capitalismo, merecen ser
reevaluados en cuanto a que diluyen el sentido liberador pleno.
Los temas de la base material y técnica del socialismo
forman parte de una gran cantidad del debate. La nueva sociedad requiere
disponer del grueso de sus fuerzas materiales a no ser que desee lidiar
eternamente con sus enemigos jurados y sucumbir ante ellos por la presencia
reiterada de las reglas del juego expoliador. Considerada un requisito de la
transición, la base material y técnica debe prevalecer sobre su reduccionismo y
su tratamiento como objeto inerte, toda creación disparará la socialización y
capacidades humanas de emancipación. La propiedad colectiva de los medios de
producción y su avance, aparece en distintas formas respecto del conjunto de
formas de propiedad, pero no puede ser tal, si no es plena posesión de la
sociedad sobre sus recursos y en la forma más adecuada a sus características y
necesidades. La coexistencia de formas de propiedad capitalista-socialista y
sus pautas operativas siempre será un fenómeno temporal dado el grado de
contradicción y conflicto que entrañan para el cambio revolucionario. Independientemente
de las formas que adopte la propiedad social, su eje gira en torno al
control, la organización y dirección
popular a la que estará supeditada toda centralización operativa por más
revolucionaria que ésta sea. Las nuevas relaciones de propiedad y producción
enfrentan la meta de expresar la cooperación, la comuna, el colectivismo y el
trabajo liberador asimilándole sus características y amplios derechos. Una
revolución que trascienda al proceso científico-técnica humanizante de las
funciones vitales de las clases trabajadoras, es posible fuera de los patrones
capitalistas con sus consecuencias socioeconómicas y ambientales. La
implantación de leyes económicas y sus categorías tampoco resuelven
tecnocráticamente las pautas del socialismo; sin embargo junto a la formación
del Estado proletario, constituyen firmes posicionamientos para la lucha y
transición revolucionaria de la sociedad, preparan la conformación de
relaciones generales socialistas.
Sobre el Estado y la sociedad brotan poderosas fuerzas,
se ven implicados los contenidos y
carácter del poder político, las relaciones políticas en el seno de los pueblos
y los instrumentos fundamentales para construir un cuasi Estado, cuya finalidad
sea coadyuvar al proceso revolucionario en todos los espacios de la vida.
Cambia la apreciación en la naturaleza del Estado, de ente separado a instancia
constituida por las clases y sectores oprimidos a través de medios orgánicos y
democráticos, de la representación a la participación dirigente. La premisa de
dirección del aparato estatal cambia por cuanto se proclama estado de las
clases explotadas, son éstas quienes enfrentan el reto de dirigir su Estado, lo
encarnan para mandar obedeciendo. El nuevo Estado indispensable a la transición
será un instrumento de la mayor movilización de sus fuerzas y sus agentes
sociales, será motivo de la mayor vigilancia sujeto a control popular y
remoción de sus extravíos, será instrumento de la lucha de clases para la
emancipación social.
Las dificultades de la construcción del socialismo se
contextualizan en las condiciones que el capitalismo fundó, así como en la
resistencia y existencia de relaciones y leyes socioeconómicas como la del
valor y las mercantiles –entre otros temas, hicieron del dinero una necesidad
en sí misma–, los modelos económicos de acumulación preestablecidos, las
intrincadas conexiones de las clases sociales y de los medios de dominación
social, que encuentran otros escenarios donde no son anulados del todo,
pudiendo hacerse de los medios adecuados para su recuperación. Con estos
precedentes sin borrar, y las mismas condiciones que se desarrollan dentro de
la sociedad en formación; se objetiva el burocratismo, las relaciones de poder,
los controles de la esfera económica y estatal y el rechazo a la democracia
popular. Toda estructura social compleja tiende a la formación burocrática como vehículo de retorno a
posiciones privilegiadas que paulatinamente se trastocan en típicas relaciones
burguesas. Su organización y división del trabajo instrumentan el proceso de
configuración de aparatos políticos, económicos y militares en ese sentido,
cuya deformación es una contingencia lamentablemente demostrada. Los debates
históricos sobre totalitarismo o burocratismo pocas veces son “puros”,
generalmente presentan interpretaciones tendenciosas que avancen a una
comprensión cabal del problema y sus dimensiones, se consuelan con chivos
expiatorios, porque la cuestión es extremadamente difícil de solucionar.
Reescribir la gama de pilares de la construcción
socialista en este espacio es un ejercicio innecesario, de esto hay demasiados
referentes, sólo nos centraremos en elementos de interés sobre la problemática
de la transición socialista, y en esa medida lógicamente se toman en
consideración sus aspectos. Las dificultades del socialismo se presentan porque
se está en los límites turbulentos de las reglas e intereses de la formación
social capitalista resistente a su salida del escenario, condiciones que la
revolución socialista debe subvertir. Dichas condiciones como se viene
esbozando, se encuentran tanto en el orden material de la organización
monopolista de la sociedad, la acumulación de capital y el complejo entramado
de las funciones del sistema social, como en el orden de las ideas dominantes
como suele decirse, pero todavía más, en el seno mismo de la estructuración del
cuerpo social de dominación del hombre por el hombre, desde lo micro cuya
historia ha sido más prolongada que la del capitalismo; que en conjunto
componen el orden social existente. Particularmente la lucha por la
emancipación de la mujer toca los sistemas capitalista y patriarcal, el segundo
con peso milenario con el que se ha incrustado profundamente en la organización
social, dudosa de superar con una política de atención y mejoramiento de sus condiciones.
