Para salir de la bruma política que oculta el horizonte
Jorge Mario Rodríguez
En esta época tormentosa de la historia no pocas veces se recuerda la idea del pensador Antonio Gramsci -víctima del régimen fascista liderado por Benito Mussolini- según la cual los tiempos de crisis son aquellos en que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir. Decía Gramsci que en el espacio que media entre lo que fenece y lo que se anuncia -el interregnum– proliferan los síntomas mórbidos. En una interpretación liberal del texto de Gramsci, el filósofo esloveno Slavoj ŽiŽek, habla ya no de síntomas, sino de monstruos. Y adquiere sentido esa vergonzosa procesión de figuras tan inexplicables como alucinantes: Donald Trump, Benjamin Netanyahu, Javier Milei, Jair Bolsonaro… y en la cola, esa seguidilla de personajes que están robando el futuro de un país con un pasado tan triste como nuestra amada Guatemala.
El nacimiento de lo nuevo se dificulta porque siempre es arduo abandonar las constelaciones que ya no guían. La bruma de las anomalías dificulta distinguir los nuevos referentes. Por lo demás, la época actual presenta la amenaza de lo que Reinhardt Koselleck llamaba las “crisis finales” —como es el caso del colapso ambiental o una conflagración atómica. Ya no solo se trata de abandonar una forma de percibir el mundo, sino de encontrar un cambio de rumbo que renueve el compromiso con la vida y la dignidad.
Lo dicho en el párrafo anterior se relaciona con uno de los rasgos de nuestra época: la supuesta falta de alternativas. Este sentimiento, inducido por el sistema de dominio, es una percepción ubicua que genera una subjetividad derrotada; lo nuevo simplemente no es viable, nunca vendrá. Así, se ha acentuado un sentimiento de impotencia y enojo que no sirve para incentivar el deseo de emancipación, sino que más bien ha sido la piedra angular de la derecha populista.
Entonces se configura, como lo hace ver François Dubet, una época de pasiones tristes —frustración, enojo, resentimiento. Estas pasiones generan un desaliento cuyas consecuencias políticas clavan nuestra subjetividad en el fatalismo. El pesimismo se instala y la cólera se convierte en una fuerza manipulable para un capitalismo digital con tendencias fascistas. Pero esto no debe ser así.
La reflexión es un barreno crítico capaz de horadar el fatalismo más cerrado. Surge entonces la esperanza, la cual no es una actitud que se deriva de una creencia en la facilidad de la tarea, sino es la certeza más rebelde que florece en las más adversas condiciones. En cierto modo, la esperanza es un modo de conocimiento, razón por la cual la esperanza nos guía a través de la niebla más cerrada.
Lo nuevo no surge de la nada, sino se concibe a partir de la praxis humana. Por ejemplo, vamos comprendiendo que las estructuras de mutua indiferencia y de profunda agresividad son la base de la precariedad en que vivimos. en la que pululan las pasiones tristes en las que surgen los monstruos mencionados arriba. Tomamos conciencia, entonces, que la precariedad podría ser aminorada a través de pequeñas actitudes de solidaridad: las tendencias egoístas muestran entonces su inviabilidad. De manera paulatina, por ejemplo, se hace evidente que las tradicionales recetas de inversión e incentivos fiscales, por sí solas, acentúan prácticas que se alejan del bienestar general. La necesidad de una regulación de la economía en función del bien común surge entonces en el horizonte.
Pero la molestia contra ese sistema que nos denigra debe manifestarse políticamente. La cólera contra el sistema puede vencer ese miedo que generan los que dominan. Lo que se debe hacer es que ese enojo no se limite al internet o a las redes sociales. Debemos recuperar la posibilidad de emitir esa voz de la multitud. Algunos sectores de la población guatemalteca, especialmente los pueblos indígenas, mostraron que cuando el pueblo grita los poderosos tiemblan. Las recientes protestas que han cimbrado a los Estados Unidos también nos hablan de ese proceso. Nunca debe olvidarse esa lección. Los grandes movimientos políticos se gestan en la sensibilidad profunda de las colectividades. La cólera debe politizarse de manera que no se convierta en un factor manipulable en el actual régimen digital. El actual sentir sombrío no es intrínseco a la realidad. De este modo, no debe convertirse en escapes que se reducen a pasos perdidos, sino que deben proyectarse en un abandono de las circunstancias que nos ahogan. Parte de la tarea de los nuevos proyectos políticos es incrementar la conciencia social acerca de sus propios problemas de percepción y emocionalidad del mundo.
No comments:
Post a Comment