Fernando Cajas.
A Freud se le atribuye la siguiente definición de salud mental. “Decía el viejo Freud en la parte final de su vida que la salud mental era la capacidad de amar y trabajar. No se refería solo al trabajo que paga las cuentas, sino sobre todo al trabajo emocional: ese esfuerzo constante de conocerse, sanar heridas y crecer como persona”.
El amor nos lo han vendido como externo a nosotros mismos, especialmente el amor entre parejas en el pseudo marco de amor romántico, que nació de las novelas caballerescas de la Edad Media para que luego lo utilizara Hollywood y su distorsión de amor como sufrimiento o como el encuentro perfecto con el “Príncipe Azul” o la “Princesa Perfecta”.
Esa visión romántica suele ser una receta para la desilusión y el desamor que antes unió tiernamente a una pareja para luego ser la caja de resonancia de insultos, maltratos, violencia psicológica, física y económica que solo refleja que ese amor de película nunca existió. Según el Inacif, cada día se reportan más de 150 casos de violencia contra la mujer en Guatemala, muchos de ellos dentro de relaciones que empezaron como “el gran amor”.
El amor romántico que no se alimenta con la realidad es una ilusión desde el principio de una relación, si no lo acompaña el trabajo emocional para crear las condiciones para que nazca el verdadero amor, el amor a nosotros mismos sin caer en narcisismos igual de dañinos como el amor romántico.
El amor nace del reconocimiento de uno mismo, de la mismísima capacidad de libertad a la que un ser humano integral aspira. Usualmente, no siempre, lo que el amor romántico no alimentado con la realidad da es una cárcel psicopática que inventa compromisos, desde falsos rituales de matrimonios para satisfacer el «qué dirán» hasta la impetuosa necesidad de seres que no pueden vivir con su soledad. Realmente debemos aprender a vivir con nuestra soledad sin desesperarnos. Es importante dejar de buscar la aprobación externa para cada decisión.
El amor nace del trabajo interno, pero siempre social, que nos permite salir del túnel de relaciones oscuras que nos han evitado ver y principalmente observar. El verdadero amor es aquel que ha superado el miedo, el miedo de ser uno quien quiere ser y no tanto el encuentro con tu alma gemela porque eso no existe. Debemos entender que usualmente no existe nuestra alma gemela. Por eso es importante trabajar nuestras emociones, aunque ese trabajo interno duele. Muchas veces ese trabajo significa poner límites a la familia, cuestionar el “qué dirán” y romper con tradiciones que nos atan más que nos liberan. Pero es el único camino hacia la libertad personal.
El amor de pareja, el amor sano, primero es una construcción de uno mismo en nuestro viaje a la libertad que empieza con el rompimiento de uno con las reglas y las normas que una sociedad enferma ha construido solamente para aparentar algo que no existe. Incluso Jesús advertía que el camino a la autenticidad podía generar conflictos en Mateo 10:34-36 que dice:
“Porque yo he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa”.
Este es el camino a la libertad personal tal como lo describe brillantemente el psiquiatra español Iñaki Piñuel en su libro Libertad Zero: Elegir nuestra liberación a través de la búsqueda de la verdad, eso “requiere de ir contra corriente, requiere liberarse del miedo y evitar tener que proteger o ambicionar nada, convertirse en tu mejor versión posible…”
Para llegar a eso hay que comprender cómo el trauma de la infancia condiciona nuestra vida, requiere que cerremos los círculos emocionales de traumas con nuestra madre y con nuestro padre, sí no simplemente repetimos de forma automática el trauma de familias disfuncionales donde aprendimos a sobrevivir y no a vivir. En esas familias no aprendimos el amor verdadero sino aprendimos el miedo del cual debemos liberarnos. Hay formas de hacerlo, desde grupos de apoyo de 12 pasos como terapistas especializados, pero para eso hay que abrirnos emocionalmente.
En resumen, Freud tenía razón, porque la salud mental es la capacidad de amar y trabajar, así que amémonos primero para poder amar a otro. Seamos, entonces, la mejor versión de nosotros mismos.
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