Estos fenómenos no se desplazarán en un dos por tres, la lucha se sucederá
consonantemente de una a otra esfera, adelantando procesos de revolución
material, con ideológicos y orgánicos, y de estos a lo material.
Por su parte hay que mirar la verdad de frente, evitar
el pecado de soberbia u oportunismo para reconocer que en el socialismo se
encontrarán condiciones para el desenvolvimiento de la división social y sus
contradicciones. En el seno mismo de sus logros se potencian estructuras de
clases, sectores y grupos, pues en la formación del Estado, en el desarrollo de
su economía, la concentración de la producción, los controles para las
distintas relaciones económicas e incluso del poder político; largo tiempo
sobreviven los fenómenos de corrupción, jerarquización, división entre trabajo
manual e intelectual, tendencias de poder político y sus instancias, de la
relación dirigentes-dirigidos, y en el seno mismo del vínculo individuo-grupo a
las que habrá que prestar atención.
El problema de las relaciones de dominación filtradas
durante la transición y su lucha de clases se manifiesta en forma de: sabotaje,
pugna de las clases opresoras, burocracia, autoritarismo, corrupción, poder,
control desde arriba, imposiciones antidemocráticas, dogmatismo, estatus,
jerarquías, elitismo, y la costra del establishment. Se trata de un nuevo plano
de la contradicción social, apenas se resuelva el tema de la propiedad de los
medios de producción (poder económico), retoñará con fuerza esta gran lucha de
los pueblos sobre toda la naturaleza de la actividad política. El poder
político popular se presenta como clamor por un tipo especial de democracia,
teniendo que enfrentarse a todo cuanto se le oponga. La formación moral y ética
es parte de la solución, pero sin consolidar las nuevas relaciones generales
revolucionarias de intervención legítima y normal del pueblo en los asuntos
públicos, se extravía en la apologética inconsecuente, mayormente si no se
cambian los sujetos ya arraigados en los mecanismos de conducta burguesa,
representantes de la burguesía y se confía a ellos el sueño emancipador.
Ampliar constantemente el radio de participación en las decisiones y
cumplimiento de sus metas, los medios asamblearios y todos los instrumentos de
organización clasista y popular son necesarios, y con ello, todavía es vital
que la creatividad individual-colectiva tenga lugar, que las iniciativas se
siembren y adquieran posibilidades plenas de realizarse.
No basta tener buenas dirigencias en sentido de su
compromiso si estas hacen lo que les plazca sin consultas ni controles, este
riesgo venido de las entrañas del despotismo burgués a través de los medios
tradicionales de mando, deforma toda labor centralizante por muy necesaria que
sea, desvincula y divide, sembrando la apatía fractura el protagonismo popular
va tejiendo mecanismos autoritarios que en otro momento se impondrán a escalas
mayores.los proletarios deben ser garantes de su organización, saber de los
peligros que a esta le acechan, afrontarlos, en la escuela del sindicalismo
pueden registrarse el economicismo o la formación de grupos de presión entre
otros, en la sociedad en transición no se ha estado libre de estos males,
grandes partidos revolucionarios sucumbieron una vez que se aislaron de sus
bases, que se instalaron o al menos sus cúpulas, para disfrutar de beneficios a
costa de otros, o que penosamente perdieron la perspectiva cuando se
invisibilizaron las tramas complicadas de la moderna dominación social.
El socialismo es transitable para los pueblos que
sueñan y luchan por la emancipación revolucionaria, su iniciativa, alianzas y
emprendimiento sobre estas cuestiones es importante. Las revolucionarias y
revolucionarios, tienen a cuestas una mayor responsabilidad política de
percepción clasista sobre esta perspectiva. En el marco de sus organizaciones
revolucionarias replanteando sus problemas comunes, todo el conjunto popular
avanzará consecuentemente hasta vencer. Hay que llevar la conciencia al ámbito
de esta problemática de la transición, liquidar las racionalizaciones y razones
de estructuras al margen del interés supremo. La cuestión de las ideas,
conductas y tendencias hacia la promoción de relaciones propias del capitalismo
es un fenómeno global que nos afecta, hace parte de las condiciones de
dominación, que como tales deben llevarnos a métodos adecuados en su atención.
Por tanto la tarea en el marco de nuestras actuales condiciones merece
atenderse desde ahora en el seno de la lucha de clases dentro del capitalismo
ensayando las normas de la socialización revolucionaria. A esta altura se
requiere un esfuerzo mancomunado que resalte la trascendencia del socialismo
para la lucha popular.