Thursday, October 9, 2025

Complejidad y educación.

Fernando Cajas.


La educación es una práctica social compleja. Mientras que la educación tradicional, la memorística, la repetitiva, la que no es transformativa, aquella criticada por Pablo Freire como educación bancaria, es una caricatura de esta práctica social y la reduce a una actividad simplista. El modelo simplista de la educación tradicional asume que enseñar es hablar, desde una pizarra o un púlpito, da lo mismo; y aprender es repetir. La metáfora de aprendizaje es la del espejo, esto es, el ser humano tiene una mente capaz de reflejar la supuesta realidad hipersimplificada por el maestro tradicional. Este modelo tiene una base sobre simplificada, sobre lo que es conocer, teoría de conocimiento simplista que cree que en la mente hay conceptos, capaces de percibir y reflejar la supuesta realidad. 

En educación, como en la naturaleza, lo dominante es la complejidad. El universo está formado de sistemas, todos ellos complejos porque en principio constan de muchas partes que interaccionan entre sí, de tal forma que para entender un sistema hay que entender sus partes y sus interacciones. A diferencia de la complejidad su contrapuesto podría ser la simplicidad, lo cual, metodológicamente es una estrategia para entender el mundo o para interactuar. Así, por ejemplo, una forma común en que la ciencia funciona es simplificando. Esto es crear metodológicamente sistemas más simples que los que se dan en la realidad para analizarlos y luego irle dando características más reales al sistema analizado. El problema estriba cuando de forma ingenua, o mal intencionada, queremos entender un sistema de forma simplista. 

Así, una forma simplista de entender la educación son las frases que utilizamos para justificar resultados. Los profesores universitarios suelen decir: «Los estudiantes no ganan mi curso porque vienen mal preparados de la secundaria». Realmente eso no explica nada. Cuando hay problemas en la universidad, los universitarios suelen decir: «La universidad es un reflejo de la sociedad», lo que tampoco explica nada. Los analistas suelen decir: «Somos un pueblo que no quiere libertad, que está acostumbrado a ser manipulado», lo que tampoco explica nada. ¿Por qué? Porque estas grandes generalizaciones solamente nos dejan la sensación de que sabemos algo, pero no sabemos nada. 

Para entender algo, para aprender algo, hay que participar de las prácticas sociales donde se dan los aprendizajes. Hay que salir del mundo idealista que cree en la existencia de conceptos en la mágica mente de la gente, que, según dicha aberración, puede reflejar el mundo. El aprendizaje no se da en la mente, ni en la cabeza, se da en la participación social. Aprender es la capacidad de participar. Pero como la participación social es una participación social compleja, no podemos o no queremos, estudiar las condiciones sociales, materiales, en la que los aprendizajes son posibles. Más bien, la didáctica tradicional repetitiva se esconde en viejas creencias que justifican su ineficiencia. Así, muchos profesores dicen que sus alumnos no aprenden porque no están motivados. Pero, ¿qué evidencia tenemos de que una condición del aprendizaje es la motivación? 

El día de ayer, 8 de octubre, la Academia Sueca de las Ciencias entregó el premio Nobel de química 2025 a tres científicos, Richard Robson, nacido en 1937, Australia; Susumu Kitagawa, 1951, Japón y Omar Yaghi, 1965, Estados Unidos, tres generaciones de científicos que de niños no fueron vencidos por escuelas autoritarias y repetitivas. El Nobel de Química se les da a estos tres científicos por crear estructuras moleculares llamadas «metal orgánicas» porque efectivamente conectan metales (iones metálicos) con moléculas orgánicas que tienen grandes espacios por los que pueden fluir gases y otras sustancias químicas, construcciones que pueden utilizarse, para recoger agua del aire del desierto, capturar dióxido de carbono o almacenar gases tóxicos, proyectos que pueden ser clave para combatir el cambio climático. Realmente estos tres científicos cambiaron las reglas de la química. 

Ahora bien, yo escuché la entrevista que dio el primer científico, Richard Robson, al ser entrevistado por la BBC sobre el premio, justo al ser notificado. Fue una entrevista fascinante. Le preguntaron que sí química era lo que siempre quiso estudiar y dijo que no. De hecho, contestó algo así como: «Yo siempre quise ser matemático, pero no pude realizarlo». Con su voz calmada, describía la química como una actividad casi artesanal, donde él y principalmente su equipo de trabajo tenía curiosidad de cómo se juntan iones metálicos con moléculas orgánicas. 

Luego de escuchar la entrevista de Robson, fui a buscar los programas de química de algunas escuelas locales, incluyendo de universidades locales y encuentro que el primer punto es «definición de química», vaya forma de matar la curiosidad estudiantil. Química, física, matemática, historia, todo es un conjunto de enunciados que los pobres alumnos deben memorizar. No tienen opción de trabajar en laboratorios, juntando sustancias, preparando mezclas, analizando productos, no. La química que estudian los estudiantes guatemaltecos, si acaso la estudian, es de libros aburridos y autoritarios y de profesores que perdieron la curiosidad del aprendizaje de sus estudiantes desde hace mucho tiempo. Por supuesto, hay universidades, hay institutos y hay algunos profesores que sí crean condiciones propicias de aprendizaje, no son la mayoría. 

No sé si la ministra de Educación alguna vez recibió o dio un curso de química que despierte la curiosidad de los estudiantes para hacerlos vivir, no memorizar, para ilusionarlos, no aburrirlos. Ciertamente, hay algunos profesores que nos inspiran, a esos profesores debemos estudiar y ellos deben ser parte de los programas de formación docente que nos puedan sacar de este letargo educativo repetitivo y aburrido. Ojalá que al menos en uno de los nuevos 504 institutos de educación media que se van a construir, en uno, emerja la curiosidad del profesor sobre los aprendizajes de sus estudiantes y la curiosidad de los estudiantes respecto al mundo y por fin dejen de memorizar y se dediquen a aprender, esto es, a participar. 



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